CUENTOS
Su mirada se fue apagando lentamente, en silencio, y sólo unos pocos se
fueron dando cuenta... Se fue diluyendo en la nostalgia, como muere la luz de
un faro abandonado, en una isla lejana que ya nadie visita. Cuentan que en un
puerto olvidado vive aún un anciano -de larga barba blanca y oscura piel
curtida- que supo surcar los veinte mares y sobrevivir a todos las bestias
oceánicas, sin tener que matar a
ninguna. Su edad es imprecisa, como su mirada. Hay quienes dicen que tiene más
de cien años, otros, que vivió tres vidas. Dicen algunos que en tierra firme se
marea, que siempre está a punto de partir, y que es la única persona capaz de
recordar las coordenadas malditas de esa isla fantasma. Aseguran que quien
quiera llegar a la isla deberá primero hallar al viejo, encontrarlo en ese
puerto olvidado de dársenas empedradas, tranvías abandonados, y cascos de
barcos moribundos, acercarse con respeto e insolencia, invitarle una copa de
vino amargo, y recordarle el nombre de su amada, que aún lo espera. Sólo
entonces el viejo revelará el secreto, la trama oculta, y se podrá emprender el
viaje, y alcanzar la isla, antes de que aquella mirada cansada -que solía
estallar de esperanza- se extinga para siempre, y las gaviotas, ajenas a esa
tristeza inmensa y fatal, dejen de visitar su tumba.
"O Binómio de Newton é tão
belo como a Vénus de Milo.
O que há é pouca gente para dar
por isso."
Álvaro de Campos
"Por mas que me esfuerce en no mirar, no puedo dejar de sentir la
mirada de la Luna en mi Piel."
"1Q84", H. Murakami.
La ciudad es inmensa para todos, aunque solo para algunos esa inmensidad
llega a desplegar sus alas, ofreciendo cobijo e inspiración, vislumbre y
presentimiento, más allá del límite de la percepción ordinaria. Aquellos que saben caminar las calles a
veinte centímetros del suelo, renuevan su visión, renuevan la perspectiva y se
dejan envolver por aromas provocadores y las brisas reveladoras, musas que
aguardan suspendidas en el aire, a la altura de los elegidos.
El misterio se manifiesta, en el perfume de una flor cultivada en el
desierto, o en los pétalos de una rosa joven, adormecidos sobre la piel más
suave de una nube inmaculada y blanca, donde se retenie la espera, el regalo
divino, la caricia prometida en la ascensión sublime de las almas conmovidas.
Surgen constelaciones nuevas y la luna regala una lluvia de poemas, para aquellos que aún buscan su
salvación definitiva en las horas tardías de la noche. Los destellos y los
reflejos brotan de las cosas más simples y se vuelven puente y orilla, y faro
recién encendido, y canto de gorrión sosegado, y tormenta avasallante, y sendero que
resuelve la encrucijada, un verso soñado en otra lengua, o una mano que
nos da la mano... y entonces, se derrumban las sombras al fin, abatidas en el
fragor de una lucha de todos los tiempos. Y aunque la victoria suene
fugaz, cae irremediablemente el velo que
oculta la calumnia universal, el embuste mayor de los cobardes. Brota en un
rincón la luz definitiva, se ilumina el
camino, y se desvanece la incertidumbre...
la belleza sublime de la creación alarga su abrazo y se manifiesta,
surge en la noche, infinito y salvador, el sueño de los lunáticos.
¿Quién soltó la palabra maldita? Infectando el aire de una tormenta
asesina, y mutilando así, el sueño de los débiles. ¿Cuál es el atajo siniestro
que descubrieron los malditos, para llegar, de una sola mordida, a rasgar el
corazón? ¿Cómo puede un puñado de palabras, arrojadas al azar tanto tiempo
atrás, habitar en el silencio,
agazapadas en la grieta hasta el día de hoy, y retornar en verso, convertidas
ya en este temido sangrado sublime? ¿Cómo se salvará esta herida, si nunca
ensayé la lucha? Desandar los pasos lleva hacia adelante, y retomar el camino
es provocación temeraria de alterar un giro, y desafiar lo escrito. El poema
queda en blanco, pero sus huellas se vuelven cicatrices, cada vez más
profundas.
¡Oh noche! ¡Oh refrescantes
tinieblas!
¡Sois para mí señal de fiesta
interior,
sois liberación de una angustia!
"El Crepúsculo de la noche";
C. Baudelaire
Cae el día, y muere. La caricia que salva llega crepuscular, engarzada
en sonidos noctámbulos y pasos lejanos. El viento golpea el cristal y deja
suspendida en el aire frío de la noche, una melodía ausente, de visiones
lejanas. Rostros de doncellas vienen a salvar las heridas de ayer, y se reanuda
el baile. Danzas nuevas conjuran un roce místico, mientras tenues amenazas se
retiran, vencidas y resignadas, a llorar su derrota incontestable. La fiesta es
total de puertas hacia adentro, y se cuela por las grietas la salvación que
aniquila el tedio y recompone el aire. Sin cruces ajenas que cargar, el cuerpo
sosegado se entrega, se recuesta en el vacío, y acepta la comunión que lo
integra con todo lo demás. El descanso llega inevitable y contundente.
Despertarán los dioses mañana con ademanes relajados y un regalo nuevo que se
adelantará en el tiempo, mutilando las agujas del reloj, y salvará la jornada.
Liberado de miedos y tensiones, me lanzaré con
pasos renovados, un día más, a la búsqueda de los caminos inciertos.
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