BENDITA SEA LA TURCA
Decidió interesarse en las Leyes de Mendelson. Buscó libros en librerías nuevas y viejas. Revolvió kioscos del parque hasta que encontró un libro viejo que las tenía. Fue al café de la esquina, pidió uno y se dispuso a leer. No pudo concentrarse ni siquiera en el índice del libro que estaba arrancado. Buscaba algo sobre los genes o factores dominantes y recesivos de la herencia. No era sencillo de entender.
Un montón de chicos gritaba y jugaban al fútbol. Pasaban autos y colectivos. Ruido de bocinas y motores. Cerró el libro, pagó el café y se fue al negocio de la turca. La Turca lo volvía loco y algo más- Le sonrió del otro lado del vidrio y fue correspondido. Se metió adentro del local con una excusa cualquiera y empezó a conversar con ella. Eran imposible tantas cosas lindas y juntas en una sola persona.
Extendió su conversación lo más que pudo en preguntas. Suerte que no entraba nadie. Estaban los dos solos. Volvió a mirarla otra vez y entendió las leyes de Mendelson sobre la herencia, sin haber leído nada; solo mirándola hasta quedarse bizco siempre que lo havía al pasar por el negocio de la turquita.
Tez blanca, apenas rosada, nariz justa y proporcionada a esa cara, con ojos celestes verdosos claros, pestañas negras y muy arqueadas, cejas tupidas, negras, cuello, busto, cintura, caderas, glúteos, piernas… una verdadera diosa, su justo arquetipo. Recién se enteró que su apellido era Favale y quería decir la favorita de Alá. En su sangre había mezcla de turcos, árabes, alemanes y paraguayos. Un hermoso crisol de razas con lo más dominante de cada una.
Al irse, dejó el libro sobre el mostrador para tener la excusa de volver a buscarlo al día siguiente. Ya no le interesaron las leyes de Mendelson y los factores dominantes y recesivos de la herencia. Ahora le interesaba Alá y la turquita. Ella le había conquistado el corazón y no se cansaba de mirarla y admirarla. Seguiría pasando por el negocio y conversando con ella. Volvería todos los días hasta que le diera una chance para salir juntos. Cuando dejó el negocio para volver otra vez más tarde, se dio vuelta y dijo:
-Benditos sean ella y Alá. Me conquistó el corazón. Espero que Alá ablande el de ella. Me mata. No aguanto más.
Decidió interesarse en las Leyes de Mendelson. Buscó libros en librerías nuevas y viejas. Revolvió kioscos del parque hasta que encontró un libro viejo que las tenía. Fue al café de la esquina, pidió uno y se dispuso a leer. No pudo concentrarse ni siquiera en el índice del libro que estaba arrancado. Buscaba algo sobre los genes o factores dominantes y recesivos de la herencia. No era sencillo de entender.
Un montón de chicos gritaba y jugaban al fútbol. Pasaban autos y colectivos. Ruido de bocinas y motores. Cerró el libro, pagó el café y se fue al negocio de la turca. La Turca lo volvía loco y algo más- Le sonrió del otro lado del vidrio y fue correspondido. Se metió adentro del local con una excusa cualquiera y empezó a conversar con ella. Eran imposible tantas cosas lindas y juntas en una sola persona.
Extendió su conversación lo más que pudo en preguntas. Suerte que no entraba nadie. Estaban los dos solos. Volvió a mirarla otra vez y entendió las leyes de Mendelson sobre la herencia, sin haber leído nada; solo mirándola hasta quedarse bizco siempre que lo havía al pasar por el negocio de la turquita.
Tez blanca, apenas rosada, nariz justa y proporcionada a esa cara, con ojos celestes verdosos claros, pestañas negras y muy arqueadas, cejas tupidas, negras, cuello, busto, cintura, caderas, glúteos, piernas… una verdadera diosa, su justo arquetipo. Recién se enteró que su apellido era Favale y quería decir la favorita de Alá. En su sangre había mezcla de turcos, árabes, alemanes y paraguayos. Un hermoso crisol de razas con lo más dominante de cada una.
Al irse, dejó el libro sobre el mostrador para tener la excusa de volver a buscarlo al día siguiente. Ya no le interesaron las leyes de Mendelson y los factores dominantes y recesivos de la herencia. Ahora le interesaba Alá y la turquita. Ella le había conquistado el corazón y no se cansaba de mirarla y admirarla. Seguiría pasando por el negocio y conversando con ella. Volvería todos los días hasta que le diera una chance para salir juntos. Cuando dejó el negocio para volver otra vez más tarde, se dio vuelta y dijo:
-Benditos sean ella y Alá. Me conquistó el corazón. Espero que Alá ablande el de ella. Me mata. No aguanto más.
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