domingo, 5 de junio de 2011

MARISA PRESTI


LA HISTORIA DE MARCOS

Era costumbre llamarlo al celular un poco antes del mediodía, pero sólo le respondió el contestador. Insistió, pero obtuvo el mismo resultado. Era extraño, algo que no le sucedía nunca. Trató de no preocuparse: Tal vez está en otra oficina y no lo escucha. A lo mejor tuvo que salir y lo olvidó sobre el escritorio, se dijo. Hizo tiempo tomándose unos mates; de pronto se le había ido el apetito. El sándwich de milanesa que había preparado quedó olvidado en el plato.
Sin poder evitarlo, entre sorbo y sorbo, no pudo dejar de pensar en sus temores respecto a la salud de Marcos. Hacía unos meses había tenido ciertos síntomas poco comunes, como aquella noche que se despertó sudoroso y excitado llamando a gritos a su madre.
Ansiosa, dejó el mate y volvió a marcar el número. La voz del contestador la devolvió a sus temores. Miró el reloj, había pasado más de una hora desde la última llamada. Dejó a un lado el mate y estuvo a punto de llamar al doctor Miranda, el médico que lo atendió cuando casi tuvo que llevarlo a la fuerza después de verlo caminar dormido por toda la casa. Le recetó unas pastillas que parecieron darle resultado durante un tiempo, pero dos noches antes, a la hora de la cena, le comentó entusiasmado que había estado con su madre toda la tarde. Su suegra había fallecido dos años atrás. Ella, sorprendida, no supo qué decirle.
De pronto, se dio cuenta que podía llamar a la oficina y preguntar por él, seguro que iban a poder responderle. Marcó los números con ansiedad: No, el señor Marcos hoy no ha venido por acá, ¿está enfermo? Sin saber qué decir, cortó. Pensarían que era una maleducada, pero el sólo pensar en lo que acababa de escuchar alertó todo su cuerpo inundándolo de miedo.
No quería pensar lo peor, pero la escena de un accidente se dibujó en su cabeza. ¡Dios mío!, casi gritó, ¡Marcos! ¿Dónde estás?
Empezó a caminar por toda la casa sin saber qué hacer. En el comedor miró la foto donde estaban juntos, y la angustia la hizo tirarse sobre un sillón a llorar. Estuvo así un buen rato, hasta que pensó que no había llamado a sus amigos, tal vez estaba con alguno de ellos y se distrajo sin querer. No eran muchos, apenas tres llamados le devolvieron la misma respuesta: Nadie lo había visto.
Se le ocurrió recorrer toda la casa, tal vez estaba dormido o se había desmayado. Al rato volvió a la cocina, era absurdo, ella lo había despedido con un beso como todas las mañanas.
Sin querer miró el reloj: las siete de la tarde. El tiempo había pasado en medio de su angustia y ella seguía llorando sin hacer nada positivo. Se culpó a sí misma y decidió llamar a la policía. Señora, le contestaron, hasta que no pasen veinticuatro horas no podemos tomarle le denuncia. Espere, tal vez su esposo se distrajo por ahí. Percibió la ironía, pero sabía que Marcos nunca le haría algo así. En diecisiete años de casados siempre fueron fieles el uno al otro.
Se tiró sobre el sillón. Las lágrimas volvieron, una tras otra, igual que el rítmico ruido del reloj que agravaba su angustia. No quiso, pero de pronto recordó las palabras que el doctor Miranda le dijo a solas la última vez: Si esto no mejora, le aconsejo que lo haga ver por un psiquiatra.
Exhausta, quedó adormecida, encogida sobre el incómodo sillón hasta que el ruido de la puerta de calle la despertó de golpe.
Marcos apareció frente a ella. Una larga barba blanca y el pelo totalmente canoso enmarcaban una sonrisa casi de niño: ¡No sabés, mi amor, lo que viví! Me llevaron unos extraterrestres y estuve en una nave fantástica … Preparáte un café que te cuento.

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