El estuche del cocodrilo
Daniel Moyano
*Hablemos ya de la naturaleza
del cocodrilo, animal que se pasa cuatro meses sin comer en el rigor del
invierno, que pone sus huevos en tierra y saca de ellos su cría y que, siendo
cuadrúpedo, es anfibio sin embargo." Heródoto, Euterpe LXVIII
Creo que
se habló demasiado sobre este asunto del cocodrilo que tenemos en casa. Tanto,
que todo lo dicho, a pesar de su volumen no agrega nada a un hecho cuya máxima
trascendencia es el hecho mismo. Y todo por desconocer la naturaleza íntima de
los cocodrilos, vale decir la naturaleza de una parte bastante drástica de la
realidad.
La mala
fama que teníamos en la ciudad se justificaba ahora por haber descubierto todo
el mundo la presencia del cocodrilo en nuestra casa. Mi tía Pina, que se empeña
en ignorar la existencia del animalito oponiéndole una calma fingida tuvo una
intersección con la rabia cuando vio la foto del cocodrilo en la primera plana
del diario. La rabia le alteró, quizás para siempre, alguno de los rasgos de
virginidad, que ostenta cuando camina a saltitos, habla por omisión o ignora al
cocodrilo. Es una vergüenza, dijo aferrada a su pañuelo, aunque le habíamos
explicado que el problema no estaba en tener un cocodrilo sino en que la gente
pensaba que eso no era normal.
La fama
no nos viene solamente de reclamar durante años a las autoridades sobre los ruidos
molestos (¿qué ruidos, si todos los ruidos son normales? Nos dicen siempre),
sino de nuestra permanente resistencia a las visitas y por la misma razón a los
amigos. No tenemos amigos porque cuando hubo que elegir entre ellos o él, por
respeto al abuelo elegimos el cocodrilo. Así que además de sospechosos somos
egoístas, y nos reprochan no integrarnos a ninguno de los clubes, grupos o
subgrupos que existen en la ciudad. Todos saben que es muy difícil entrar a
nuestra casa y que cuando alguien toca el timbre es cuidadosamente observado
desde aden tro por una mirilla que tenemos en la puerta principal.
El único
que tenía la entrada libre era don Misail, viejo militante del conservadorismo,
excelente persona, jubilado, con un astigmatismo de –6 dioptrías gracias al
cual siempre consideró que el cocodrilo era de aserrín. Cuando comenzó a usar
anteojos (Y justamente ese día al cocodrilo se le ocurrió acercarse al
conservador y olfatearlo), observó el fenómeno y explicó que acababa de
advertir, asombrado, que no se trataba de un cocodrilo disecado, si -no de un
juguete de material plástico. Menos mal, porque el descubrimiento de la verdad
hubiera sido terrible para él.
Nuestro
cocodrilo es brasileño, de cerca del lugar en donde está ahora Brasilia. Mi
abuelo, el contrabajista, que salió de Génova para Buenos Aires, se equivocó de
puerto y bajó en Río de Janeiro. Y de allí, sin quererlo, fue a parar a la
selva por equivocaciones burocráticas. Pero se adaptó. Le gustaba pescar
sentado a orillas del Amazonas, fumando una pipa. Un día puso la pipa y el
yesquero sobre un tronco verdoso, a saber, un cocodrilo. Cuando el animal abrió
la boca para bostezar, el abuelo, abandonado momentáneamente la distracción,
pudo advertir, por el hocico oblongo y la lengua pegada a la mandíbula de
abajo, que se trataba de un cocodrilo. Lo llevó a la casa y lo domesticó.
Cuando vino a la Argentina lo trajo disimuladamente en el estuche del
contrabajo, donde todavía duerme por las noches y, a veces, las siestas.
Nos
criamos familiarizados como el coco, turnándonos en las largas siestas de esta
ciudad sub-tropical, donde no hay ríos, para echarle un balde de agua de vez en
cuando y enfriarle un poco las escamas. Él formaba parte de nuestra vida
cotidiana. El abuelo, sentado bajo la parra, lo único que suele decir, cuando
no dormita, es que no nos olvidemos de mojar al coco. Papá todas las noches
antes de acostarse se fija para asegurarse de que esté dentro del estuche. Le
dedica el domingo íntegro, lo lava con jabón, le lustra la cola, lo hace jugar
con un pescado de material plástico. Mamá lo lava con jabón, le lustra la cola,
lo hace jugar con un pescado de material plástico. Mamá lo ignora, pero no lo
elude como la tía Pina. A veces, cuando se lo lleva por delante, hace gestos de
impaciencia, los mismos gesto que hace cuando el abuelo se pone a insultar a
este país en su dialecto. El abuelo, cuando lo ve demasiado quieto, le hace
cariños con la punta del bastón, le habla en portugués y se lamenta de que haya
perdido su color original y de las membranas natatorias de las patas. Papá
consiguió toda las historias que se han escrito sobre estos animales, incluida
una de Dostoievski. Recibe cartas con recortes de diarios y revistas, a veces
escritos en lenguas extrañas pero con algún dibujito de cocodrilos. Así ha
hecho una gruesa carpeta, especie de currículo del coco. El abuelo dice que son
todas mentiras porque según él la verdadera historia del cocodrilo es el
cocodrilo mismo.
Cuando
supo por los diarios que el cocodrilo era de verdad, don Misail no volvió a
nuestra casa, y perdimos el único amigo que nos quedaba. Tía Pina resolvió no
salir más a la puerta de calle y permanecer soltera (como si no lo hubiera
estado siempre) durante el resto de sus días en el fondo de la casa. En la
sección de cartas al director del diario local salen todos los días opiniones
de los habitantes de la ciudad sobre el caso de coco. La mayoría de la gente
nos ataca, y los pocos que nos defienden lo hacen en un sentido poético que nos
descoloca. Papá ni siquiera las lee y no quiere que las comentemos. Yo las
recorto y las guardo en la carpeta del currículo de Coco.
La
denuncia fue hecha por un vecino (uno de los más eficientes protagonistas de
los ruidos molestos) después de muchos acechos y consideraciones. Parece que
una noche que nos olvidamos de entrar al cocodrilo y lo dejamos en el patio (la
verdad es que hacía mucho calor, esa noche me tocaba a mí entrarlo, pero me dio
lástima y lo dejé para que tomara fresco), el vecino puso un aparato en la
tapia y grabó los ronquidos del coco, y levó la grabación a la Municipalidad,
donde dijeron que se trataba de los ronquidos de un monstruo. Después vino la
policía y tuvimos que aceptar la tenencia del animal. Entraron a sospechar
cosas, buscaron nuestros prontuarios, hurgaron nuestra biblioteca (compuesta
únicamente por libros sobre cocodrilos) y finalmente se llevaron al coco, que
fue sometido a un estudio completo por una junta de veterinarios. Cuando
comprobaron que se trataba de un cocodrilo y no de ninguna otra cosa, nos lo
devolvieron, pero mucho más flaco y menos anfibio que nunca.
Casi
todos los vecinos vinieron a solidarizarse con nosotros y ofrecernos ayuda,
pero mientras hablaban amablemente no dejaban de mirar con repugnancia el
increíble aspecto de reptil que tiene el coco. La tía lloraba encerrada en la
pieza del fondo. El comisario, que al fin y al cabo es un viejo amigo del
abuelo, nos visitó cuando terminó la investigación y nos dijo que
agradeciéramos su intermediación, “sino a estas horas el bicho estaría
convertido en cartuchera y botas para la tropa”. Después dijo: “lo que nos hizo
dudar también fue que el bicho no llorara en ningún momento. ¿De dónde saldrá
eso de las lágrimas del cocodrilo?” Ese es otro error de la gente, que ignora
que los cocodrilos no lloran nunca, explicó papá.
Siguiendo
los consejos de la policía y de los vecinos, ahora nos hemos hecho socios de varios
clubes y recibimos todas las visitas. La normalidad que en el fondo siempre
deseómamá parece que ha llegado por fin, porque la tía Pina salió ayer a la
calle, con un vestido floreado.
Un médico
que fue diputado hace algunos años y que de vez en cuando escribe en el diario
local, dijo en una de las cartas al director que todo este asunto había
significado para nosotros la Extracción de la Piedra de la Locura.
En
general, dicen que nos hemos liberado. Para no contradecir, ponemos cara de
libres, sobre todo cuando salimos a la calle o cuando nos visitan. Pero a decir
verdad, nos sentimos conde- nados, violados, vacíos.
El único
que no tiene problemas es el cocodrilo, que sigue la rutina iniciada hace
tiempo, mirando las luces con sus ojitos más bien tristes y, por su condición
de ejemplar desmesurado, siempre con la cola fuera del estuche.
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