jueves, 21 de mayo de 2020

Daniel Alarcón Osorio


Muerte  
Daniel Alarcón Osorio

El odio y el resentimiento le habían hecho mucho daño y ya una úlcera gástrica lo tenía amenazado con reventar si no cambiaba de pensamientos y hacía ejercicio, le indicó el médico, confirmado por el especialista y sugerido por amigos que no sabían de su secreto padecimiento.
Su imagen la tenía grabada, marcada en la sien y en silencio pronunciaba su nombre de forma ya inconsciente sin ni siquiera soñarla.
Tenía pesadillas despierto con sólo recordarla. En una madrugada urdió el plan para matarla.
No le quedaba otra. De lo contrario, quedaría burlado y su ego quedaría herido emocionalmente y quería curarse.
La llamó varias veces a su teléfono hasta que le respondió.
Educadamente la saludó y la invitó a reunirse en un lugar que ella conocía muy bien (Nais) y se sintiera segura y no sospechara nada.
Llegó primero, quería seguir mostrando sus finas y atentas maneras de caballero, cuestión que siempre apreció y halagaba ella.
Se vieron a la cara y se buscaron los ojos para mirarse, ver más allá qué significado tenía el estar frente a frente a escasos centímetros y pulgadas de ser uno solo; pero se encontraban separados por muchas y ambiguas razones que el amor no comprende a veces cuando se cierran los niveles de comprensión y de tolerancia y los caprichos son la absurda respuesta emocional que se brinda.
¡Hola!
¡Hola!
Se dijeron.
¿Cómo ha estado? Muy bien, gracias. Con deseos de verla de nuevo. ¡Muchas gracias!
La otra vez le llamé pero lo sentí muy enojado. ¿Estaba en una reunión? ¿Por qué me contestó así? Malo. Feo. Ninguna otra expresión de alegría aunque el tono de su voz y la sonrisa quería indicarle que también se alegraba de verlo, de tenerlo casi cerca de ella al tiro de sus brazos y posibles caricias de fuego.
Quería decirle tantas cosas, mejor llamó para que les tomaran la orden. Un refresco de fresas con leche que tanto le gustaba, y un desayuno cubano y guardar la línea, prefiero dijo ella con sonrisa de complicidad de la persona que atendía el pedido, gracias.
Mientras siguió midiendo el terreno y analizando la situación y encontrar el momentito adecuado para consumar su asesinato.
Ya vuelvo le dijo ella.
Regresó contenta a la mesa donde se encontraban reunidos.
Degustaron cada quien mientras sus miradas se cruzaban sin recelo, con picardía en ella; con rencor en él, pero lo estaba disimulando muy bien. Lo estaba haciendo mejor que un actor de esas horribles telenovelas mexicanas de televisión.
Al tener el ángulo adecuado de acción, ella le expresó ¿por qué se levanta? Me asusta. Disculpe, no es mi intención hacerlo, pero no se sentó.
Fue cuando se aproximó a ella. La sujetó sin violencia y la besó con pasión y dulzura en la boca y se marchó.
La mató de otra manera. Con amor.
Ahora es pastor y la venganza mata el alma y la envenena. Además, se predica con el sagrado ejemplo, ya que son mejores las venganzas dulces y así su úlcera cicatriza más rápido.




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