La consigna
Teresa Godoy
Viajaba
en el tren. Estaba de pie. Ningún asiento libre. Iba cansado, con los problemas
revoloteando y desmembrada cada sección del cerebro. Allá quedaba una de ellas
con la angustia vivida. Acá el rostro desencajado, el seño fruncido, las
piernas temblorosas, el corazón latiendo rápidamente. La espera es terrible,
estar atento si algún pasajero mostraba un pequeño o leve gesto de estar por
bajarse en la próxima estación. Que uno
mirara la hora, que otro se fijara por qué estación estaba por llegar el tren o
que alguien se tome del asiento de adelante como ya queriendo ponerse de pie.
Más ella, la memoria, quedó en aquella casa y sigue haciendo sufrir a la
distancia. Allí lo que más se escucha son gritos e insultos, malos tratos,
violencia y atropellos. Pero de los asientos de atrás y de adelante, nadie se
levanta. Todos tendrán boleto hasta Lacroze, seguro. El caos que está
sucediendo ha perseguido como un fantasma hasta el andén de Lemos. La formación
pasó por Lourdes. Desde el tren se ve la cúpula y la cruz encendida de la
Basílica. La señal de la cruz es la fuerza que da al pasar esa estación y
moviendo los labios como balbuceando una plegaria por lo que allá
acongoja. Es que en esa casa nadie
cambia o apaga la tele y a todos les gusta mazorquearse mirando noticieros,
programas de chusmeríos, policiales y a la noche películas de terror. Todo
atenta contra la salud y queda picoteando el cerebro y hasta después se sueña.
Aquella y éste se serenaron cuando el Urquiza llegó a destino: el encuentro de
amigos de tantos años, riéndose y contando anécdotas divertidas, porque la
consigna de siempre del grupo era dejar de lado casa, trabajo y política,
y ser uno, uno mismo…ser sólo yo.
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