De trenes y andenes
Rubén Amato
¿Dónde
termina la estación de trenes, dónde comienza?
Tal
vez estas rejas ya no dividen derechas de izquierdas, aunque la historia de los
movimientos sociales ya no le interese a casi nadie. La cuestión que esos
barrotes ya no detienen a nadie, porque un tren que llega son cientos de
historias presentes que arriban de ningún lugar y de todos al mismo tiempo.
La
estación es un espejismo custodiado por andenes.
Miramos
sin ver desde nuestra ventanilla. Nos bajamos con los ojos a recorrerla por un
rato, hasta donde lo permite la osadía. Hay quienes se bajan a destiempo de una
esperanza y quienes se dejan llevar mansitos por entre las promesas. Otros, esperan
bajar milagros en Santos Lugares y ve subir ramilletes de nomeolvides en Ramos
Mejía.
De
vez en cuando ves un beso que se arrebata en el estribo o ese otro beso nuevo y
apasionado que de alguien “de un saltito” se ha robado. Dónde comienza, donde
termina esa agradable sensación de infancia. Mientras el guarda viaja siempre
“de colado” y esos gendarmes dan más miedo que “los pungas” que andan
trajeados.
Más
allá, en la ventana de aquel bar de esa parada, lo ves al poeta que escribe
esta historia. Tanto calor que los durmientes parecen aflojarse los bulones
para liberar tanta “rosca” frente a los andenes que parecen jugar ajedrez pero
con fichas humanas.
Un
tiempo que no ha de volver y otro que jamás ha de llegar habitan en el lugar
cuando el pitido del tren comienza a desandar y al fin se empieza a mover.
Un
tren al partir despeina ese pastito salvaje que crece y crece entre las vías y
hasta en medio del cemento de los andenes, que trata de sepultar a una tierra
que sigue viva y llena de memoria por los viejos pero vigentes reclamos
populares.
Un
tren que parte en dos las horas pegajosas del atardecer un día cualquiera,
parecido a otros tantos.
Cuál
es el verdadero viaje: el del que está en la formación o el del que todavía no
sacó boleto.
O
será que el viaje es el paisaje, siempre en sentido contrario a nuestros deseos
empecinado en llegar a ningún lugar y a todos… a la vez.
¿Será
cierto aquello de que “el verdadero viaje es aquel que todavía no hicimos”?
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