El cura llegó tres días después
Celia Elena Martínez
Después
de mucho vagar el joven llegó a la Capital. Viajó en diferentes medios siempre
a dedo o colado, siempre con su mochila sobre las espaldas. Paraba micros
pidiendo que lo llevaran sin pagar, había salido del pueblo con dinero sólo
para comer, algunos de los conductores se negaban, la mayoría no, subió a
autos, camiones, furgones de tren…
Su
destino era la gran ciudad, en busca de su padre a quien no conocía.
En
uno de los camiones iba un muchachito de blancos dientes, quien estaba en la
parte de atrás donde él también ascendió, miró al chico y sonrió. Pararon en
una fonda de camioneros, hacía frío pero el fuego crepitaba en la estufa,
mientras se calentaban cerca del calor pidió en el mostrador sucio un sándwich
y café con leche, los camioneros pidieron una grapa, uno de ellos borracho se
levantó tambaleante de la silla. Había anochecido, salieron, en la calle
reinaba el silencio, sólo ladridos lejanos y una que otra lucecita en el
caserío lejano. El adolescente que había quedado adentro quiso tocar a un felino
pero el gato recogió sus patas al desconocerlo.
El
muchacho cuando por fin llegaron a la metrópoli se alojó en un mugriento
hotelucho cercano a la dirección que llevaba. Preguntó por Miguel Saravia y le
dijeron que fuera a la Iglesia, que allí sabían de él. Ya allí le dijeron que
no estaba en ese momento, que había viajado al interior, que volvería en unos días.
Lo
esperó. Miguel Saravia, el cura, regresó tres días después, él era su padre.
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