viernes, 18 de enero de 2019

Carlos Margiotta



Esa mujer 
Carlos Margiotta

El hombre salió de su casa y tomó el colectivo que lo llevaría  a la estación Federico Lacroze, como todos los sábados.  Allí tomaría el tren para ir a visitar a su amigo que estaba internado en un hogar de adultos mayores hacía varios años. A pesar de la molestia que le ocasionaban esas visitas, sentía que no podía abandonarlo después de haber compartido la escuela, el barrio y la vida.
Cuando el tren se detuvo en la estación Lourdes había empezado a llover. Abrió el paraguas y descendió por al anden hasta la ancha avenida. Caminó las cuatro cuadras que lo separaban del lugar tratando de no mojarse los pies. Entró por la amplia puerta de rejas y atravesó el gran parque lleno de plantas y árboles que terminaban en la casa principal.
El recuerdo de aquella noche cuando Mercedes, la hija su amigo, lo llamó desesperada se Iba perdiendo poco a poco en su memoria. “… ¿Podes venir?, la policía lo encontró tirado en la calle… Ayudame, lo quiero llevar a casa”. Había dicho.
Las chicas de recepción lo saludaron con la amabilidad de siempre. “Buenos días, el señor lo está esperando en el comedor”.
Mientras se dirigía al gran salón rodeado de ventanas por las que veía el jardín creyó ver a una nueva habitante del lugar. La mujer estaba sentada en una silla de ruedas y su imagen llamó su atención. Alta, de pelo blanco y enrulado que caía sobre su espalda. El hombre se detuvo un instante para observarla mientras su amigo agitaba las manos para indicarle el donde se encontraba.
La cara de la mujer de unos 70 años estaba sembrada de pecas entre las cuales brillaban unos enormes ojos celestes. Era hermosa, como aquella, (pensó)  al ver esos ojos irrepetibles se le arrugó el corazón.
“Tiene un Alzheimer precoz para su edad, hay que medicarlo y contenerlo hasta que se de cuenta que no puede andar solo por las calles y de que necesita de la compañía de otros. Podrá mejorar un poco pero la enfermedad es progresiva”. Había dicho el médico después de los primeros análisis donde sus hijos decidieron la internación.
Detrás de la mesa se abrazaron y comenzaron una larga conversación entrecortada por la ausencia de palabras y los fragmentos incoherentes de los recuerdos mal recortados por el tiempo.
El hombre se sentó a varios metros de distancia frente esa mujer, y no dejó de mirarla. (¿Es ella?). Después compartirían el almuerzo con su amigo mientras la charla se iba desvaneciendo hasta el momento obligado de la siesta.
Frente a la ventana, ella veía como se escurría el agua por los vidrios. Hacía gestos con las manos y movía los labios como hablando. Él la siguió mirando por encima de los hombros de su amigo hasta que en un momento una mueca reconocida de sus labios parecíeron decirle como entonces: “Dame un beso”.
Terminaron de almorzar y después del café empezaron los bostezos. “Me voy a dormir Negrito, sos el único que me visita”. Le dio una palmada en la espalda y se acercó al hall de entrada para saber las novedades en el estado de salud de su compañero. “Todo normal, esta estable”, dijeron.
Se sentó en uno de los sillones del hall de entrada para adormecer el impacto inesperado de aquel encuentro y respiró hondo. Tenía la certeza que esa misteriosa y bella mujer había sido el amor de su vida. Nada es casual, todo el universo concurre en un instante cuando el deseo es muy fuerte.
Sabía que esa mujer le ocuparía el pensamiento y la pasión por  el resto de sus días.
En el viaje de regreso en tren la lluvia se convirtió en diluvio, y el ayer se le apareció de repente mojando sin compasión los años setenta, la facultad, la militancia, el regreso de Perón, y aquella enrulada cabellera  pelirroja desparramada sobre su espalda desnuda, tan bella y tan amada.
En la semana buscó noticias, antecedentes, fotos, testimonios, alguna pista que le devolviera la noche cuando se la llevaron detenida a la salida de la facultad. Pero todo fue en vano. A los pocos años la Justicia la dio por desaparecida.
Todavía conservaba la lapicera con la que escribió su número de teléfono y la bufanda color camello que ella le regalara aquella noche fría después de acostarse por primera vez.
El viernes no pudo dormir. La inquietud de volverse a encontrar con ella le hizo imaginar múltiples formas de acercarse, de tomarle la mano, de mirarla a los ojos para reconocerse, hasta de besarla.
El sábado amaneció luminoso, la primavera entraba en su apogeo. Cuando llegó al Hogar, su amigo estaba recostado sobre una reposera en el jardín de la casa. Miró alrededor buscándola pero no la vio. Trajo una silla de mimbre para sentarse  a su lado y le entregó el último número una revista de ciencias que le regalaba todos los meses. El amigo había sido un cotizado ingeniero electrónico especializado circuitos y decía que el Hogar era un sitio ideal elaborar diseños. En su pieza tenía una pequeña computadora donde, decía, trabajaba seis horas por día. El hombre no lo contradijo, siguiendo los consejos del médico.
Cuando sonó el timbre recogieron sus cosas y entraron a la casa para dirigirse al salón comedor. Allí, frente a la ventana estaba ella mirando el paisaje donde amanecían las flores. Buscaron la mesa de siempre y el hombre se sentó enfrente para volver a observarla como la última vez. La mujer gesticulaba y movía los labios y cada tanto parecía girar la cabeza para mirarlo. Después una asistente del Hogar se acercó con un plato con el almuerzo y le dio de comer en la boca con una cuchara. 
Antes de despedirse de su amigo el hombre saco el celular del bolsillo del pantalón y le mostró las imágenes de sus nietos. Después le saco fotos del lugar donde atravesaba el sol y de la mujer. Esperó que el salón se desocupara y se acercó a ella, giro la silla de ruedas para verla de frente. “Te acordás de mi”. Ella levanto la vista sin mirarlo. Él tomo sus manos entre las suyas y no pudo resistirse a darle un beso en la mejilla.
Así se quedaron un largo rato. Los ojos celestes se fueron empañando lentamente.
Cuando el hombre dejó su asiento para despedirse hasta el próximo sábado escuchó una voz que le decía. “Te extrañé mucho negrito” 




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