viernes, 18 de enero de 2019

Silvia Bennoun




                                              Despierta ya 
                                                Silvia Bennoun

Escúchame, te voy a contar una historia para que cuando nos volvamos a ver, no estés tan perdida y sientas cómo una parte del alma escapó al abismo de lo imposible.
Era una niña; todavía jugaba con muñecas y andaba abrazada a una almohadita sin lavar para poder dormir.
Creció entre las paredes de su hogar y la escuela, entretenida con sus juguetes y sus libritos románticos como mujercita, Heidi y no recuerdo los demás.
Desde la pubertad tuvo varios niños rondándola como mosquitos que su madre mantenía distanciándolos porque no correspondían a su nivel social.
Le compraban perfumes y se lo daban por el vidrio abierto de la puerta de su casa. Y cuando su mamá los veía los espantaba haciéndole devolver el regalo. Coqueteos inocentes de esos tiempos que colmaban el alma de fantasías de amor.
Una mujercita estaba floreciendo con el encanto y la frescura que a esa edad relucía sin maquillaje. Belleza natural. Alguien muy especial.
En esa época Buenos Aires era un lugar de trabajadores, de fábricas y de "Mi hijo el Dotor". Se requería esfuerzo sostenido, estudio, trabajo y así se lograba subir en la jerarquía social.
Me gustaría mostrarte una foto de esa época, pero eso será cuando la encuentre y cuando nos volvamos a ver.
La niña crecía pero con una madre que luego de una separación, entró en un estado donde miraba a través de la ventana sin ver. Había emprendido un viaje por el mundo de la inconsciencia, dejándola huérfana de amor.
La escuela era para ella un lugar para estudiar y para drenar esos dolores que la horfandad le producía. Resguardo del alma que no quería caer en el abismo de la soledad.
Allí lo conoció. Era el menor de una familia pobre, muy pobre. Vivía en una casa precaria del suburbano bonaerense. Estudiante, loco y soñador. Un año mayor que ella. Ojos claros y piel oscura.
Ella adivinó su estado de ánimo antes que él pudiera ver su mirada profunda, y con la sabiduría del mundo contenida en cada parpadeo, le dijo: -Hola, soy Isis. -Hola, soy Hernán, le contestó.
Ahí, en ese momento, con 14 años una corriente de aire fresco hizo que aspire y sienta estremecer el cuerpo. Algo que nunca antes había vivido. Algo llamado a convertirse en amor adolescente que rompe con toda las normas, con toda la ortodoxia, con todos los códigos existentes. Como todo amor.
Al día siguiente, Hernán la invitó a salir después de la escuela. Nerviosa, radiante y bella.
Se encontraron a la vuelta de la escuela, bajo un frondoso árbol de hojas verdes que fue testigo fehaciente de ese primer beso cargado del placer de la juventud que traía toda la esperanza de un futuro prometedor.
-Hay un cielo azul lleno de estrellas jamás vista, dijo Isis.
-Una de esas estrellas brillantes sos vos, dijo Hernán. Mientras volvía su cara para descubrir esos labios llenos de placer.
Sintió el perfume encantador de su piel y lentamente hundió su boca en su cuello. Luego siguieron caminando tomados de la mano.
Quedaron en encontrarse al día siguiente.
Isis, brillaba como el sol recordando ese instante mágico donde le era casi imposible separarse de él y dando alguna forma a su devastación.
Hernán, soñó con un reencuentro amoroso, con el extrañar y no saber porque.
Se había creado entre ellos un espacio único, donde más allá de las palabras, sus cuerpos se atraían gritando por un abrazo y algo más.
Se volvieron a ver y todo lo imaginado se hizo realidad bajo la luna y sin más.
Despacito fueron conociendo sus cuerpos que se encendieron en deseo. Sus manos sembraban dulces caricias. Y dispuestos gozaron juntos en un primer placer interminable.
A la mañana siguiente ya en la escuela, su cabeza daba vueltas emborrachada de amor.
 Imposible entender las explicaciones que la profesora de matemáticas daba. Día tras día continuaron encontrándose en ese lugar que vio luego de unos meses, crecer en sus entrañas infantiles aún, el producto de ese amor intenso adolescente único en la vida de Isis y Hernán.
Isis, bajo la ducha tomó la más importante decisión a sus 14 años, continuar con ese embarazo a pesar de las amenazas de su madre de no quererla más sino abortaba.
Huyó de ella y fue a vivir a esa casa precaria pero llena de alegría, que Hernán compartía con su madre y su hermana.
Apaciguada su orfandad en una nueva familia que la recibió y la alojó junto con su embarazo.
Pasado el tiempo, nació Tiago. Para Isis fue lo más bello que vio jamás, enamorándose en ese mismo instante de quien sería su amor eterno.
Al nacer Tiago presentó un virus que lo tuvo internado durante dos meses. Isis con sus 15 años recién cumplidos pero ya con esa capacidad innata de ser madre deseante, permaneció junto a él noche y día. Cuidando, abrazando, protegiendo a ese bebé pequeño vulnerable, tanto como ella.
Juntando todas sus partes rotas por el dolor de ver a su hijo enfermo, abrazándolo, acunándolo y acunándose cual criatura que decidió crecer rápidamente. Pasando de sus muñecas de trapo a la responsabilidad de su vida y de otra, orfandad por medio que se hizo presente con toda la fuerza de la primera vez. Pero ahora con la esperanza de un futuro mejor.
Esta es la historia que quería contarte para que sepas, con ese saber que sólo el dolor da, que es posible superar todos los obstáculos porque sólo lo que necesitas es Amor.
Cuando despiertes vas a ver la foto y vas a leer esta historia. Esto va a ser cuando nos volvamos a ver. Despierta ya.

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