¿Por qué escribo?
Teresa Godoy
Siempre
fui muy observadora de los objetos, de las personas, de sus dichos, de la
naturaleza y su belleza. Sabía que no podía quedar en esa simpleza: la de
observar. Necesitaba responder, describir, opinar, hacer una crítica. No
únicamente pensarlo, sino de alguna manera decírselo “ante quién corresponda”,
que sepa, lo que siento, lo que pienso de las distintas situaciones que me
movilizaban. Mi mente explotaba de contener esas expresiones amontonadas
deseosas de filtrarse de alguna manera, y que llegue al destino correspondiente.
¿Por qué no las decía? Muchas veces lo intenté. Pero siempre había un impedimento.
Me sentía como una fuente que estaba
llena de agua en su interior, con la llave de paso abierta, pero que una
gran mano la tapaba para que no fluya. Y
al final hallé el punto, mi meta era que
salga fuese como sea y encontré una
fuerza interior que arrasó con ese obstáculo. ¿Quienes me ayudaron?
Especialmente mis amistades que me escuchaban, que leían mis trabajos, y
ponderaban mi modo de hacerlo: “Amiga, escribí un libro, o mirándome a los ojos
me decían muy seriamente: “qué bien que escribís”. Y yo pensaba ¡sí, es lo que
deseo! Es la forma de hacer salir lo que guardaba mi cerebro y todo ese empujoncito que tuve, pasó por mi corazón y ahí me di cuenta que sentía
felicidad con sólo imaginarlo. Fue así que comprobé que mi plan para ser feliz
era éste: que conozcan tanto lo que siento como aquello que quiero que sepan, y
que no lo tengo que guardar en mi mente, tiene que pasar por mi alma y por fin,
lo tengo que escribir.
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