La película
Marta Becker
Martín
Alvarado, el director de cine, es famoso por sus películas y en especial por
poner gran atención en su ambientación. Debido a este último detalle, ha
recibido varios premios.
Tiene
en preparación un nuevo film, una historia bastante lúgubre y enredada, y para
situarse mejor en el mismo necesita vivir algunas experiencias sensoriales y de
ambiente, motivos que lo llevan una noche de lluvia hasta el cementerio público
de la ciudad.
Si
hay que pensar en un tiempo malo, esa noche es el peor. No tiene problemas para ingresar ya que las
puertas han sido sacadas de gozne por los ladrones de tumbas y no hay nadie que
cuide la entrada. Los relámpagos iluminan fantasmagóricamente las sepulturas -
algunas de ellas destruidas por el paso de los años, otras con faltantes
ocasionados por los robos- y unas pocas
estatuas que al recibir la luz se engrandecen en la sombra.
Alvarado camina por el camposanto sin rumbo fijo,
envuelto en un viejo capote de lona y
protegida su cabeza por un sombrero que hace agua. Pisa charcos y en un momento
resbala en el barro y casi cae en un foso preparado para recibir al próximo
cajón. Se agarra a tiempo de un pequeño paredón de mármol y así evita la caída,
pero no la sensación de miedo al pensar que podría ser él el muerto.
El
cielo llora sin lástima y los truenos sacuden la noche. El director sigue por
entre las tumbas. Al cabo de un rato percibe que no está solo, es algo que
supera el agua, los ruidos y el centellar de los relámpagos. Un olor fétido,
repugnante, invade la atmósfera. De
diferentes lugares surgen
cuerpos, más bien los huesos que forman los cuerpos –su imaginación los arma y
cubre de humanidad- y se acercan con movimientos suaves, lentos, insinuantes.
Se
lamentan. Gritan. Piden. Ruegan.
Todos
juntos. Una cacofonía desesperada.
Martín se protege instintivamente la cara con ambos
brazos mientras pregunta ¿qué quieren?
Que
cuentes nuestra historia, gritan. A mi me asesinaron, a mi me diezmó la enfermedad,
yo morí por amor, a mi me ganó la vejez, abandonado, reclama cada uno y todos
al mismo tiempo. Cuenta cada historia, está sólo en tus manos hacerlo, no nos
abandones, no permitas que vaguemos en el anonimato. Y bailan alrededor del director, que sacude en
un intento inútil los brazos para ahuyentarlos.
Aparece
una mujer de belleza indescriptible y el frenesí se calma. Tiene luz propia en
medio de noche tan aciaga. Sobre su
larga cabellera brillan estrellas y las ropas etéreas dejan entrever sus formas
voluptuosas. Con un leve movimiento de las manos ordena a todos que se retiren,
que vuelvan a sus lugares, y así establece que el hombre es sólo de ella. Para
ella. Con ella.
Tan hermosa, tan poderosa. Y tan
siniestramente peligrosa, piensa Martín,
mientras busca con la vista un espacio para escapar.
Tiene
miedo. Está paralizado.
Un
rayo lo hace reaccionar y corre como un poseído mientras la mujer ríe. La risa
lo persigue. Llega a su casa, donde se siente por fin a salvo. Se convence que
superó la situación, y está satisfecho con las experiencias vividas, después de
todo, es lo que fue a buscar para armar su trabajo.
Martín
Alvarado está en plena filmación de su nueva película cuando siente un dolor
muy fuerte en el pecho. Alcanza a ver a la bella mujer del cementerio, que le
sonríe mientras le extiende sus brazos.
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