lunes, 20 de agosto de 2018

Marta Becker



  La película 
Marta Becker

Martín Alvarado, el director de cine, es famoso por sus películas y en especial por poner gran atención en su ambientación. Debido a este último detalle, ha recibido varios premios.
Tiene en preparación un nuevo film, una historia bastante lúgubre y enredada, y para situarse mejor en el mismo necesita vivir algunas experiencias sensoriales y de ambiente, motivos que lo llevan una noche de lluvia hasta el cementerio público de la ciudad.
Si hay que pensar en un tiempo malo, esa noche es el peor.  No tiene problemas para ingresar ya que las puertas han sido sacadas de gozne por los ladrones de tumbas y no hay nadie que cuide la entrada. Los relámpagos iluminan fantasmagóricamente las sepulturas - algunas de ellas destruidas por el paso de los años, otras con faltantes ocasionados por los robos-  y unas pocas estatuas que al recibir la luz se engrandecen en la sombra.
Alvarado  camina por el camposanto sin rumbo fijo, envuelto en un viejo capote de lona  y protegida su cabeza por un sombrero que hace agua. Pisa charcos y en un momento resbala en el barro y casi cae en un foso preparado para recibir al próximo cajón. Se agarra a tiempo de un pequeño paredón de mármol y así evita la caída, pero no la sensación de miedo al pensar que podría ser él el muerto.
El cielo llora sin lástima y los truenos sacuden la noche. El director sigue por entre las tumbas. Al cabo de un rato percibe que no está solo, es algo que supera el agua, los ruidos y el centellar de los relámpagos. Un olor fétido, repugnante, invade la atmósfera. De  diferentes lugares  surgen cuerpos, más bien los huesos que forman los cuerpos –su imaginación los arma y cubre de humanidad- y se acercan con movimientos suaves, lentos, insinuantes.
Se lamentan. Gritan. Piden. Ruegan.
Todos juntos. Una cacofonía desesperada.
Martín  se protege instintivamente la cara con ambos brazos mientras pregunta ¿qué quieren?
Que cuentes nuestra historia, gritan. A mi me asesinaron, a mi me diezmó la enfermedad, yo morí por amor, a mi me ganó la vejez, abandonado, reclama cada uno y todos al mismo tiempo. Cuenta cada historia, está sólo en tus manos hacerlo, no nos abandones, no permitas que vaguemos en el anonimato. Y  bailan alrededor del director, que sacude en un intento inútil los brazos para ahuyentarlos.
Aparece una mujer de belleza indescriptible y el frenesí se calma. Tiene luz propia en medio de  noche tan aciaga. Sobre su larga cabellera brillan estrellas y las ropas etéreas dejan entrever sus formas voluptuosas. Con un leve movimiento de las manos ordena a todos que se retiren, que vuelvan a sus lugares, y así establece que el hombre es sólo de ella. Para ella. Con ella.
 Tan hermosa, tan poderosa. Y tan siniestramente peligrosa,  piensa Martín, mientras busca con la vista un espacio para escapar.
Tiene miedo. Está paralizado.
Un rayo lo hace reaccionar y corre como un poseído mientras la mujer ríe. La risa lo persigue. Llega a su casa, donde se siente por fin a salvo. Se convence que superó la situación, y está satisfecho con las experiencias vividas, después de todo, es lo que fue a buscar para armar su trabajo.
Martín Alvarado está en plena filmación de su nueva película cuando siente un dolor muy fuerte en el pecho. Alcanza a ver a la bella mujer del cementerio, que le sonríe mientras le extiende sus brazos.


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