POR UN CAFÉ
Teresa Godoy
Era
muy tarde, ya entrada la noche.
José,
casado, 4 hijos y suegra con asistencia perfecta en su hogar que hacía de éste
una conjunción de peleas y discusiones. Llegó el día… mejor dicho, una noche
que no la pudo soportar más, menos con los incidentes que seguían en su casa
por su participación activa en los mismos. Quería escapar de allí. Miró el
pasillo largo de su casa, y sin que lo notaran, se animó y salió sigilosamente
hacia la calle. ¡Pucha, esta puerta siempre chilla, susurra, y todavía siento los gritos en mi cabeza! Se dijo.
Noche
oscura. Ni un alma en las calles, camina por sus rotas veredas, ni un auto
alguno por sus calles en el empedrado lleno de baches.
José
camina y arrastra consigo la angustia
por lo vivido. ¡Todos los bares cerrados! ¡Allí podría relajar mi alma!
Canturrea.
Sigue
caminando y a unas cuadras ve unas luces. Es un barcito casi en penumbras.
Llegó
muy cansado y observó que sólo hay una mesa ocupada por una pareja. Entró casi
sin ganas y furioso por la escapada de su casa.
El
dueño le grita: ¡No, ya estamos cerrando!
-
Pero, déjeme un rato nomás, señor, contesta extenuado, para que lo deje entrar,
sólo tomaré un café en la barra.
No
quedaba ni una mesa disponible, todas las sillas estaban patas para arriba
sobre las mesas, así, como estaba la casa de José.
Aún,
no se le puede juzgar, ni por bueno ni por malo. Hay que escuchar todas las
campanas.
Los
mozos rezongan, pero le llevan el café. Luego, sacan la basura que se juntó
durante el día.
Así
ha de sentirse el desafortunado José que salió de su casa como sacan algunos la
basura a la vereda por la noche, mirando
para todos lados, si lo hacen fuera del horario establecido.
El
café lo reconforta, pero el buen aroma de ese café se confunde ahora con el
olor de los trapos que usan para la
limpieza y el polvo que levantan al barrer.
La
pareja que aún allí estaba, comienzan a mirarlo con disimulo. Es que lo conocen
y saben de su dramática situación. Ellos han escuchado todas las peleas durante
muchos años, la de los vecinos, la de la familia y la de ellos personalmente. Y
murmuran casi para que los escuchen: “No es la primera vez que sale como rata
por tirante, este don José, cada dos por tres se manda una macana” . La pareja
paga la cuenta y queda desierto el bar.
El
dueño le pide al hombre de la barra, que pague y se retire. José pagó
insultando, y no le quedó otra alternativa que caminar hacia la plaza y
juntarse en con los cartoneros del Barrio.
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