Confesiones
Liliana B. La Greca
Una
y otra vez me descubro dispuesta a perdonarte. Repaso en mi mente con callada
certidumbre cada ausencia, cada llegada postergada, cada gesto omitido.
Arrimo
mi alma a tu mirada perdida, dibujando quien sabe qué secreto y descubro sin piedad
que allí no están mis momentos plenos, ni tu sonrisa cierta, ni mis mañanas, ni
siquiera el camino.
Cómo
seguir entonces.
Cómo
volver a creer en un te quiero olvidado en ese pedacito de historia.
Te
espero.
Amanece,
y mis ojos cansados de tanto desencuentro busca el consuelo del sueño para no
estallar otra vez.
Cuando
la palabra se espesa hasta diluirse y la magia del creerte un sin sentido,
apuesto al milagro una vez más y desespero.
Respiro,
me digo, y suspiro el cansancio del resultado recurrente y testarudo que desmorona
cada por qué.
Amanece.
Un rayito de sol apenas perceptible se filtra por la ventana y llega justo
hasta mí como un dardo agudo que regenera mi alma blindada por tanto olvido.
Imágenes
aladas se concentran en forma de recuerdos y me empujan hacia arriba desde el
vacío. Y me escucho susurrar un “te perdono”.
Extraña
sensación de ensueño.
Y un
nuevo envión desmenuza los motivos del fracaso y teje esperanzas con
hilos de sueño, para poder simplemente vivir en ti.
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