sábado, 26 de mayo de 2018

Jenara García Martín


                         Desde una cafetería (I) 
Jenara García Martín

Era un día Lunes. A esa primera hora de la mañana, aún el sol no brillaba en su plenitud a causa de las nubes bajas, muy común en un día otoñal.  Entré en una cafetería a desayunar, como es mi costumbre cuando hago el primer turno  en la imprenta, y paseé mis observadoras pupilas por los clientes madrugadores. Entre las mesas ocupadas, me detuve en una ubicada cerca de la gran vidriera que da  a la calle.
El ocupante era un joven de unos 20 años. Frente a él un pocillo de café que saboreaba con lentitud. Afilado de cara. Cabellera de corte prolijo de tono  rojizo, hacía que destacara la blancura de su piel.  Por su actitud estaba ajeno a todo el entorno, absorto en la lectura de las noticias del diario. Algo le llamó poderosamente la atención, puesto que la palidez de su rostro puso en evidencia que ese artículo le había afectado.
Mi vista se desvió hacia la vereda de enfrente y divisé a un agente de policía,  que disimuladamente observaba  la cafetería. No sé por qué grabé en mis retinas sus proporciones atléticas:  estatura como de 1,80; de unos 40 años;  de tez trigueña y por la gorra no se podía precisar  el color del cabello. Mi  incorregible curiosidad, me impulsó a seguir sus movimientos.  Recibía instrucciones (…) a través de un transmisor, sin que él respondiera.  No lo podía relacionar con un estudioso de esa sociedad de árboles que destacaban su desnudez en la vereda por la estación climatológica, o que estuviera destinado a controlar los peatones que esperaban al autobús en la esquina, o el movimiento de la Ciudad a esa hora matinal. En fin, que a pesar de que se desplazaba tres o cuatro pasos con firmeza y ritmo, mi teoría de improvisado investigador me  decía que su objetivo era la cafetería, pues su miraba no la desviaba. Debido a mi obsesión de vigilar al misterioso policía me distraje.
Me había perdido la actitud del joven de la otra mesa.  Me concentré de nuevo en él. Ahora estaba hablando solo, aunque tenía un celular sobre la mesa,  y en un volumen de voz que yo podía escuchar con claridad ciertas frases, entrecortadas:     
- ¡Entonces, es cierto, (…)  el diario! ¡ La pata izquierda! - Hizo un silencio y prosiguió expresándose casi en susurro y  aflicción,  pero yo podía entenderle.
 - ¡“Alado”  No volverá a correr!...  Ese caballo  forma parte de mi vida. Y si lo tienen que sacrificar, mi vida se va con él. Lo vi nacer, cuando yo  ya era jinete. Lo preparé para  campeón y  lo logramos juntos. Los apostadores vitoreaban su nombre mientras corríamos. Era el mejor. Se quedaban sin boletos. 
Hablaba como si estuviera contándoselo a otra persona y lo expresaba  con mucho sentimiento y sin levantar la vista del diario  seguía con sus comentarios…
-Y…ahora,  ya  seremos dos ausentes en la pista,  no seguiré una carrera más. Mi ausencia ayer en el hipódromo fue un aviso. Si hubiera estado presente, no sé cómo hubiera reaccionado-. Pagó al mozo y se retiró  con el rostro desencajado -No puede haber sido accidente. Como no lo fue cuando volé yo. También  entonces “Alado” llegó primero a la meta, pero a él no le afectó el acercamiento del otro jinete. Tengo que investigar qué jinete lo montaba  y tengo que salvarle-, y cruzó  la calle.
El mozo se dio cuenta que yo le observaba al retirarse de la cafetería, y me dijo. “Fue un gran jinete y al final de una gran carrera montando al campeón, “Alado” que ganaron por una cabeza,  cayó del caballo y debieron amputarle una pierna. Usted habrá observado que camina con cierta dificultad y su baja estatura. Debe estar desolado al leer la noticia del diario. “Alado” ha tenido un accidente y se ha quebrado una pata y ya sabe cuál es el destino final de un caballo que ya no puede correr, aunque haya sido campeón, y el jinete tiene  una pierna bastante dañada.
-Ahora comprendo- respondí  pensando en ese joven ex - jinete.
Cuando volví a dirigir mi vista a la vereda de enfrente, el policía ya no estaba en ese lugar. Sin poder resistir mi curiosidad, apresurado salí a la calle.
Los dos habían desaparecido.  Pensé que se habían ido juntos. Algo les había conectado. Con el apoyo del Policía llegó con más rapidez a la Veterinaria.
Volví a la cafetería y pedí el diario al mozo. Leí el artículo completo. Había sido la carrera más importante de ese domingo.  Con detalles destacaban el comportamiento de “Alado” durante toda la carrera. Siempre a la cabeza. Pero cuando ya estaba por llegar a la meta, otro jinete se le acercó demasiado y el jinete de “Alado” que casi estaba de pié se sujetó a las bridas del aparejo y cayeron  pero después de cruzar la línea de la meta  y ganar la carrera. El auxilio fue inmediato. Las consecuencias de ese accidente o incidente, relataba el diario: El jinete, tenía la pierna derecha quebrada  y “Alado” la pata izquierda delantera. Para ambos era el final de su carrera, y  hacían referencia a otro accidente que había sufrido hacía un año, cuando le montaba uno de los mejores jinetes, con quien no había perdido ninguna carrera. Y agrega la nota periodística que le decían el “POTI” y que  no pudo volver a montar. “Alado” siguió corriendo, pero el POTI, sólo puede observar las carreras y apostar por su caballo favorito, puesto que debieron implantarle una pierna ortopédica.
La historia de “Alado” y Poti no termina aquí. POTI, llegó a la Veterinaria  que funciona en el hipódromo junto con el Policía y apoyado por un criador de caballos,   logró que a “Alado” lo trasladaran  a su  granja y le salvaron la pata y por lo tanto la vida. No volvió a correr en la pista, mas con POTI a su lado lo incluyeron entre los caballos pertenecientes a la Escuela de Instructores para montar,  y lograron volver a trotar juntos.

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