Desde una cafetería (I)
Jenara García Martín
Era
un día Lunes. A esa primera hora de la mañana, aún el sol no brillaba en su
plenitud a causa de las nubes bajas, muy común en un día otoñal. Entré en una cafetería a desayunar, como es
mi costumbre cuando hago el primer turno
en la imprenta, y paseé mis observadoras pupilas por los clientes
madrugadores. Entre las mesas ocupadas, me detuve en una ubicada cerca de la
gran vidriera que da a la calle.
El
ocupante era un joven de unos 20 años. Frente a él un pocillo de café que
saboreaba con lentitud. Afilado de cara. Cabellera de corte prolijo de
tono rojizo, hacía que destacara la
blancura de su piel. Por su actitud
estaba ajeno a todo el entorno, absorto en la lectura de las noticias del
diario. Algo le llamó poderosamente la atención, puesto que la palidez de su
rostro puso en evidencia que ese artículo le había afectado.
Mi
vista se desvió hacia la vereda de enfrente y divisé a un agente de
policía, que disimuladamente
observaba la cafetería. No sé por qué
grabé en mis retinas sus proporciones atléticas: estatura como de 1,80; de unos 40 años; de tez trigueña y por la gorra no se podía
precisar el color del cabello. Mi incorregible curiosidad, me impulsó a seguir
sus movimientos. Recibía instrucciones
(…) a través de un transmisor, sin que él respondiera. No lo podía relacionar con un estudioso de
esa sociedad de árboles que destacaban su desnudez en la vereda por la estación
climatológica, o que estuviera destinado a controlar los peatones que esperaban
al autobús en la esquina, o el movimiento de la Ciudad a esa hora matinal. En
fin, que a pesar de que se desplazaba tres o cuatro pasos con firmeza y ritmo,
mi teoría de improvisado investigador me
decía que su objetivo era la cafetería, pues su miraba no la desviaba.
Debido a mi obsesión de vigilar al misterioso policía me distraje.
Me
había perdido la actitud del joven de la otra mesa. Me concentré de nuevo en él. Ahora estaba
hablando solo, aunque tenía un celular sobre la mesa, y en un volumen de voz que yo podía escuchar
con claridad ciertas frases, entrecortadas:
-
¡Entonces, es cierto, (…) el diario! ¡
La pata izquierda! - Hizo un silencio y prosiguió expresándose casi en susurro
y aflicción, pero yo podía entenderle.
- ¡“Alado”
No volverá a correr!... Ese
caballo forma parte de mi vida. Y si lo
tienen que sacrificar, mi vida se va con él. Lo vi nacer, cuando yo ya era jinete. Lo preparé para campeón y
lo logramos juntos. Los apostadores vitoreaban su nombre mientras
corríamos. Era el mejor. Se quedaban sin boletos.
Hablaba
como si estuviera contándoselo a otra persona y lo expresaba con mucho sentimiento y sin levantar la vista
del diario seguía con sus comentarios…
-Y…ahora, ya
seremos dos ausentes en la pista,
no seguiré una carrera más. Mi ausencia ayer en el hipódromo fue un
aviso. Si hubiera estado presente, no sé cómo hubiera reaccionado-. Pagó al
mozo y se retiró con el rostro
desencajado -No puede haber sido accidente. Como no lo fue cuando volé yo.
También entonces “Alado” llegó primero a
la meta, pero a él no le afectó el acercamiento del otro jinete. Tengo que
investigar qué jinete lo montaba y tengo
que salvarle-, y cruzó la calle.
El
mozo se dio cuenta que yo le observaba al retirarse de la cafetería, y me dijo.
“Fue un gran jinete y al final de una gran carrera montando al campeón, “Alado”
que ganaron por una cabeza, cayó del
caballo y debieron amputarle una pierna. Usted habrá observado que camina con
cierta dificultad y su baja estatura. Debe estar desolado al leer la noticia
del diario. “Alado” ha tenido un accidente y se ha quebrado una pata y ya sabe
cuál es el destino final de un caballo que ya no puede correr, aunque haya sido
campeón, y el jinete tiene una pierna
bastante dañada.
-Ahora
comprendo- respondí pensando en ese
joven ex - jinete.
Cuando
volví a dirigir mi vista a la vereda de enfrente, el policía ya no estaba en
ese lugar. Sin poder resistir mi curiosidad, apresurado salí a la calle.
Los
dos habían desaparecido. Pensé que se
habían ido juntos. Algo les había conectado. Con el apoyo del Policía llegó con
más rapidez a la Veterinaria.
Volví
a la cafetería y pedí el diario al mozo. Leí el artículo completo. Había sido
la carrera más importante de ese domingo.
Con detalles destacaban el comportamiento de “Alado” durante toda la
carrera. Siempre a la cabeza. Pero cuando ya estaba por llegar a la meta, otro
jinete se le acercó demasiado y el jinete de “Alado” que casi estaba de pié se
sujetó a las bridas del aparejo y cayeron
pero después de cruzar la línea de la meta y ganar la carrera. El auxilio fue inmediato.
Las consecuencias de ese accidente o incidente, relataba el diario: El jinete,
tenía la pierna derecha quebrada y
“Alado” la pata izquierda delantera. Para ambos era el final de su carrera,
y hacían referencia a otro accidente que
había sufrido hacía un año, cuando le montaba uno de los mejores jinetes, con
quien no había perdido ninguna carrera. Y agrega la nota periodística que le decían
el “POTI” y que no pudo volver a montar.
“Alado” siguió corriendo, pero el POTI, sólo puede observar las carreras y
apostar por su caballo favorito, puesto que debieron implantarle una pierna
ortopédica.
La
historia de “Alado” y Poti no termina aquí. POTI, llegó a la Veterinaria que funciona en el hipódromo junto con el
Policía y apoyado por un criador de caballos,
logró que a “Alado” lo trasladaran
a su granja y le salvaron la pata
y por lo tanto la vida. No volvió a correr en la pista, mas con POTI a su lado
lo incluyeron entre los caballos pertenecientes a la Escuela de Instructores
para montar, y lograron volver a trotar
juntos.
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