Ternura III
Ruben Amato
El
único que no dormía la siesta era Luciano. Su abuelo le regalaba casi todos los
veranos una libreta con espiral que a él le gustaban tanto y después de comer,
antes de tirarse a descansar, le decía:
-“Vos
quedate acá y escribí que yo duermo un poco y después te voy a dictar una cosa”
Luciano
se quedaba medio jugando, medio dibujando hasta que a eso de las cinco la casa
volvía a ser la de siempre. Pero claro, después el abuelo estaba muy ocupado
arreglando algo con enchufes y tornillos. O acomodándose para tomar mate
mientras le lustraba los zapatos a todos. Y a Luciano lo venían a buscar los
chicos de al lado para jugar un cabeza en la vereda. Después se tenía que bañar
para tomar la leche con pan con manteca. Y más tarde salir con la bici a dar
vueltas a la manzana… que la libretita quedaba por ahí, arriba de la heladera o
en lugares increíbles.
El
niño, mientras pedaleaba, pensaba: “no se puede ser escritor con tantas
ocupaciones”
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