miércoles, 21 de junio de 2017

Ruben Amato

Ternura  III  
Ruben Amato

El único que no dormía la siesta era Luciano. Su abuelo le regalaba casi todos los veranos una libreta con espiral que a él le gustaban tanto y después de comer, antes de tirarse a descansar, le decía:         
-“Vos quedate acá y escribí que yo duermo un poco y después te voy a dictar una cosa”
Luciano se quedaba medio jugando, medio dibujando hasta que a eso de las cinco la casa volvía a ser la de siempre. Pero claro, después el abuelo estaba muy ocupado arreglando algo con enchufes y tornillos. O acomodándose para tomar mate mientras le lustraba los zapatos a todos. Y a Luciano lo venían a buscar los chicos de al lado para jugar un cabeza en la vereda. Después se tenía que bañar para tomar la leche con pan con manteca. Y más tarde salir con la bici a dar vueltas a la manzana… que la libretita quedaba por ahí, arriba de la heladera o en lugares increíbles.


El niño, mientras pedaleaba, pensaba: “no se puede ser escritor con tantas ocupaciones”

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