Como entonces
Carlos Margiotta
-¿Vamos a pasear por parque?- dijo con su voz ronca.
-Vamos-, dije, aunque no tenía ninguna ganas de salir. Nuestra relación se había ido desmayando desde que tuve que atender la enfermedad de mi padre y dejé de ocuparme de sus demandas.
Me puse un pantalón de franela, un pulóver grueso, mi camperón de invierno y una gorra de lana que había comprado en el Bolsón. Cuando salimos a la calle el barrio era una fiesta, las confiterías llenas de gente, familias caminando hacia el parque, chicos juntando nieve al pie de los árboles. Puse mi mano en el hombro de Mónica y ella se acurrucó debajo de mi brazo como entonces.
Nos sumamos a la muchedumbre y nos dirigimos al parque. La noche temprana hacía que las luces del alumbrado público brillaran como nuevas y una caravana de autos tocaba sus bocinas festejando la nevada. En el fondo del parque había abierto la calesita, desde lejos parecía un fuego giratorio aclamado por los nativos a su alrededor. Cuando llegamos tuve ganas de subirme con ella. Vi a don Pascual ofreciendo la sortija y yo estirando mi cuerpo para agarrarla, vi a mi madre tejiendo en un banco, vi a mi hermano mayor corriendo entre los autos, los caballos, los leones y las jirafas de madera, vi a mi prima con miedo tomándome del brazo, no te vayas, no me dejas sola. Vi a mi padre volviendo del trabajo a buscarnos con el Billiken bajo el brazo. Vi a Jorge, Santiago, Ramón y Norberto, la barra de Boedo, corriendo a las chicas del barrio que reían asustadas, vi a mis abuelos paseando de la mano, y a Carmen dándome el primer beso en sombra del aquel árbol. Vi a mi tío Antonio haciéndome debutar en un prostíbulo de San Fernando, vi a Taton amasando en la mañana navideña y la abuela María sirviendo la pasta en la mesa grande, vi a mi primo mayor disfrazarse de Papa Noel, y a los Reyes Magos bajando por la escalera del peache de la infancia. Vi a la tía Irene besarse con mi padre en un pasillo, vi guardar el secreto con odio, vi estallar mi corazón en mil fragmentos. Vi a Fellini filmando Amarcord en el colegio secundario y a un montón de mujeres acosándome en una manifestación, vi a Borges escribiendo el Aleph y al Negro Hernández sus cuentos del café, vi mi tristeza detrás de la risa y mis adioses a las que amé. Vi el último día de Jorge en la tierra, vi a Mónica llegando apurada a la facultad, vi su primer sonrisa apuntando a mi mirada, vi su cuerpo estremecerse entre el mío el día de la primavera, vi sus labios, su lengua, y sus ojos diciendo te amo. Vi los libros de estudio entre las sábanas, vi la ducha donde nos bañábamos juntos, vi nuestra graduación, vi nuestro primer departamento de un ambiente, vi mis poemas de amor desparramados sobre su cuerpo. Vi la muerte de sus padres, vi su desesperación, vi su disimulo ante el dolor, vi su ausencia y su duelo. Vi otra vez la calesita girando bajo la nieve, vi las lágrimas congeladas de mi madre, vi mis hijos, a Pablo ganado un Oscar, a Cecilia bailando tango en París y a Gabriel cantando con “Matagallo”, vi a mis nietos estirando la mano hacia la sortija. Vi a Mónica pidiéndome un beso, vi nuestro beso, vi el regreso a casa con urgencia, vi toda mi descendencia saludándome con la mano desde un tren, vi desaparecer el miedo al mañana, vi el fin de la pobreza y una sociedad mejor. Vi la ilusión de enamorarme otra vez de Mónica y arrodillarme en una iglesia para pedir perdón, como entonces.
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