martes, 22 de noviembre de 2016

Carlos Margiotta

Sábado a la tarde 
Carlos Margiotta

Aquel sábado a la tarde, el hombre estaba esperando a su esposa frente al viejo edificio de dos pisos habitado por varios pehaches. Ella salió por el largo pasillo con su pequeño hijo tomado de la mano. Era una bella mujer de ojos grandes y piel muy blanca, vestía una pollera amplia y  un abrigo de lana tejido a mano. El niño, de pantalón corto, se parecía a ella pero su piel era más oscura. Cuando cruzaron  el umbral el hombre abrió la puerta delantera del Morris 8, bajó el respaldo del asiento y dejó pasar a su hijo a la parte trasera. Después subió la mujer y se sentó adelante junto a su marido.
El auto arrancó suavemente sobre el empedrado y a las pocas cuadras ella le pidió pasar por la iglesia de Nuestra Señora del Rosario para ofrecer una oración. El coche se desvió hacia la izquierda y tomó por avenida La Plata. El chico miraba el paisaje urbano con atención.
-¿Adonde vamos?, Preguntó.
-A la provincia, contestó el padre.
A las pocas cuadras tomaron avenida Sanz y se detuvieron en una esquina de Pompeya frente a la iglesia. Él encendió un cigarrillo rubio sin filtro.
-Esperáme acá, -dijo la mujer- Enseguida vuelvo.
Ella atravesó la amplia puerta y entró en la iglesia, a esa hora poco iluminada, y se cubrió la cabeza con un tul negro. Caminó hasta el altar de la virgen y se arrodilló frente a la imagen, juntó las manos, cerró los ojos e inclinó su cabeza.
Cuando el chico apoyaba su nariz sobre la ventanilla del Morris vio salir a su madre y la saludó con la mano. Ella se acomodó en el asiento y a los pocos metros cruzaron el puente La Noria.
El camino mostraba a sus costados enormes tinglados, talleres, depósitos, y  pequeñas fábricas. Las humildes casitas se esparcían en el territorio entre enormes baldíos. Calles de tierra, techos de chapa, paredes sin revocar. Un gran cartel a la derecha anunciaba el “Segundo Plan Quinquenal” con una foto en colores de Perón y Evita.
-Andá más despacio- dijo ella.
-Se hace tarde- contestó.
Dieron varias vueltas por la zona de Gerli y  Lanus para dirigirse finalmente a Monte Chingolo. El olor a  aguas servidas invadía el lugar. Allí el hombre detuvo la marcha y sacó un mapa del bolsillo.
-Es acá nomás. Dijo
Doblaron al final de la cuadra y entraron a una calle de tierra, cuando se acercaban a la dirección vieron a Josefa agitar las manos. El hombre bajó del auto, saludó a la mujer con un beso y ésta se aproximó a la ventanilla para darle un beso a la esposa que permanecía en el auto. Hicieron bajar a chico y Josefa lo llevó dentro de su casa.
-Te vas a quedar un ratito con Ernestina, mi hija. Ella va a jugar con vos y te va a dar la leche.
El nene tuvo miedo, amagó salir a la calle pero Josefa cerró la puerta. Escuchó arrancar al Morris y volvió hacia la habitación. Una maquina de coser y una mesita llena de telas para ropas a medio hacer ocupaba una de las paredes del  comedor.
-Vení sentate ¿querés jugar?, dijo la adolescente.
En el aire se olía a tuco del mediodía y a kerosene de la estufa.
-Quiero que venga mi mamá- dijo como llorando.
Ernestina le acarició la cabeza y lo llevo al fondo de la casa. Abrió la puerta de metal con un vidrio en la parte superior y salieron al fondo. El chico se quedó  un rato mirando el gallinero a través alambre tejido y se entretuvo con las aves. El gallo se le acercó para curioseando mientras el perro salió de su cucha saltando a un costado.
El cielo empezó a nublarse y el frío del atardecer caía sobre el barrio morocho mientras  las pequeñas lamparitas se iban encendiendo alrededor como antorchas. El chico entró a la casa, Ernestina estaba junto a la mesa escribiendo en un cuaderno.
-¿Vas al colegio?, preguntó la adolescente.
-Sí, a primero inferior. Contestó.
Ella le alcanzó unos papeles y lápices de colores para que el chico se puso se entretuviera a dibujando. Se levanto y le trajo una taza con Toody de la cocina.
-¿Querés?
-No, mi mamá no deja tomar chocolate porque me da urticaria.
-Tomálo, ahora tu mamá no está.
El chico sacó unas galletitas que tenía en el bolsillo del abrigo y le convidó a la anfitriona. Habrían pasado dos horas cuando escucharon detenerse un auto frente a la puerta de la casa. Josefa y el hombre entraron a la habitación y el chico corrió al lado del padre.
-Todo esta bien, quedáte tranquilo. Dijo la mujer.
-Gracias por todo. Vamos.
El chico subió al asiento de atrás y quiso abrazar a su madre, ella lo evitó disimuladamente y lo acarició.
Volvieron despacio por la noche suburbana sin hablar. El chico se estiró en el asiento y se quedó dormido. El hombre miraba el camino, ella se cubrió la cara con el pañuelo de cuello, los ojos le brillaban de lágrimas.
Cuando llegaron a la casa ella se dirigió al baño y estuvo un largo rato si aparecer.
El se quitó el abrigo y desvistió a su hijo. Después en encendió la estufa y calentó una sopa de verduras sobre la hornalla de cocina y la sirvió en dos platos hondos. Ella salio del baño con la ropa de cama puesta y se fue al dormitorio para acostarse en la cama matrimonial.
El chico bajo de la mesa y se fue corriendo junto a su madre, se acostó junto a ella.
-¿Te duele?, preguntó.
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y se quedó dormido.

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