La mirada
Elsa Janá
Los
ojos que me miran detonan este quiebre que me pudo. Conocía mi origen pero
ignoraba esta realidad que arrastro. Y al estrellarme en vos, mirada, me
identifico con la desolación y el abandono de los que, por costumbre, no me
había hecho cargo. Soy tocado por tus chispas en estalactitas pendientes de
añoranza. Entonces quiero huir corriendo de mi mismo, pero me quedo. Quién sabe
si aún se pueda una salida. Hay destinos que mandan tanto como marcan. Son los
que tocan en suerte, esos que otros promueven y unos pocos fomentan.
En
los viajes, el sentido de la vida. Ir y volver, la razón del movimiento.
Limitado a estas fronteras cuya nacionalidad me corresponde y hasta a veces, un
poquito más allá, voy y vengo sin salirme de los carriles. Me he elevado hasta
las nubes y me han bajado sin piedad… Andares y pautas, prefijadas desde que
nacieron mis ancestros, allá por los Caminos de Hierro, con su poco más de ocho
kilómetros y medio y mucha lana para transportar. Ricachones y elegantes ellos.
Muy venidos abajo y pobres, yo y mis pares. De la gala al despropósito actual
medió siglo y medio y plus. La concepción de mis abuelos se produjo exactamente
dos años más tarde de la idea de su gestación. Y hoy, vos y yo aquí, mayores de
edad y frente a frente, casi de Retiro.
Hora
de haberes y debes que ni poseo ni adeudo. Concebido para justificar lo
injustificable, pude haberme mantenido digno de no mediar esos otros siempre
presentes en cualquier parte para desvalorizar lo que sea. Y la devastación por
añadidura. Empleos perdidos, obreros despojados de su dignidad, familias sin
brújula. Y la pobreza prendida como cola de un barrilete que ya quién para
remontar. Vías en desuso. Demasiado yuyerío en torno. Y en donde todavía yo, tu
mirada que me pudo.
Veo
descolgarse de tu mirar, un sentir dolido que rueda por las mejillas pálidas de
espanto y enardecidas de rabia. Nadie la seca y, entonces, merodea su curso
natural por las arrugas de un rostro aun joven ya viejo. Su curso natural…
Igual que yo: recorriendo mi propia humedad no humana por los durmientes. Subes
y bajas, mirada. De lado a lado, exploras las ranuras y agujeros de mis
cuerinas rasgadas hasta lo insoportable. Estrujas en silencio, tu humedad
indefensa, tierna, temerosa, que se espanta, envuelta en esa rojedad denunciada
en la punta de la nariz y alrededor de los párpados.
Más
irritada que mi impotencia, posaste tu destello helado por las escrituras y
pintadas en mis paredes y en los otrora asientos que, hoy, despojos. Por esos
agujeros se escapa la goma espuma de los esqueletos. Húmeda entonces hasta
los mocos, me obligas a retroceder en mi
propia historia que quién podrá cambiar sin los demás. Me duelen los resortes a
la vista, los cortes adrede de los incivilizados ajenos a mi función de
servicio incluso para ellos. Rulos metálicos se saltan de entre mis hierros
pinchando traseros, como marioneta descontrolada cuando le quitan la tapa de
control. Solo lamento. Y lo lamento tanto…
Observas
mis basuras olorosas que se continúan en los andenes, en los túneles y en las
escaleras como en la vida. Caras de espanto en torno… Si, siempre espanta la
pobreza. Un pibe mugroso y flaco echado como perro bajo un trozo de mi
esqueleto -que ya ni para asentaderas sirve-, tal vez soñando un colchón bajo
este trozo sucio de metales a los que ya ni asomo de pasado les queda. También
lloro mi vergüenza, mirando la tuya que me contempla. Años intentando
sobrevivirle a la agonía. Agradezco tu contemplación, mirada.
Se
arrastran pies como sin destino y hacia dónde ahora. Sombras y fantasmas
recorren mis vagones durmiéndose hasta parados cuando el stress no perdona.
Mujeres con niños en los regazos extienden su mano en mis túneles oliendo a
orines. Alguna vez les cae una moneda al lado. Otras, la pura indiferencia. Y
de qué podríamos culparla, si los que tienen que dar son siempre los que
tendrían que recibir. Muchos sin casa, sobre cartones y entre papeles de
diario, ocupan el asiento en la sala de espera que ya nadie reclama, protegiéndose
de la intemperie tras la mampara de vidrios tan rotos como los de mis
ventanillas. Y el frío y el calor filtrándose impiadosos. La lluvia cayéndome
adentro, como la tuya y la mía cayéndonos, afuera.
¿Oyes
el silbido insistente que se acerca? Empiezan a temblar los tablones del andén.
La barrera no va a levantar. Rápido. Ruego porque nadie ose cruzar de todos
modos. No nos hace falta más llanto; hay tanto en mis talleres y galpones
deshabitados y abandonados al andar del tiempo… Y eran tan bellos, con tanta
música de maquinarias, la calidad humana de familias generando sus salarios.
Unas primeras privatizaciones reglamentadas sumaban su aparición al crecimiento
agropecuario. Tiempo de abundancia…Medida en millones de pasajeros, de
toneladas de carga, de metros de vía…Vagón tras vagón, vagones de carga, coches
comedor, coches cama, coches cinematógrafo…la estatización del 46-48… Pan y
trabajo.
Puja
que te puja tren que pujas ahumando el espacio en llamaradas de esfuerzo y
vapores de gloria…Tj-Tj-Tj, rueda que rueda portando la vida y generando
riqueza, los ferrocarriles. Y el 91.
Servicios cancelados, pueblos fantasma sin fuente de trabajo ni medio de
transporte, incomunicados…Y promesas.
Vahos de memoria que se nubla. Nombres que van y vienen temblando almas
y alertando desconciertos: La Tronchita… de las Nubes… de las Sierras… del Fin
del Mundo… Ecológico de la Selva…Tj-Tj-Tj, rincones, como a desgajo de alma de
los que deseo renacer.
Barreras
que se elevan y bajan. Pitares zigzagueantes al aire y pitares desoídos… Accidentes...
Descuido… Muerte…Y Once como broche dantesco: la culpa es de la locomotora que
se ha desbordado. Silencio y paso del tiempo. Expendedoras en desuso. Tren de
dos pisos que trata de acallar la incomodidad de una barbarie en rieles que ya
empieza también a marcar su huella por ellos. Y tu mirada que se aleja de mí
igual que el murmullo del andén que voy dejando atrás.
Me
das la espalda junto a la puerta. Y ya a punto de abordar el andén, miras el
pañuelito de papel humedecido que se te cae. Casi te entrampa la puerta al
cerrarse cuando te agachas a recogerlo. Y retornando yo a mi curso de rieles y
alto voltaje, te veo arrojarlo en un pote de basura. Tal vez, ese papelito
extra mojado de vos, entre tanto otro hediondo, no me resultara molesto. Pero
lo significativo es que hasta partiendo, dignificas mi presencia con tu accionar,
mirada atenta. Entonces, me escurro en el tiempo con la sensación de que por
ahí, todavía se puede. Adiós. Me has humanizado en tu mirada y sus humedades.
Ahora un llanto tuyo me pertenece.
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