martes, 22 de noviembre de 2016

Elena Rubins

Estoy muy triste y lo extraño 
Elena Rubins

Cada vez que te preguntábamos por tu niñez y adolescencia antes de tu llegada a la Argentina, no podíamos sacar conclusiones. Todo lo que sabíamos era por terceros. Nunca hablabas de tu familia, ni siquiera de tu mamá.
Maldita sea. Creo que te moriste para dejarnos en la ignorancia. ¿Tan mala era la vida en tu pueblo?
Según cuentan tus paisanos eras algo así como la oveja negra de la familia: el único que no estudió, que peleabas contra las banditas de los no judíos durante la Primera Guerra, juntabas las colillas de los cigarrillos de los soldados, los rearmabas y los revendías para comprarte golosinas. Aunque eras hijo del “monopolista” del tabaco y las bebidas del pueblo, hijo de uno de los “acomodados”. Parece que tan mal no la pasabas.
Siempre me asombraste por tu facilidad para sacar de oído melodías que interpretabas en el piano, la flauta, la guitarra y cualquier instrumento que se te cruzaba, incluso una cacerola. Me enteré que en tu familia había músicos profesionales.
Nunca supe cuál fue el destino de tus antepasados, salvo el del que te salvó al no dejarte volver a tu pueblo antes de la guerra y el de esa hermana que vivía en Israel y trajiste para mi casamiento.
Hablabas un castellano bastante fluido, eras un experto en cuentas mentales, nos enseñabas los juegos que conocías (naipes, dominó, damas y ajedrez). De tu negocio no sabíamos nada, ni siquiera mamá. Sólo que era tu gran pasión.
Conocimos Córdoba, tempranamente, porque había casino (al que no faltabas ni una noche). De adolescente, descubrí que algunas de tus “cenas” de amigos eran para jugar al póker y que algunos domingos, ibas a los pingos (como llamabas al hipódromo).
Hoy, a raíz de tu embolia, me enteré de varias cosas importantes. Descubrí algo que alguna vez intuí: ¿por qué mamá permanecía el verano completo en Córdoba con nosotros y vos te quedabas en Buenos Aires?
Estaba en el negocio, tratando de entender el mecanismo del comercio cuando se me acercó una mujer que me dijo:
–Ud. perdone…yo conozco muy bien a su papá. Lo acompañaba cuando se quedaba solo. Hoy me acerqué al hospital; quiero que llamen a un médico amigo. Siempre me trató muy bien y fui muy feliz con él. A veces nos encontrábamos durante la semana…muchos años. Estoy muy triste. Lo extraño.


Estoy muy triste. Lo extraño.

No hay comentarios: