1936 - Pizarnik - 1972
Liliana Souza
Dos fechas.
29 de abril de 1936. 25 de
setiembre de 1972. Dos extremos que
marcan los vaivenes exactos del poema.
Una voz lanzada, perdida en algún territorio, en aquel pequeño mundo de
Alejandra Pizarnik.
Como escritoras, analizamos la obra y la magnitud de
su palabra, la que no conduce a respuestas únicas o fijas, sino ambiguas,
múltiples.
Aquí, algunos textos.
Retrato
de María del Carmen Catalán
Bebió
de la vida
hasta
emborracharse
buscando
en ese corto trayecto
algo
que le permitiera descubrir
que
valía la pena recorrer ese camino.
En
su primera persona del singular
guardó
más que un tesoro,
un
cúmulo de dudas sin respuesta.
Sufrió. Padeció.
¿Gozó?
Imposible
saberlo con certeza.
Sólo
anduvo y en el andar
dejó
las huellas de su sentir.
Caminaba
sonámbula, transparente,
buscando
quién sabe qué,
para
dar sentido a la vida.
Y
así, se fue.
Buscando
quién sabe qué,
para
dar sentido a la muerte.
Porque la poesía no ocurre en las palabras sino
entre ellas, Alejandra escribió.
Mariposa de cristal, como restos fósiles de la poeta
que fue y continúa.
Destellos de Mabel Enriquez
Hoy
aleteas sin rumbo
mariposa de cristal.
Para
herirte,
descerrajaron
sin piedad
la red.
Te
astillaron las alas.
No
pudieron matarte.
Te
buscaron en las flores de los jardines.
Vos aleteabas,
entre las flores de los cementerios,
impulsada
por la muerte.
La
sangre coloreaba las alas astilladas.
Hasta
que decidiste dejarte caer.
Más
no lograste la quietud.
Hoy,
aleteas sin rumbo,
mariposa de cristal,
con
las astillas
dando brillo y
reflejos,
sobre flores de
poesía.
Esa mujer distante, sin edad y suspendida en su
lugar vacío, abrió un nuevo claro en el bosque de la palabra. Esa mujer, su deseo y la gestación casi
imperceptible.
Alejandra, ya sin voz
de Graciela Lewis
Los
espíritus del monte le dijeron:
Sólo
silencio e inmovilidad habrá en los árboles. Conviene que haya quien los
proteja.
Entonces
nacieron los guardianes. Así, se perfeccionó la obra cuando la ejecutaron, después
de pensar y meditar.
En
esa tierra, días y noches distintos, un algo fue surgiendo luego de sacar capas
de hermetismo total.
Eran
poemas, relatos. Cada uno mostraba su esencia en la búsqueda balbuceante de
calor y luz.
Vivencias,
sentires, gozos, no explicados.
Ése
era el precio de una vida infeliz. La savia nueva corría a borbotones, en busca
de su camino, hasta encontrar el sonido de una campana opaca que le marcara los
días entre cielo y tierra.
Magia
callada y sutil, fácil de gozar y absorber.
Pudo
esperar, porque así lo estableció desde el principio, por siempre.
Como escritoras, analizamos a Alejandra
Pizarnik. Una traza, apenas fugaz, como
el acto de romper espejos para que surjan más superficies, más Alejandras. Para que regrese. Para que vuelva, una y otra
vez, luego de cada muerte.
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