LA VIDA EN UN INSTANTE
Elena Rubins
Terminó
de barrer el local donde trabajaba. Lo invadió una gran sensación de cansancio
y de vacío. Hacía doce horas que estaba metido en ese bar donde se reunían esos
chetos que gritaban, bebían cerveza y fumaban algún que otro porro. No tenían
de qué vanagloriarse salvo de sus levantes ocasionales. No obstante, no era eso lo que más le
molestaba.
Su
cansancio tenía otro origen. Venía desde
adentro, recorría sus vísceras hasta alojarse en su pecho. Se sentó en el suelo del salón ahora vacío.
Una tenue luz se filtraba por la ventana.
Se descalzó y miró sus pies
agarrotados. Se los masajeó con sus
manos entumecidas.
Ese
día cumplía veinte años, sin pena ni gloria. Se sentía un viejo que ya lo había
vivido todo, incluso el amor en todas sus formas. Sin embargo estaba decepcionado,
sin futuro a la vista aunque creía que el mundo yacía en sus pies. Pensaba que los pies lo llevarían hacia algún
lado. Adónde, no lo sabía.
Se
incorporó y buscó música en su celular. Lentamente comenzó a balancearse con movimientos
rítmicos y acompasados. Primero,
lentamente, luego con frenesí. Terminó encima de una mesa. ¿A qué se debía un
cambio tan brusco?, se preguntó, sin encontrar la respuesta.
El
desfallecimiento de apenas un instante atrás había desaparecido.
Cerró
el local. El silencio de la noche lo atrapó y comenzó despacito a silbar una
balada mientras caminaba, vaya saber hacia adónde.
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