Amnesia Elizabeth Oliver
Buscó en
sus bolsillos... sólo tenía unos pesos, la entrada y un boleto de
estacionamiento, marcado a las 19:30. Miró el reloj, eran casi las 9 de la
noche. Había salido en el auto, pero ¿a dónde?, ¿en qué garaje lo había
dejado?, ¿y por qué?
Sintió el
murmullo sordo de la gente festejando un gol. Los oía más lejos de lo que
realmente estaban. Tenía que hablar con alguien, preguntar, tratar de
recomponer el vacío instalado en su mente. Bajó las escaleras y llegó a la
salida. Afuera, las boleterías ya estaban cerradas, sólo se veían unos cuantos
guardias dispersos, en grupos de a dos, y un manisero, avivando el fuego
interno de su carrito.
Se arrimó
al vendedor y le compró maníes para entrar en conversación. Quería saber si lo
había visto llegar al estadio, y empezó contándole que no recordaba nada, ni
siquiera dónde había estacionado el auto. El hombre lo miró extrañado, le
preguntó si se sentía mal, le palmeó el hombro y lo invitó a sentarse en su
banquito. En eso, se oyó una voz a sus espaldas:
-¿Qué le
pasa, señor, lo podemos ayudar en algo?
Eran dos
policías uniformados, de los que andaban en la vuelta. Les respondió la verdad
de lo que estaba sintiendo. Necesitaba volver, aunque no sabía a dónde. Si
pudiera encontrar el auto, tal vez recuperara la memoria. Les mostró el boleto,
los dos agentes lo guiaron hasta el estacionamiento más cercano, en Avda.
Italia y Albo y entraron con él.
-Vamos a
ver el coche, pero antes de dejarlo ir, le vamos a llamar una emergencia para
que lo revise -le dijo uno de los agentes mientras el otro hacía la llamada por
el móvil-, no puede irse sin saber a dónde, no se preocupe, va a estar bien.
Al abrir
la puerta, vieron un zapato de mujer en el piso, un taco muy alto asomaba por
debajo del asiento. No lo tocaron... se miraron de reojo.
-Parece
que andaba acompañado... y que la dama salió apurada... ¿por qué no nos cuenta
lo que pasó?
No podía
contar lo que no recordaba, pero empezó a ponerse nervioso.
-A ver,
déme los documentos -abrieron la guantera y los sacaron ellos-, ¿se acuerda
cómo se llama?
-Sí,
Mario Suárez.
-¿Y la
dueña del zapato, quién es?
-Ella
es... no sé... es... no la recuerdo...
Llegó la
ambulancia, lo empezaron a revisar y a hacerle preguntas. Tenía la presión un
poco alta y el pulso agitado, le dieron un comprimido y querían llevarlo al
hospital para hacerle estudios, pero se negó. Mientras tanto los policías, uno
con cada uno de sus documentos, hablaban por los móviles. Apareció un patrullero
y lo invitaron a subir. Los uniformados de a pie se fueron sin explicar nada;
presintió que los motorizados ya sabían lo que le pasaba.
-Vamos a
dar unas vueltas, a ver si se acuerda de algo.
Se
metieron en el Parque Batlle y enfilaron hacia la fuente luminosa, adelante se
veían dos patrulleros con las luces del techo girando y varios haces de luz de
linternas moviéndose entre los árboles. Se detuvieron junto a los otros, lo
hicieron bajar y sosteniéndolo de un brazo se internaron en el parque. Estaba cada
vez más nervioso, sudaba.
-¡Acá! -gritó uno desde lejos- ¡vengan acá!,
¡traigan más luz!
Había una
mujer tirada en el pasto, quieta, con un pie descalzo.
-¿Está
viva?
-No sé, a
ver... Sí, tiene pulso, pero muy débil, llamá una emergencia, está muy golpeada...
pero... ¡es un travesti!
Mario se
zafó del agente que lo sujetaba y corrió internándose en el parque.
-¡Alto!,
¡alto o disparo! ¡Correlo, este hijo de puta se acordó de todo!
Uno o dos
tiros al aire no lo detuvieron, pero tropezó y lo pudieron alcanzar. Cuando la
ambulancia se llevó al travesti, que ya recobraba el conocimiento, volvieron a
subirlo al patrullero, ahora esposado.
-Lo
reventaste y te tenemos que llevar por agresión, pero más que nada por tarado.
Si no nos hubieras hecho el verso de la pérdida de memoria, nunca habríamos
sabido quién le pegó.
-No fue
verso, me quedé en blanco... me asusté, creí que lo había matado. Es que cuando
lo subí al auto pensé que era una mujer y cuando me di cuenta me puse furioso.
Se escapó y corrió, pero mal, con un zapato solo, lo alcancé enseguida y le
empecé a dar y a dar... hasta que cayó.
-Sos un
tipo de mala suerte... nos avisó otro marica de los que laburan por acá y por
eso lo encontramos. Si nadie hubiera llamado, se despierta solito y se va, como
hacen todos cuando les mueven la calavera. Ya están acostumbrados, ni siquiera
van a la seccional a hacer la denuncia. Si el juez que está de turno ahora es
el que yo pienso, te va a procesar sin prisión, él tampoco se los banca. Pero
igual te vas a comer 48 horas ó un poco más, no mucho. Y para la próxima,
aprendé a reconocerlos antes de levantarlos, gil... ¡mirales las patas!, ¿dónde
viste una mujer que calce más de 42? ■
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