miércoles, 16 de marzo de 2016

Rubén Amato

Caramelos en la tarde 
Rubén Amato

La lluvia lo salpicaba todo, desde el vidrio de los ventanales hasta lo que no nos decíamos. Afuera del bar, los autos humedeciendo a los peatones descuidados.
Nuestras miradas mojando las palabras, las manos ilustrando con dibujos invisibles nuestros decires y mi cigarrillo consumiéndose en el cenicero. Los dos tan salpicados y en llamas al mismo tiempo.
Ir y venir por los recuerdos. Contarnos cosas de otras épocas dolorosas y tratar torpemente de construir ese presente, ladrillo a ladrillo, una escena vieja, algún escenario nuevo.
Sencillo. La tarde aun como un caramelo envuelto. Tu voz y mi voz diciendo cosas para provocar la risa, como ensayando la felicidad.
Como seguir cuando la mesa comienza molestar y nuestras piernas inquietas con ganas de salir a caminar por Palermo. “Mozo, dos cortados más” Hacer tiempo hasta que aparezca la respuesta que dará piedra libre a las ganas de estar en otra parte.
Una historia trae la otra y seguir escuchándonos con ese asombro inexplicable, sin aburrirnos y sin pedir más de lo que podíamos darnos. La lluvia afloja en el momento justo para salir a caminar un poco por primera vez, torpes y risueños como chiquilines, eso éramos a la vista de los demás; como adultos que dejan que el deseo se disfrace de travesura.
Pasear en auto por Buenos Aires y sentirnos en París adentro de una película de Woody Allen. Los árboles brotados aun en el último día de agosto, nublado para los meteorólogos; con un sol interno para nosotros. Dos nuevos soles hechos de muchas soledades y por eso a cada instante más y más calientes. Transitábamos por calles espejadas con el caramelo sin abrir.
Y sin saber de qué forma, o vos o yo, o tal vez los dos, pronunciábamos las palabras clave. Torpes como principiantes al quitarnos los envoltorios. Al comienzo con dulces y silenciosos besos, luego las caricias de reconocimiento de esas geografías inéditas que explorábamos, sigilosos, llevados por las manos del otro (ya sin la mesa de por medio) Mas tarde los rituales de ternura incontenible que jamás, ni vos ni yo ensayamos antes. Nuestros cuerpos temblando, con sólo prometerse cositas: risitas, mimos, libertades de la pasión… y no querer saber de la hora ya que en cada asombro se habilitaba el siguiente susurro. Cada palabra afónica, entrecortada, volvía a encendernos. Cada abrazo era eterno y solo duraba segundos.
La calle otra vez, la noche cayendo sobre la ciudad, ya no llovía. Decidimos despedirnos en otro bar. Casi ni hablamos, solo nos mirábamos como si ensayáramos un viejo idioma, ahora con los caramelos desenvueltos y salpicados de cariño.


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