Caramelos en la tarde
Rubén Amato
La
lluvia lo salpicaba todo, desde el vidrio de los ventanales hasta lo que no nos
decíamos. Afuera del bar, los autos humedeciendo a los peatones descuidados.
Nuestras
miradas mojando las palabras, las manos ilustrando con dibujos invisibles nuestros
decires y mi cigarrillo consumiéndose en el cenicero. Los dos tan salpicados y
en llamas al mismo tiempo.
Ir
y venir por los recuerdos. Contarnos cosas de otras épocas dolorosas y tratar
torpemente de construir ese presente, ladrillo a ladrillo, una escena vieja,
algún escenario nuevo.
Sencillo.
La tarde aun como un caramelo envuelto. Tu voz y mi voz diciendo cosas para
provocar la risa, como ensayando la felicidad.
Como
seguir cuando la mesa comienza molestar y nuestras piernas inquietas con ganas
de salir a caminar por Palermo. “Mozo, dos cortados más” Hacer tiempo hasta que
aparezca la respuesta que dará piedra libre a las ganas de estar en otra parte.
Una
historia trae la otra y seguir escuchándonos con ese asombro inexplicable, sin
aburrirnos y sin pedir más de lo que podíamos darnos. La lluvia afloja en el
momento justo para salir a caminar un poco por primera vez, torpes y risueños
como chiquilines, eso éramos a la vista de los demás; como adultos que dejan
que el deseo se disfrace de travesura.
Pasear
en auto por Buenos Aires y sentirnos en París adentro de una película de Woody
Allen. Los árboles brotados aun en el último día de agosto, nublado para los
meteorólogos; con un sol interno para nosotros. Dos nuevos soles hechos de
muchas soledades y por eso a cada instante más y más calientes. Transitábamos
por calles espejadas con el caramelo sin abrir.
Y
sin saber de qué forma, o vos o yo, o tal vez los dos, pronunciábamos las
palabras clave. Torpes como principiantes al quitarnos los envoltorios. Al
comienzo con dulces y silenciosos besos, luego las caricias de reconocimiento
de esas geografías inéditas que explorábamos, sigilosos, llevados por las manos
del otro (ya sin la mesa de por medio) Mas tarde los rituales de ternura
incontenible que jamás, ni vos ni yo ensayamos antes. Nuestros cuerpos
temblando, con sólo prometerse cositas: risitas, mimos, libertades de la
pasión… y no querer saber de la hora ya que en cada asombro se habilitaba el
siguiente susurro. Cada palabra afónica, entrecortada, volvía a encendernos.
Cada abrazo era eterno y solo duraba segundos.
La
calle otra vez, la noche cayendo sobre la ciudad, ya no llovía. Decidimos
despedirnos en otro bar. Casi ni hablamos, solo nos mirábamos como si
ensayáramos un viejo idioma, ahora con los caramelos desenvueltos y salpicados
de cariño.
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