viernes, 15 de enero de 2016

Rosa de Schottlender



La rebelión de las letras   
Rosa de Schottlender

Un desbande de vocales y consonantes se había producido en el diccionario.
Un movimiento anárquico que estremecía  la Lengua Castellana.
Se oponían una a la otra en actitud de superioridad. Se descalificaban y debatían con las armas incisivas de la palabra.
La “L” enfrentó a la “M” aguzando su susceptibilidad al sustentar que con su signo comenzaban por ejemplo: magro – mediocre – maula – matón – muerte – miserable.
La “M” se molestó y la paró en seco defendiendo su moral con majestuosidad y moderados modales.
Después de todo ella tenía magia.
Al momento intervino la “U”, ¡tan ufana ella! aduciendo que universo y unidad y útil empiezan con el sonido de su voz.
¡Bravo!... respondió la “D” con descaro. Y urticaria y usura también. En tanto yo soy dulce, donosa, divina ¡Diosa! Al unísono todas respondieron ¡Diabla...! Y sus devaneos la detuvieron destruida.
Cuando la “A” salió al frente, toda acicalada para agradar y alcanzar la admiración de que Amor empezaba con ella, un alevoso, aguerrido alboroto le cortó las alas.
La “S” se sentó sonriendo con sarcasmo, con aires de superioridad, segura de su sensualidad y seducción. Sin sospechar que su meneo retorcido la hacía semejar una serpiente.
Vibró la “V” victoriosa. Conmigo van la verdad, la vida, el valor, la ventura.
Entonces la “I” débil y tímida le sopló. Y vergüenza de tan veleidosa vanidad.
¡Insignificante, indigna! Le espetó la ofendida “V”.
Las páginas del diccionario se agitaron por tan insólita rebelión cuando una voz de ultratumba surgió imponente acallando a la legión desbordada. La voz de Cadmo. La voz fenicia de Cadmo, precursor del alfabeto. El que llevó la ciencia de la escritura a Grecia y los griegos a los romanos y éstos a toda Europa y fue la forma de lenguaje universal surgida de sus signos para mantener viva la comunicación entre los hombres.
La voz de Cadmo aplacaba los ánimos volviendo a ponerlos en orden alfabético aduciendo que ninguna tiene corona, todas valen eslabonadas como cadena sin fin cumpliendo la misma equidistante misión para las que fueron destinadas desde la “A” a la “Z”.
Y poniéndose de pie la “P” batiendo palmas exclamó con voz pastosa: Hágase la Paz!

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