La rebelión de las letras
Rosa de Schottlender
Un
desbande de vocales y consonantes se había producido en el diccionario.
Un
movimiento anárquico que estremecía la
Lengua Castellana.
Se
oponían una a la otra en actitud de superioridad. Se descalificaban y debatían
con las armas incisivas de la palabra.
La
“L” enfrentó a la “M” aguzando su susceptibilidad al sustentar que con su signo
comenzaban por ejemplo: magro – mediocre – maula – matón – muerte – miserable.
La
“M” se molestó y la paró en seco defendiendo su moral con majestuosidad y moderados
modales.
Después
de todo ella tenía magia.
Al
momento intervino la “U”, ¡tan ufana ella! aduciendo que universo y unidad y
útil empiezan con el sonido de su voz.
¡Bravo!...
respondió la “D” con descaro. Y urticaria y usura también. En tanto yo soy
dulce, donosa, divina ¡Diosa! Al unísono todas respondieron ¡Diabla...! Y sus
devaneos la detuvieron destruida.
Cuando
la “A” salió al frente, toda acicalada para agradar y alcanzar la admiración de
que Amor empezaba con ella, un alevoso, aguerrido alboroto le cortó las alas.
La
“S” se sentó sonriendo con sarcasmo, con aires de superioridad, segura de su
sensualidad y seducción. Sin sospechar que su meneo retorcido la hacía semejar
una serpiente.
Vibró
la “V” victoriosa. Conmigo van la verdad, la vida, el valor, la ventura.
Entonces
la “I” débil y tímida le sopló. Y vergüenza de tan veleidosa vanidad.
¡Insignificante,
indigna! Le espetó la ofendida “V”.
Las
páginas del diccionario se agitaron por tan insólita rebelión cuando una voz de
ultratumba surgió imponente acallando a la legión desbordada. La voz de Cadmo.
La voz fenicia de Cadmo, precursor del alfabeto. El que llevó la ciencia de la
escritura a Grecia y los griegos a los romanos y éstos a toda Europa y fue la
forma de lenguaje universal surgida de sus signos para mantener viva la
comunicación entre los hombres.
La
voz de Cadmo aplacaba los ánimos volviendo a ponerlos en orden alfabético
aduciendo que ninguna tiene corona, todas valen eslabonadas como cadena sin fin
cumpliendo la misma equidistante misión para las que fueron destinadas desde la
“A” a la “Z”.
Y
poniéndose de pie la “P” batiendo palmas exclamó con voz pastosa: Hágase la
Paz!
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