viernes, 15 de enero de 2016

Francisco Félix Caballero



Del libro
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
éride ediciones

                   Francisco Félix Caballero

SUEÑOS
Míralos como se van,
de puntillas y descalzos
para no hacer ruido;
avizores los ojos al cuidado
de no pisar los cristales
que rompimos en pedazos
la última madrugada,
cuando pasamos a las voces tras los golpes,
cuando pintamos con sangre
las agujas del reloj,
cuando llamamos desnudos
a las puertas de Dios.
Duró más de lo que dura un despertar,
el futuro sólo era una coartada;
ante la duda sólo hay oscuridad
y el silencio que se funde con el ruido.
Un quejido que acompaña el caminar
de las sombras que secuestran tu mirada;
la amargura de buscar la tempestad
y encontrarla flirteando con el mar,
peripecias a la orilla del altar
donde habitan los fantasmas del olvido.

OTRA VEZ
Otra vez la misma casa,
el mismo cielo, el mismo agua...
Otra vez las horas muertas
esperando una llamada.
Con las estrellas por techo
y la Luna como almohada,
noche de claveles tristes
blanqueados por la escarcha.
Por la llanura amarilla
monta el tiempo en su reloj;
canto alegre de jilgueros
que la trilla interrumpió.
Las paredes de un cortijo abandonado
no resisten el peso de los años
y sucumben a un silencio que atestigua
que la guerra siempre vence al mismo bando.
Otra vez el mismo aire...


ESPEJO
Me volví a recordar en aquellas horas
en que el tránsito del tiempo se hacía efímero,
jugando a los sin techo en la estación;
cruzando a ciegas las vías,
amenizando con risas la espera del último metro.
Te volví a recordar en el andén
como una figura etérea a la que sin embargo amaba;
tentábamos la suerte en cada trago
y con la ciudad dormida sobre nuestros pies
nos contábamos la vida a grandes rasgos.
Aún no recuerdo como fue la última noche,
imagino que sería buscando un bar abierto;
puede ser que lloviera y fuera enero,
sólo sé que desperté con tiempo justo
de comprar flores para tu entierro.
Muchas veces antes me pregunté si eras real
más allá del otro lado del espejo;
cuando la irrealidad era más que un ventanal
que mudaba en luz cualquier atisbo de tiniebla,
con vistas a un enorme cementerio.

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