DESPUÉS DE LA CEGUERA
Juana Rosa Schuster
Fueron
meses y meses de consultas con los mejores especialistas. No había solución por
el daño en las córneas.
La autopista
estaba congestionada en ese momento. Todos se dirigían al festival campestre a
pocos kilómetros de Illinois. Camiones que transportaban ovejas pasaban con frecuencia.
Todos se saludaban como si se conociesen desde mucho tiempo atrás.
Tal vez
Daniel se distrajo al contemplar ese hermoso caballo blanco en uno de los
trailers. Los árboles que bordeaban los caminos, estaban ornados con carteles
pintados que invitaban al evento.
Habituarse
a la oscuridad permanente fue arduo; con la ayuda de Toby, el perro guía, se
manejó con seguridad. Conocía la ubicación de todos los objetos en la casa de
la granja.
Su esposa
lo llevaba con el auto a realizar los trámites conectados con su profesión.
En los
meses de primavera, rentaba algunas de las habitaciones a turistas extranjeros.
A su mujer le encantaba cocinar para ellos. Preparaba tortillas deliciosas de
huevo, mantequilla y tocino. Además, le gustaba conversar con gente de otras
características.
Daniel le
pidió que no le cuente a su madre acerca de la colisión y menos de sus efectos.
Ella era anciana y muy sensible. Una curvatura en los labios, le daba aspecto
de sonriente.
-¿Qué le
diremos?
-Dile a
mamá que estoy en África como médico misionero.
La excusa
era creíble. La madre de Daniel sabía que su hijo viajaba con frecuencia para
ayudar en los países pobres. Kenya lo necesitaba.
Daniel
hablaba por teléfono con Rose y le explicaba cómo había vacunado a trescientos
niños en la aldea.
Rose se
había sacrificado mucho por su único hijo. Daniel tenía tres años cuando John
los abandonó tras otra disputa por los efectos del alcohol. Hizo tareas de
limpieza y trabajó en una panadería.
El
llamado de su colega lo sorprendió. Se trataba de una operación para alcanzar
una visión limitada. Daniel vería en forma borrosa, sobre todo si una persona
estaba cerca de él. Su perímetro de visión se agrandaría si se alejaba de los
objetos.
Sally dio
su total aprobación y le ocultó la muerte de Rose que había ocurrido pocos días
antes.
Actuó de
manera normal, acudió a escondidas al funeral e interceptó las llamadas de condolencia.
La
cirugía tuvo el éxito que se esperaba. Ni más ni menos.
La idea
de visitar a su progenitora, hizo temblar a su esposa.
-Querido,
tu mamá está en un geriátrico.
-¿Cómo?
-Sí. Tus
hermanas la internaron debido a su edad avanzada y dificultad para movilizarse.
Sally
había hablado en el Hogar de Ancianos “Los Abuelos”. Su plan dio resultado. Una
viejecita parecida a Rose, se haría pasar por ella. El resto lo haría un poco
de maquillaje. La anciana adoraba a Sally, ya que había trabajado allí como
enfermera.
-¡Hola,
mamá!
-¡Hola,
hijo! Te noto muy delgado.
-Son los
aires de Kenya.
Daniel
acercó la silla, su madre hablaba en un susurro. Le tomó las manos entre las
suyas y conversaron durante largo tiempo de África, la granja, Sally.
Notó que
habían agrandado el edificio: un salón destinado a los festejos de cumpleaños se
destacaba por su colorido.
A través de los ventanales, podían verse
guirnaldas multicolores y personajes de Walt
Disney. Una de las ayudantes, subida a una silla, colgaba globos que le
alcanzaba un empleado.
A un
costado, dos señores mayores, jugaban una partida de ajedrez, mientras un enfermero
los contemplaba sonriente.
Daniel
vio con alegría que las normas eran más flexibles. Algunos de los internos
tenían mascotas en sus manos. Esto influiría en forma notable en sus estados de
ánimo.
Al
retirarse, Daniel agradeció a Dios, por tener aún a su madre.
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