viernes, 5 de noviembre de 2010

SANDRA VIDAL


LA ABUELA

Se sienta en el mismo sillón desde hace treinta años, en la misma cuadra del mismo pueblo, enfrente tiene las casitas cuadradas, desteñidas algunas, blanqueadas otras. En la esquina el chalecito más lindo del pueblo, las tejas parejitas y brillantes de tanto pasarles laca, su dueño Don Domingo se esmera para que reluzcan a pesar de los años, la lluvia y el sol, por eso la abuela siempre las ve del mismo color naranja, tal vez por la luz del atardecer ya que no distingue bien los colores.
Todos los días sale a la misma hora, no se puede salir a la vereda antes que el sol decline, el calor es insoportable, pero más sofocante es adentro, por lo menos afuera el camión de la municipalidad pasa regando y refrescando las calles, sino no podría ver nada por el polvo que levantan los autos, la tierra se asienta y ella se entretiene contemplando el dibujo de las gotas en el polvo, el morocho del camión sabe lo que hace, el agua cae pero no hace barro, la velocidad es constante y el flujo de agua parejo. El camión de la municipalidad pasa siempre a la misma hora, ella no precisa usar el reloj, nunca tuvo uno, no sabe para que sirve, tampoco entiende a quién le puede interesar esa maquinita ¿Quién la habrá inventado y para qué? Si cuando cantan los gallos son las cinco, los zorzales llegan a las seis, sus hijos se levantan a las siete, sus nietos se van a las ocho, vuelven del colegio a las doce y media, almuerzan a la una, toma el remedio a la una y media, se acuesta a las dos se levanta de su siesta a las cinco, el camión pasa a las seis, Don Domingo vuelve de la mercería a las siete, el sol se pone a las siete cincuenta y a las ocho el pueblo queda desierto, todos entran a ver la novela.

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