viernes, 5 de noviembre de 2010

MIRIAM YANNUZZI


EL GATO DE CERÁMICA
 
El resplandor de un relámpago atravesó la ventana, y un trueno anunció la inminente tempestad. La lluvia cayó con fuerza y el viento hizo temblar la casa, en medio de una oscuridad que trastocaba el misterio.
Un maullido agudo hizo vibrar los tímpanos de Isabel, que se sentó en la cama y corrió a encender la luz, chocándose los muebles que encontró a su paso. Cuando por fin presionó la perilla, nada. A tientas llegó a la cocina y encendió una vela. Sombras gigantes la rodearon, y caminó con paso vacilante hasta su dormitorio. Entonces lo vio; inmutable, negro, frío, parado a los pies de la cama, al gato de cerámica, única herencia de su tía Eulalia, una pintora excéntrica y solitaria, que había muerto hacía dos meses.
Isabel tomó el gato y lo miró con curiosidad. Lo iba a cambiar de lugar cuando notó que en la base había un papel pegado, lo sacó y vio que estaba escrito. Era una nota de su tía que decía: "Querida sobrina, te dejo mi más preciado tesoro, mi mascota Rubin. El pobrecito murió cuando estaba en Egipto pero hallé la forma de recuperarlo. Cuídalo mucho, era mi compañero incondicional. Con todo mi amor, tu tía Eulalia".

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