jueves, 4 de noviembre de 2010

GRACIELA NÚÑEZ



ASTUCIA FRUSTRADA

¡A mi no me engaña! Es indudable que aprovechó mi ausencia para irse de farra. No soy estúpida. Estoy convencida que se hace el que no escucha el celular porque si me atendiera tendría que mentirme, obviamente. Seguro que cuando me vea va a decirme que el teléfono se lo olvidó en el auto o que se había quedado sin batería o vaya a saber que invento se le ocurrirá…
Pero yo voy a estar preparada para no creerme esa mentira, no importa cual fuera, no le tengo que creer. ¡Este tipo pretenderá convencerme! ¡Qué ingenuo! De ninguna manera voy a permitirle que insulte mi inteligencia. Voy a exigirle que me diga la verdad. ¿Qué se piensa? A mi no me pinta la cara nadie, yo me la pinto sola.
Mil veces le advertí y el muy idiota se la da de vivo. La astuta seré yo. Ahora mismo voy a llamar a sus amigotes y les diré que recibí una llamada donde me decían que lo tenían secuestrado y de esa manera si alguno de ellos sabe algo de él o están juntos se lo van a contar y así voy a descubrirlo. ¿Qué se piensa este tonto? ¡Engañarme a mí! Ya va a ver lo que le espera….
Tengo que hacerme la desesperada, demostrar que ese llamado recibido me sobresaltó para que de ninguna forma él advierta que lo estoy controlando. Tendré que poner voz de llanto, entrecortada y así me creerán y les sonsacaré la verdad. Una vez que hable con él debo lograr que me prometa que nunca más me apagará el celular y dejarme intranquila. La idea que tengo pensada es para mentalizarlo que la mentira tiene patas cortas y que a la larga todo se sabe. Debo asustarlo, hacerme la dura y no perdonarlo porque no es la primera vez que me lo hace pero quiero y necesito que sea la última por mi propia salud mental.
Me suena el teléfono. Seguro que es él. Debo poner en práctica todo lo pensado. Voy a atender. Escucho la voz de su madre del otro lado de la línea, llorando y diciéndome que a su hijo lo habían secuestrado.

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