miércoles, 22 de enero de 2020

Alejandro Bustos



Una historia navideña de cohetes  
Alejandro Bustos

Las fiestas de navidad para mi familia siempre fueron importantes, los chicos quizás no sabíamos bien que se festejaba, porque para nosotros la llegada de las fiestas era también el advenimiento del casi sagrado ritual de tirar cohetes.
La pirotecnia que usábamos eran los famosos “rompe portones”, tal vez le decían así por la gran potencia del estallido. Habíamos formado una barrita en el barrio que juntábamos las monedas y billetes que podíamos y como fuese para comprarlos.
También planificábamos nuestras tácticas para molestar a alguien con nuestros festejos; nos gustaba pensarnos como un equipo de demolición, tal vez veíamos demasiadas películas de “sábado de sábados de súper acción”. La cuestión era que elegíamos a alguien para “demoler” su casa, la víctima casi siempre era el cabezón Domínguez, no sabíamos porqué lo hacíamos, tenía un sabor especial tirarle petardos a la casa del cabezón.
Era un tipo de mediana edad que vivía con su mamá y cada vez que le tirábamos los petardos, salía en camiseta a ver quién era el atrevido que le perturbaba la cena. Cada vez que encendíamos un explosivo, salíamos corriendo a las carcajadas y escuchábamos cómo le explotaban en el techo y eso nos daba más risa.
Un día nos esperó de antemano, escondido detrás de la puerta de calle que estaba entreabierta, no nos dimos cuenta hasta que el cabezón nos salió al cruce, nos reconoció y al otro día vino la queja a nuestros padres que actuaron en consecuencia, reto, penitencia y por supuesto el castigo que mas dolía, se acabaron los recursos financieros para nuestras aventuras de demoliciones, vaya uno a saber hasta cuando.

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