Una historia navideña de cohetes
Alejandro Bustos
Las
fiestas de navidad para mi familia siempre fueron importantes, los chicos
quizás no sabíamos bien que se festejaba, porque para nosotros la llegada de
las fiestas era también el advenimiento del casi sagrado ritual de tirar
cohetes.
La
pirotecnia que usábamos eran los famosos “rompe portones”, tal vez le decían
así por la gran potencia del estallido. Habíamos formado una barrita en el
barrio que juntábamos las monedas y billetes que podíamos y como fuese para comprarlos.
También
planificábamos nuestras tácticas para molestar a alguien con nuestros festejos;
nos gustaba pensarnos como un equipo de demolición, tal vez veíamos demasiadas
películas de “sábado de sábados de súper acción”. La cuestión era que elegíamos
a alguien para “demoler” su casa, la víctima casi siempre era el cabezón Domínguez,
no sabíamos porqué lo hacíamos, tenía un sabor especial tirarle petardos a la
casa del cabezón.
Era
un tipo de mediana edad que vivía con su mamá y cada vez que le tirábamos los
petardos, salía en camiseta a ver quién era el atrevido que le perturbaba la
cena. Cada vez que encendíamos un explosivo, salíamos corriendo a las
carcajadas y escuchábamos cómo le explotaban en el techo y eso nos daba más
risa.
Un
día nos esperó de antemano, escondido detrás de la puerta de calle que estaba
entreabierta, no nos dimos cuenta hasta que el cabezón nos salió al cruce, nos
reconoció y al otro día vino la queja a nuestros padres que actuaron en
consecuencia, reto, penitencia y por supuesto el castigo que mas dolía, se
acabaron los recursos financieros para nuestras aventuras de demoliciones, vaya
uno a saber hasta cuando.
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