jueves, 27 de junio de 2019

Jenara García Martín



VIVIR SENTENCIADA 
Jenara García Martín

Flavio en aquellos días se sentía muy triste, porque un compañero automovilista, tras un grave accidente en una carrera en Francia, resultó muerto  y decidió viajar a Suiza para visitar a su amigo Claudio quien estaba internado en un sanatorio especializado en el tratamiento de enfermo que padecían tuberculosis. Ambos se encontraban en el salón de entrada del Sanatorio ambientado para que a los internos autorizados por los especialistas les fuera posible recibir visitas, cuando observaron que llegaba una bella mujer acompañada de un joven, alto y apuesto, aparentemente de su misma edad, que les sorprendió, y Flavio no pudo por menos de preguntar a su amigo.
-¿Están también enfermos esos dos?
-Sí. No se diría, verdad? – Respondió Claudio-, pero sucede con frecuencia. Durante algún tiempo  se tiene el aspecto de gozar de excelente salud. Después ya no, y entonces hay que dejar de pasear.
Pasados unos minutos  se acercaron a ellos dos y Claudio hizo las presentaciones respectivas: Flavio, Ella es Dolly, residente del Sanatorio,  francesa, hija de polacos y él, Albert, se hospeda en un Hotel cercano: Flavio,  un amigo, corredor automovilista.  -“Una belleza frágil” -  pensó  Flavio.
Dolly insistía ante el joven acompañante en salir del Sanatorio aunque fuera sin permiso y se aproximó a Flavio para que  aceptara  le acompañara cuando se fuera, a pesar de que ni se conocían.   Y le comentó,  que  el día anterior había fallecido en el Sanatorio, una amiga. Se llamaba Anne. Y que era tal la angustia y la tristeza que debía de ocultar que ya estaba al borde de la desesperación;  por eso necesitaba salir del Sanatorio, aunque fuera sólo por un día y que con él era posible, pues ella conocía la manera de hacerlo sin pasar por los controles de la vigilancia habitual. Flavio le dijo que le parecía peligroso, pero que después de la cena lo hablarían. Lo comentó con su amigo,  a quien no le extrañó el atrevimiento de Dolly, dado que la muerte de la joven Anne le había afectado al extremo. Se querían mucho y era razonable que necesitase  salir a respirar  con libertad.
Dolly antes de cenar  había subido al primer piso para ver una vez más a su amiga muerta. Parada delante del féretro, instalado en una habitación pequeña y fría, junto al montacargas, se sintió aterrorizada ante la idea de terminar como ella. Sin embargo, ese era su destino. También a ella la sacarían por la puerta de atrás a escondidas y de noche, para no alarmar a los demás pacientes. Con los nervios alterados, y aterrorizada, volvió a su habitación y se sentó en una silla junto a la ventana, pensando: “Tengo veintidós años,  la misma edad que Anne. Estoy aquí desde hace cuatro.  Antes existió  una guerra que ha durado casi seis. ¿Que sé yo de la vida?  Destrucción, lágrimas,  angustias, ver la muerte de mis padres, el hambre  y esta enfermedad  que se llevó a mi hermana y pronto será mi turno. Recuerdo sólo,  la lluvia de las bombas, las explosiones, la oscuridad como la noche, la devastación…No puedo imaginarme siquiera el aspecto de una ciudad en tiempo de Paz”
Y siguió mirando por la ventana observando la puerta del servicio fúnebre del Sanatorio donde había estacionado  un “móvil- tipo trineo” que más tarde, silenciosamente, se llevaría el cuerpo de Anne. Cuando Albert, el joven que pocas horas antes la acompañaba, la llamó por teléfono,  ya estaba algo más calmada y pudo responderle:- Sí Albert. Soy consciente de que también mueren muchas personas de otro tipo de enfermedades y que de la tuberculosis se están curando. Los nuevos tratamientos con los avances de la ciencia son eficaces y están obteniendo buenos resultados en algunos pacientes. Sí…Sí… soy razonable. Sí…Te quiero, eres mi amigo.  Pero ahora no te molestes en subir a buscarme –, y colgó el auricular. Y se dijo a sí misma que no había motivo para ser razonable, pues llegaría el momento en que su  cuerpo sería sacado de noche por la puerta de servicio y a escondidas.
Decidió no quedarse sola esa noche. Saldría del Sanatorio como fuera. Eludiría la vigilancia de las enfermeras acompañada por el amigo de Claudio. Se pusieron de acuerdo, después de la cena,  y salieron juntos sin ser vistos. Aquella noche hablaron de todo y se divirtieron en el ambiente del Bar del pueblo cercano y Dolly  procuró estar alegre, aunque interiormente sentía una profunda pena. Volvieron en trineo y entraron al Sanatorio en la misma forma que habían salido,  para evitar los descubrieran.

-No sirve de nada, ¿sabe? – Comentó Dolly antes de entrar en su habitación-. Se puede olvidar pero no se puede huir. Gracias. Perdone,  no he sido una buena compañía. Pero esta noche me era imposible estar sola. 

-Yo tampoco podía quedarme solo– respondió Flavio -, desde que supe que mi compañero ha muerto, no puedo dejar de pensar en él. Creo que tampoco he sido buena compañía, pero nos hemos evadido del fúnebre pensamiento. Mañana hablaremos, Dolly – .Y se dieron las buenas noches.

Al día siguiente Flavio se despertó de mal humor. La noche anterior había bebido demasiado y tenía dolor de cabeza. Cuando salió a la calle, para despejarse, compró  un espléndido ramo de flores para Dolly, que vio en una florería cerca del Sanatorio. Dolly las recibió expresándole su agradecimiento, manifestándole que después se encontrarían en el salón de entrada. Pero inmediatamente se dio cuenta que aquellas  orquídeas eran las que llevaba el ataúd de Anne.  Le pareció un delito que alguien hubiera negociado con esa ofrenda y ahora… ¡Tenerlas ella en la mano! horrorizada, las arrojó por la ventana, quedándose mirando al horizonte, pensativa.  Se sobresaltó cuando la enfermera fue a buscarla. Aquel día estaba citada para control médico y había llegado su turno. Una vez hecho el reconocimiento, al observar el rostro del médico cuando la hicieron pasar al consultorio invitándola a tomar asiento frente al escritorio y  ver las radiografías en su carpeta,  se dio cuenta que no era muy satisfactorio el resultado y le rogó al médico que le dijera la verdad.

-Está bien,  si usted así lo quiere, le diré la verdad: “Ha empeorado”  y tengo que recomendarla que por unos cuantos días, debe guardar reposo..

-No puedo estar siempre acostada.  Es eso lo que me produce la fiebre. Me parece que voy a enloquecer-,  contestó alterada al salir del consultorio.

La enfermera la acompañó de nuevo a la habitación, obligándola a seguir las indicaciones del especialista.

Y aquella noche alteró las indicaciones y salió de nuevo,  sola,  y entró al bar más elegante del pueblo donde sabía encontraría a  Albert, que aunque sufría la misma enfermedad, el tratamiento le permitía hospedarse fuera del Sanatorio. Él al verla la reprendió recomendándola volviera al Sanatorio, mas Dolly no le hizo caso, mientras,  bailaba con Flavio que se encontraba entre los esquiadores, a quién como en un susurro le dijo:

-Sabe por qué desobedezco, porque mi amiga Anne,  siempre hizo todo lo que le prescribían. “Todo – Todo” y mire donde está ahora. Y por eso le pido, por favor, que cuando se vaya me  ayude a irme con usted. Quiero vivir fuera del Sanatorio el tiempo que me quede de vida.  Nadie debe enterarse. Una vez que lleguemos a Roma, nos despediremos.

-¿Está segura de la decisión que ha tomado?

-Sí, totalmente segura. Cuando usted tenga decidido el día de  su partida, me avisa para volver a preparar la maleta. Sabe que me he enterado que antes de mi amiga Anne,  han muerto dos internas más. No siempre tenemos conocimiento de los  que fallecen. No quiero ser una más.

-¿Por qué dice, volver a preparar la maleta?

- Porque cada vez que me entero  de la muerte de algún paciente, preparo la maleta para escapar de este encierro, antes de que sea yo  la que salga en el “trineo fúnebre”. Y no he tenido esta oportunidad. Por eso se lo suplico a usted. Tenga compasión y ayúdeme a salir.  Le repito: en Roma nos despediremos. Ahí reside un tío que administra el poco dinero que poseo y es él quien me deposita todos los meses lo que necesito en el Sanatorio. Que como se puede imaginar no es una gran cantidad. En su casa me hospedaré  mientras mi  salud me lo permita.

Sanatorio. Que como se puede imaginar no es una gran cantidad. En su casa me hospedaré  mientras mi  salud me lo permita.

Flavio asombrado de la decisión que tomaba Dolly, mas entendiendo los motivos, aceptó sacarla del Sanatorio en su compañía y estuvo de acuerdo con las indicaciones que ella había propuesto.

Y por fin,  llegó el aviso de Flavio, con toda la discreción, anunciándola el día y la hora

Una mañana su amigo Albert la encontró preparando la maleta. Ya otras veces la había visto hacerlo,  pero ahora le sorprendió.

-¿Por qué haces la maleta a esta hora? –  preguntó.

-Esta vez Albert,  me marcho de verdad –, respondió resueltamente Dolli -.. Hoy mismo en el coche con Flavio. Pero no pienses en cosas extrañas. Me marcho con él porque no tengo el valor de hacerlo sola.  Una vez en Roma nos separaremos. Ya sabes que en Roma está mi tío – continuó diciendo Dolly y cuando volvió la cabeza, vio el rostro turbado de Albert, y le increpó.

-¿Qué quieres,  que me quede contigo?

Albert hubiera querido que se quedara con él,  pero  comprendía que Dolly le dejaba porque estaba  enfermo. Y su meta era huir, no de un hombre, sino de una enfermedad.

-Adios,  Dolly –dijo desesperado y salió de la habitación.

 -Perdóname, Albert. – Albert ya no le escuchó.

                                                                             CONTINUARÁ


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