jueves, 27 de junio de 2019

Carlos Grimberg


                             Tiempo de Julieta  
                                                Carlos Grimberg

Julieta se acercó a la ventana y miró con emoción el cielo estrellado de su pueblo natal, pronto cumpliría cuarenta años y sintió necesidad de volver a la casa de sus padres, no sabía porqué, pero presintió que ese fin de semana sería vital para su vida.
No se lo explicó a su marido ni a sus hijas, simplemente sacó boleto y se fue.
No hubiera podido explicarlo…
La casa le pareció inmensa, vacía, ahora que sus padres ya no estaban y su hermana menor residía en Buenos Aires.
En su habitación, encontró el viejo espejo plateado y se miró largamente en él, en ese vidrio se habían reflejado mil julietas, siempre más jóvenes, mucho más potentes, eternamente invencibles. Ahora el espejo se alegraba de recibir nuevamente a su vieja amiga, inexorablemente más madura, mucho más débil.
Por un instante no supo qué hacía allí, la brisa le traía olores conocidos que le perfumaban el alma. Era medianoche y las campanas de la iglesia comenzaron a repicar… 1, 2, 3…10, 11, 12…13!!!!
Como un rayo, en una fracción de segundo, entendió todo. Sintió terror y curiosidad, giró sobre sus talones y su corazón pareció detenerse…
La joven le sonreía desde la cabecera de su cama, estaba sentada con su cabello corto y la miraba. Julieta se acercó lentamente y se sentó a su costado.
Había emoción en los dos rostros, iguales lágrimas y las mismas sonrisas, al unísono extendieron sus manos para tocarse pero no lo consiguieron, tal vez les falto sólo un átomo de distancia…
Era una cita en el tiempo. Ella recordaba que hacía veinte años, la única vez en su vida que había oído repicar las campanas trece veces, había visto a una mujer en su cuarto, de larga cabellera, de espaldas, mirando por la ventana.
Se observaron durante varios minutos, las lágrimas rodaban de ambos rostros con igual ritmo.
Julieta habló.
-No sabía que te esperaba, pero te esperaba, tengo muchos consejos e instrucciones para darte.
-Yo estoy aquí para recordarte muchos ideales, sueños y proyectos -replicó la joven.
Julieta sentía amor por esa jovencita, quería estrujarla en un abrazo, beberla, pero no podía moverse.
Hablaron durante largo rato y comprendieron que había llegado el momento de separarse.
Julieta le dio instrucciones precisas de cómo y dónde encontrar a su futuro marido, al fin y al cabo de ello dependía el nacimiento de sus dos hijas, le recomendó que se dejara crecer el cabello y que se comprara aquella blusa negra calada que tanta vergüenza le había dado.
La joven le recordó, entre otras cosas, sus deseos de estudiar física en la universidad y rieron evocando aquella vieja utopía de fotografiar el tiempo…
Se besaron con el alma.
Julieta se sintió plena, un júbilo la invadía como sólo una vez en la vida había sentido.
Se incorporó lentamente y se acercó a la ventana.
Afuera, una mujer de pelo largo, de unos sesenta años, la miraba afectuosamente; estaba suspendida a cinco metros por encima de la calle, montada en un extraño aparato, mientras se calzaba su casco de astronauta y con una sonrisa y su mano extendida, le dijo: “Nos veremos”.
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