Tiempo de Julieta
Carlos Grimberg
Julieta
se acercó a la ventana y miró con emoción el cielo estrellado de su pueblo
natal, pronto cumpliría cuarenta años y sintió necesidad de volver a la casa de
sus padres, no sabía porqué, pero presintió que ese fin de semana sería vital
para su vida.
No
se lo explicó a su marido ni a sus hijas, simplemente sacó boleto y se fue.
No
hubiera podido explicarlo…
La
casa le pareció inmensa, vacía, ahora que sus padres ya no estaban y su hermana
menor residía en Buenos Aires.
En
su habitación, encontró el viejo espejo plateado y se miró largamente en él, en
ese vidrio se habían reflejado mil julietas, siempre más jóvenes, mucho más
potentes, eternamente invencibles. Ahora el espejo se alegraba de recibir
nuevamente a su vieja amiga, inexorablemente más madura, mucho más débil.
Por
un instante no supo qué hacía allí, la brisa le traía olores conocidos que le
perfumaban el alma. Era medianoche y las campanas de la iglesia comenzaron a
repicar… 1, 2, 3…10, 11, 12…13!!!!
Como
un rayo, en una fracción de segundo, entendió todo. Sintió terror y curiosidad,
giró sobre sus talones y su corazón pareció detenerse…
La
joven le sonreía desde la cabecera de su cama, estaba sentada con su cabello
corto y la miraba. Julieta se acercó lentamente y se sentó a su costado.
Había
emoción en los dos rostros, iguales lágrimas y las mismas sonrisas, al unísono
extendieron sus manos para tocarse pero no lo consiguieron, tal vez les falto
sólo un átomo de distancia…
Era
una cita en el tiempo. Ella recordaba que hacía veinte años, la única vez en su
vida que había oído repicar las campanas trece veces, había visto a una mujer
en su cuarto, de larga cabellera, de espaldas, mirando por la ventana.
Se
observaron durante varios minutos, las lágrimas rodaban de ambos rostros con
igual ritmo.
Julieta
habló.
-No
sabía que te esperaba, pero te esperaba, tengo muchos consejos e instrucciones
para darte.
-Yo
estoy aquí para recordarte muchos ideales, sueños y proyectos -replicó la
joven.
Julieta
sentía amor por esa jovencita, quería estrujarla en un abrazo, beberla, pero no
podía moverse.
Hablaron
durante largo rato y comprendieron que había llegado el momento de separarse.
Julieta
le dio instrucciones precisas de cómo y dónde encontrar a su futuro marido, al
fin y al cabo de ello dependía el nacimiento de sus dos hijas, le recomendó que
se dejara crecer el cabello y que se comprara aquella blusa negra calada que
tanta vergüenza le había dado.
La
joven le recordó, entre otras cosas, sus deseos de estudiar física en la
universidad y rieron evocando aquella vieja utopía de fotografiar el tiempo…
Se
besaron con el alma.
Julieta
se sintió plena, un júbilo la invadía como sólo una vez en la vida había
sentido.
Se
incorporó lentamente y se acercó a la ventana.
Afuera,
una mujer de pelo largo, de unos sesenta años, la miraba afectuosamente; estaba
suspendida a cinco metros por encima de la calle, montada en un extraño
aparato, mientras se calzaba su casco de astronauta y con una sonrisa y su mano
extendida, le dijo: “Nos veremos”.
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