Relación de amor
Nuria Barbosa León
Fue
un día a pleno sol, en el verano cubano donde las nubes se esconden, el calor
se multiplica, la tierra hierve y el polvo se expande.
Yunior,
de cinco años, destellaba emoción, haría terapia con un caballo. Su ceguera congénita lo privó de
conocer los animales y las plantas pero tampoco distinguía los colores, las
figuras, el brillo, la oscuridad, necesitaba entonces, palpar, oler o degustar.
Imaginó
los caballos como héroes de guerra o compañeros de trabajo, según las historias
narradas, pero también lo pensaba dócil, obediente, amigo en cualquier
circunstancia, fiel y cariñoso.
Su
maestra, los médicos y terapeutas, de la escuela especial Abel Santamaría de la
capital cubana, explicaron en clase de los beneficios de la equinoterapia, todo
consistía en algunas horas de ejercicios junto a un caballo.
Al
llegar al lugar, su agitación creció porque sintió el trote y le presentaron el
animal nombrado Nevado, de raza Appaloosa.
Fue
suficiente que la mano infantil diera unas palmaditas en el lomo, acariciara el
hocico y le dijera unas palabras cariñosas para que el caballo brindara amor.
El
domador Luis Alfonso Cruz Rodríguez, en ese primer día le enseñó la monta, pero
para Yunior no era bastante, necesitaba más y el caballo le brindó confianza y
sin que nadie lo percibiera se puso de pie a todo trote, dejando confuso a los
presentes.
Luego
vinieron muchos días y largas sesiones, hubo una relación de afecto entre
ambos. El niño jugaba y el caballo permitía todo tipo de acrobacia sobre su
lomo.
No
sería fácil explicar por la ciencia por qué, después de una estrecha relación
que duró 11 años, el animal murió ciego y el niño se llenó de fortalezas
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