POR ALGO SE EMPIEZA
Alicia Chilifoni
Hace
rato que vengo dando a entender que quiero un regalo muy particular. Cuando me
lo propongo soy suficientemente reiterativa como para lograrlo. En esto
fracasé. Por eso decidí agasajarme yo misma con “el” verdadero regalo.
Al
promediar la infructuosa búsqueda, me di cuenta
de que una de las razones por las que no había sido complacida era la
inexistencia del objeto en cuestión. Pero ¿por qué? Es tan indispensable que no
sé cómo sobreviví hasta ahora sin su auxilio.
Perseverante
recorrí, caminé, negándome a declararme vencida. Mis pies, adormecidos por el
trajín, ya parecían colgar como marionetas, remontadas por mi casi obsesión –si no lo consigo no
vuelvo a casa –
Por
fin se me hizo el milagro: en uno de los estantes más altos de un bazar
chiquitito, para nada especial, resaltaba ella, reina del local, mi sueño tan acariciado.
Una sopera blanca, de loza, panzona, con sus dos poderosas asas y su base
contorneada.
Creo
que recién entonces volví a respirar. Desde hacía un rato largo me deslizaba
como una imagen flotante, inanimada. Volví a la vida.
Mientras
el vendedor envolvía cuidadoso, comenté lo arduo de mi largo peregrinar por
ella. – Es que la gente ya no come en familia – dijo resignado.
Tiene
razón. Alguien se lleva una bandeja a la cama, y picotea mirando la tele. Otro
tarasconea un sándwich sin mirarlo, los ojos fijos en el monitor. También está
el que tiene el sueño cambiado, imposible despertarlo.
Mientras
mi mente repasaba esas imágenes como diapositivas, me encontré contestando sin
darme cuenta, como hablándome a mí misma – En familia o sola trataré a la sopa
con el respeto que se merece. La llevaré a la mesa como es debido: en mi, su,
nuestra merecida sopera.
Durante
el viaje de vuelta, distendida, comprendí que este Día de la Madre, invento
capitalista para sacarle a la gente el dinero que a veces no tiene, me había
tomado revancha. Mi regalo vale infinitamente más que los billetitos que pagué.
Esta sí fue una pichincha. Soy hoy la feliz poseedora de tal vez el último
ejemplar de una especie extinguida, y que es todo un símbolo. Ícono de la
familia reunida alrededor de la mesa.
Que
un día vuelva a ser como era, como nunca debió dejar de ser. En eso estoy. Ya
tengo la sopera. Por algo se empieza…
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