domingo, 19 de noviembre de 2017

Jenara García Martín



El misterio de una vida 
Jenara García Martín
                                              
Don Federico,  era el Farmaceútico de un pueblo  de  provincia,  en un tiempo pasado. Personaje importante. Soltero, de unos 30 años.  Su andar y buen porte  destacaban su elegante  figura. Siempre vestido con pulcritud y buen gusto.   También tenía fama de generoso y muy sociable.                          Así contaban la historia  de su vida, los que le conocieron.              
Todos los días, puntualmente a las nueve, habilitaba la Farmacia  donde se instalaba detrás del mostrador  con su  impecable guardapolvos blanco. Vivía solo,  atendido por una sirvienta,  y acostumbraba alternar con la gente del pueblo. Asiduo concurrente de LA TERTULIA. el único café del pueblo, donde se juntaba con un grupo de amigos, los personajes más distinguidos socialmente, todos los días a tomar café después del almuerzo  y en algunas ocasiones después de la cena para  jugar una  partida de ajedrez, o de naipes.
Se le habían conocido algunos romances,  pero  nunca duraderos. Siempre, el comentario, era que ellas le dejaban. El motivo  lo guardaban con suma discreción. Bromas al respecto no le faltaban, entre sus  amigos. Su respuesta era siempre la misma.
“Para ese compromiso formal, siempre hay tiempo. ¿No os parece?
De vez en cuando venía una tía a visitarle de nombre Gabriela. Aparentemente, algunos años  mayor que él.  Durante su permanencia se relacionaba con las damas más destacadas socialmente en el pueblo, pero cuando estaba la tía Gabriela, algo en Don Federico  cambiaba y para los amigos de café no pasaba desapercibido. Había un misterio en esas vidas que nadie conocía.  La tía  Gabriela era una gran amiga menor que él, bailarina en locales nocturnos  y/o revistas en la Capital,  y cuando sus fuerzas se debilitaban la llamaba.  Era el soporte vital que necesitaba para sobrellevar la otra faceta de su existencia que ocultaba entre las sombras de la noche. Ella le transmitía vigor,  nuevas energías  para seguir adelante. 
La visita de la tía Gabriela alteraba la monotonía pueblerina, en la que se movían sus habitantes.  Estaban acostumbrados a que todas las horas de todos los días  pasaban las mismas cosas. Las campanas de la iglesia dejaban caer sus campanadas marcando las horas sin error, reemplazando al reloj de la torre  que no funcionaba.  Las comadres se juntaban en la tienda de ultramarinos y se comentaban las novedades. Así, cuando llegaba la tía Gabriela tenían la oportunidad de romper la rutina en que vivían y ocuparse de algo diferente y empezaba    el “cotilleo”.
Los chismes corrían por las esquinas, en la plaza, de boca en boca. Hasta se llegó a decir que a Don Federico le habían visto salir de su casa,  a altas horas de la noche acompañado  de una dama de aspecto juvenil, muy bien vestida  y volver a la madrugada  con la misma compañía. Y que no era ni parecida a la tía Gabriela. No faltó, entre los amigos,  quien se ofreció a oficiar de detective. Seguir los pasos a Don.Federico  No podían resistir la curiosidad. Así es como llegó el informe del detective improvisado:
-Le he seguido por dos noches. “Sale acompañado de una dama joven elegantemente vestida, ya avanzada la noche.  Y prestad atención: ¿Conocéis la esquina del GRAN SECRETO donde existe un farolillo con muy poca luz”.
-¡SÍ!.. ¡SÍ!... La conocemos ...pero sigue...sigue…- insistieron  ansiosos los “indiscretos  amigos”.
“ …Y que hay una callejuela que no tiene salida y muy poco frecuentada por el misterio que esos lugares esconden?  Pues bien. Entran en ese pasadizo y ahí desaparecen  después de hacer sonar una campanilla en la puerta que todos sabemos es la entrada discreta que tiene acceso directo a “LA LUCIERNAGA".      
"LA LUCIERNAGA", nunca mejor puesto el nombre,  porque el letrero brillaba sólo en la noche. Era el Club nocturno del pueblo, para hombres solos, donde se entretenían con las mujeres de conducta liberal,  y los fines de semana había  espectáculo con expertas bailarinas, que  hacían más atractiva la concurrencia.  El único lugar que existía  en el pueblo en el que podían  evadirse de la rutina diaria.
Entonces, en la vida de Don Federico existía una mujer que nadie conocía, puesto que en nada se parecía a la tía Gabriela. Pero sí  era la  tía Gabriela la dama que le acompañaba, con la diferencia que  en la noche era la auténtica Gabriela.
El improvisado detective se ofreció a seguir investigando,  pero ahora  dentro del local de “LA LUCIERNAGA”
En el ambiente de “LA LUCIERNAGA”,  Don Federico era invisible. No acostumbraba a aparecer en el salón. Su vida era un misterio.  La supuesta tía Gabriela, se transformaba en "LA MASCARITA AZUL" y era una experta bailarina. Formaba el cuerpo de baile y alternaba,  circunstancialmente,  en el salón, aceptando tomar alguna copa con algún cliente que ella elegía.
Don.Federico continuaba con su vida normal, lo cual desorientaba a sus compañeros de café. Esos amigos sí que llevaban una doble vida encubierta, dado que frecuentaban “LA LUCIERNAGA”,  con mucha frecuencia. La mayoría eran casados  En las horas del día, su comportamiento intachable, guardando buena imagen ante  la sociedad  y ante su familia. Y... en la noche, donde la obscuridad todo lo protege. Todo lo ampara. Todo lo oculta, se comportaban como cualquier hombre libre.   Mas era tal la intriga que les originaba la vida nocturna de Don Federico que el detective improvisado se había propuesto desenmascararlos, utilizando las “artes”  que fueran necesarias y esa noche asistió al espectáculo nocturno, sentándose sólo en una mesa.
A “LA MASCARITA AZUL” bajo su disfraz y el  vestuario de bailarina, era imposible reconocerla,  y al descubrirle  decidió alternar en el salón y se acercó a él  -diciéndole- ¿Puedo acompañarle?
-Por favor, sería un honor para mí... -la respondió emocionado y la colocó la silla, con toda delicadeza, invitándola a tomar una copa. Cuando iba a comenzar el espectáculo, “LA MASCARITA AZUL”, le pidió disculpas para retirarse. El detective improvisado, se encontraba eufórico, feliz, esperando el final de la representación y que  “LA  MASCARITA AZUL”, volviera a sentarse con él. ¡Qué desilusión!... “LA MASCARITA AZUL”, no estaba en el escenario al hacer el saludo final, tampoco en el salón y tampoco  volvió a sentarse a su mesa.
El informe que llevó el detective al día siguiente al resto de  sus contertulios, fue  decepcionante. Ni a Don Federico, ni a su amiga de la noche les había visto en LA LUCIERNAGA.  No estaban en el Salón. Versión que fue confirmada por algunos de los amigos que también se encontraban esa noche en el Club.
Para Don Federico empezó a ser una tortura los rumores pueblerinos. Se sentía observado permanentemente,  sin disimulo, por sus compañeros de café en todos sus movimientos,  y decidió que la permanencia de la tía Gabriela  en el pueblo, debía llegar a su fin. Era demasiado arriesgado prolongar su estadía y tolerar a esa sociedad que actuaba con tanta hipocresía.  Así fue como la tía Gabriela tomó el tren al domingo siguiente. La despedían Don Federico, y alguna de las amistades  más íntimas, quienes en ningún momento dudaron de ese parentesco.
Ante estos acontecimientos, Don Federico tomó una decisión repentina. Se ausentaría por una temporada. Dejaría en la Botica, como reemplazante titular, al colega  del pueblo vecino, quien aceptó de buen grado ese ofrecimiento. Por supuesto, que para los amigos fue una gran sorpresa, cuando les anunció en el café que se tomaba vacaciones por un tiempo.
-Viajo el sábado a la noche,  a Madrid. Necesito tomarme un descanso.
Se quedaron sin palabras. ¡Perplejos! ¡En un silencio absoluto! Hasta que uno de ellos se animó a decirle:
-¡Iremos a la estación a despedirte!
-¡No, por favor!. No lo toméis a mal, pero  no me gustan las despedidas. Aquí nos decimos adiós.
-Te extrañaremos –le dijeron esos buenos amigos”.
-Yo también –les respondió Don Federico,  educadamente.
Ese mismo día, ya avanzada la noche, esperaba el último tren que  ya se aproximaba a la estación, y él dejaba atrás a los curiosos por descubrir el misterio de su vida. Subió a uno de los vagones de primera clase. Se escuchó el silbato que anunciaba la salida del tren y de inmediato se puso en movimiento perdiéndose en la obscuridad. Los únicos testigos de esa sorpresiva ausencia fueron el Jefe de Estación, las farolas  que alumbraban a media luz y el silencio de la noche gris con densos nubarrones.  Pero sabía que su amiga, la auténtica Gabriela, le estaba esperando en la estación y su vida ya podía vivirla sin angustia, sin miedo, sin misterio. ..                  

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