El misterio de una vida
Jenara García Martín
Don
Federico, era el Farmaceútico de un
pueblo de provincia,
en un tiempo pasado. Personaje importante. Soltero, de unos 30
años. Su andar y buen porte destacaban su elegante figura. Siempre vestido con pulcritud y buen
gusto. También tenía fama de generoso y
muy sociable.
Así contaban la historia de su
vida, los que le conocieron.
Todos
los días, puntualmente a las nueve, habilitaba la Farmacia donde se instalaba detrás del mostrador con su
impecable guardapolvos blanco. Vivía solo, atendido por una sirvienta, y acostumbraba alternar con la gente del pueblo. Asiduo
concurrente de LA TERTULIA. el único café del pueblo, donde se juntaba con un
grupo de amigos, los personajes más distinguidos socialmente, todos los días a
tomar café después del almuerzo y en
algunas ocasiones después de la cena para
jugar una partida de ajedrez, o
de naipes.
Se
le habían conocido algunos romances,
pero nunca duraderos. Siempre, el
comentario, era que ellas le dejaban. El motivo
lo guardaban con suma discreción. Bromas al respecto no le faltaban,
entre sus amigos. Su respuesta era
siempre la misma.
“Para
ese compromiso formal, siempre hay tiempo. ¿No os parece?
De
vez en cuando venía una tía a visitarle de nombre Gabriela. Aparentemente,
algunos años mayor que él. Durante su permanencia se relacionaba con las
damas más destacadas socialmente en el pueblo, pero cuando estaba la tía
Gabriela, algo en Don Federico cambiaba
y para los amigos de café no pasaba desapercibido. Había un misterio en esas
vidas que nadie conocía. La tía Gabriela era una gran amiga menor que él,
bailarina en locales nocturnos y/o
revistas en la Capital, y cuando sus
fuerzas se debilitaban la llamaba. Era
el soporte vital que necesitaba para sobrellevar la otra faceta de su
existencia que ocultaba entre las sombras de la noche. Ella le transmitía
vigor, nuevas energías para seguir adelante.
La
visita de la tía Gabriela alteraba la monotonía pueblerina, en la que se movían
sus habitantes. Estaban acostumbrados a
que todas las horas de todos los días
pasaban las mismas cosas. Las campanas de la iglesia dejaban caer sus
campanadas marcando las horas sin error, reemplazando al reloj de la torre que no funcionaba. Las comadres se juntaban en la tienda de
ultramarinos y se comentaban las novedades. Así, cuando llegaba la tía Gabriela
tenían la oportunidad de romper la rutina en que vivían y ocuparse de algo
diferente y empezaba el “cotilleo”.
Los
chismes corrían por las esquinas, en la plaza, de boca en boca. Hasta se llegó
a decir que a Don Federico le habían visto salir de su casa, a altas horas de la noche acompañado de una dama de aspecto juvenil, muy bien
vestida y volver a la madrugada con la misma compañía. Y que no era ni
parecida a la tía Gabriela. No faltó, entre los amigos, quien se ofreció a oficiar de detective.
Seguir los pasos a Don.Federico No
podían resistir la curiosidad. Así es como llegó el informe del detective
improvisado:
-Le
he seguido por dos noches. “Sale acompañado de una dama joven elegantemente vestida,
ya avanzada la noche. Y prestad
atención: ¿Conocéis la esquina del GRAN SECRETO donde existe un farolillo con
muy poca luz”.
-¡SÍ!..
¡SÍ!... La conocemos ...pero sigue...sigue…- insistieron ansiosos los “indiscretos amigos”.
“
…Y que hay una callejuela que no tiene salida y muy poco frecuentada por el
misterio que esos lugares esconden? Pues
bien. Entran en ese pasadizo y ahí desaparecen
después de hacer sonar una campanilla en la puerta que todos sabemos es
la entrada discreta que tiene acceso directo a “LA LUCIERNAGA".
"LA
LUCIERNAGA", nunca mejor puesto el nombre,
porque el letrero brillaba sólo en la noche. Era el Club nocturno del
pueblo, para hombres solos, donde se entretenían con las mujeres de conducta
liberal, y los fines de semana
había espectáculo con expertas
bailarinas, que hacían más atractiva la
concurrencia. El único lugar que
existía en el pueblo en el que podían evadirse de la rutina diaria.
Entonces,
en la vida de Don Federico existía una mujer que nadie conocía, puesto que en
nada se parecía a la tía Gabriela. Pero sí
era la tía Gabriela la dama que
le acompañaba, con la diferencia que en
la noche era la auténtica Gabriela.
El
improvisado detective se ofreció a seguir investigando, pero ahora
dentro del local de “LA LUCIERNAGA”
En
el ambiente de “LA LUCIERNAGA”, Don
Federico era invisible. No acostumbraba a aparecer en el salón. Su vida era un
misterio. La supuesta tía Gabriela, se
transformaba en "LA MASCARITA AZUL" y era una experta bailarina.
Formaba el cuerpo de baile y alternaba,
circunstancialmente, en el salón,
aceptando tomar alguna copa con algún cliente que ella elegía.
Don.Federico
continuaba con su vida normal, lo cual desorientaba a sus compañeros de café.
Esos amigos sí que llevaban una doble vida encubierta, dado que frecuentaban
“LA LUCIERNAGA”, con mucha frecuencia.
La mayoría eran casados En las horas del
día, su comportamiento intachable, guardando buena imagen ante la sociedad
y ante su familia. Y... en la noche, donde la obscuridad todo lo
protege. Todo lo ampara. Todo lo oculta, se comportaban como cualquier hombre
libre. Mas era tal la intriga que les
originaba la vida nocturna de Don Federico que el detective improvisado se
había propuesto desenmascararlos, utilizando las “artes” que fueran necesarias y esa noche asistió al
espectáculo nocturno, sentándose sólo en una mesa.
A
“LA MASCARITA AZUL” bajo su disfraz y el
vestuario de bailarina, era imposible reconocerla, y al descubrirle decidió alternar en el salón y se acercó a él -diciéndole- ¿Puedo acompañarle?
-Por
favor, sería un honor para mí... -la respondió emocionado y la colocó la silla,
con toda delicadeza, invitándola a tomar una copa. Cuando iba a comenzar el
espectáculo, “LA MASCARITA AZUL”, le pidió disculpas para retirarse. El detective
improvisado, se encontraba eufórico, feliz, esperando el final de la
representación y que “LA MASCARITA AZUL”, volviera a sentarse con él.
¡Qué desilusión!... “LA MASCARITA AZUL”, no estaba en el escenario al hacer el
saludo final, tampoco en el salón y tampoco
volvió a sentarse a su mesa.
El
informe que llevó el detective al día siguiente al resto de sus contertulios, fue decepcionante. Ni a Don Federico, ni a su
amiga de la noche les había visto en LA LUCIERNAGA. No estaban en el Salón. Versión que fue
confirmada por algunos de los amigos que también se encontraban esa noche en el
Club.
Para
Don Federico empezó a ser una tortura los rumores pueblerinos. Se sentía
observado permanentemente, sin disimulo,
por sus compañeros de café en todos sus movimientos, y decidió que la permanencia de la tía
Gabriela en el pueblo, debía llegar a su
fin. Era demasiado arriesgado prolongar su estadía y tolerar a esa sociedad que
actuaba con tanta hipocresía. Así fue
como la tía Gabriela tomó el tren al domingo siguiente. La despedían Don
Federico, y alguna de las amistades más
íntimas, quienes en ningún momento dudaron de ese parentesco.
Ante
estos acontecimientos, Don Federico tomó una decisión repentina. Se ausentaría
por una temporada. Dejaría en la Botica, como reemplazante titular, al
colega del pueblo vecino, quien aceptó
de buen grado ese ofrecimiento. Por supuesto, que para los amigos fue una gran
sorpresa, cuando les anunció en el café que se tomaba vacaciones por un tiempo.
-Viajo
el sábado a la noche, a Madrid. Necesito
tomarme un descanso.
Se
quedaron sin palabras. ¡Perplejos! ¡En un silencio absoluto! Hasta que uno de
ellos se animó a decirle:
-¡Iremos
a la estación a despedirte!
-¡No,
por favor!. No lo toméis a mal, pero no
me gustan las despedidas. Aquí nos decimos adiós.
-Te
extrañaremos –le dijeron esos buenos amigos”.
-Yo
también –les respondió Don Federico,
educadamente.
Ese
mismo día, ya avanzada la noche, esperaba el último tren que ya se aproximaba a la estación, y él dejaba
atrás a los curiosos por descubrir el misterio de su vida. Subió a uno de los
vagones de primera clase. Se escuchó el silbato que anunciaba la salida del
tren y de inmediato se puso en movimiento perdiéndose en la obscuridad. Los
únicos testigos de esa sorpresiva ausencia fueron el Jefe de Estación, las
farolas que alumbraban a media luz y el
silencio de la noche gris con densos nubarrones. Pero sabía que su amiga, la auténtica Gabriela,
le estaba esperando en la estación y su vida ya podía vivirla sin angustia, sin
miedo, sin misterio. ..
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