La cita
Fernanda Olinika
El
día por fin llego. El encuentro tan esperado
iba a ocurrir. Pasaron veinte años de la última vez que se vieron. En el
almanaque del corazón el tiempo nunca pasó.
Se
baño, se seco y mientras perdía la mirada en el espejo, recordó cada momento
vivido. Sacudía el cabello para acomodarlo, era corto y sus canas le invadieron
el castaño de la juventud.
Roció
con su perfume todo el cuerpo. Tomó un vestido de color azul marino con
florcitas pequeñas, que le marcaba bien su figura, unos zapatos bajos y su
cartera, y se dispuso a salir.
Subo
al auto que me va a llevar al lugar donde nos vimos la última vez. Preferí
bajar unas cuadras antes y caminar hacia la confitería. Todo había cambiado.
Me
senté junto a la ventana, desde ahí podía percibir el aroma de la primavera, narcisos, rosas, jazmines y
un gran paraíso inundaba la mesa del
café.
Bebí
una copa de vino. Mis labios se pintaron de rojo carmesí y la melodía del lugar generaba en mi corazón
una explosión de amor.
Los
minutos pasan. Sabe que este tiempo es de ella. Tiene un lindo sabor la espera,
recuerdos, nostalgias, angustias,
satisfacciones. Puedo traer a mi memoria un sinfín de momentos vividos. La vida
es eso, fragmentos guardados de un vivir.
Se
sintió observada, le generó timidez, pero le sonrió.
Se
acerco a la mesa, donde ella parecía una roca, y él le pregunto –puedo
acompañarla, no la incomodo-.
Por
favor siéntese.
Pidieron
otras dos copas de vino, charlaron como si ese momento hubiese estado planeado
para ellos. Se rieron de las ocurrencias que cada uno aportaba en esa mesa de
café. Pasaron las horas tan rápido, que la noche comenzó aparecer.
Se
saludaron, volvieron a reír y fijaron cita para un nuevo encuentro.
Tomo
su cartera y camino bajo el cielo estrellado que iluminaba su rostro y lo
llenaba de brillo y juventud.
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