domingo, 21 de agosto de 2016

Liliana Isabel González

El zapatero de mi barrio 
Liliana Isabel González

Oscar es el zapatero del barrio. Flores Sur. Es parte de él. La que es visible para los vecinos y clientes. La que decide mostrar.
Cuando él percibe la oportunidad muestra más de su territorio: su mundo interno; pero ello en contadas ocasiones. 
Su taller crece en la planta baja  de una vivienda sobre la Avda. Eva Perón, la que antes era Avda. del Trabajo.  
Un toldo verde protege la entrada.
Sobre las esquinas puede leerse Arreglo de Zapatos.
La frase impresa dibuja una curva. ¿Tendrá la intención de flexibilizar la vida de quien vuelve a calzarse el zapato arreglado?
Un calzado reparado mejora nuestro andar en la vida.
La vidriera es un ojo ampliado. Una lupa que empieza a contar la historia de su habitante. Desde allí se descubre una pared con un mural interno.
¿Será él su autor?  No me atrevo a preguntar.
Un río enorme y una barca invitan a subirse. El Paraná. Así está escrito.
Siempre me detengo en esa imagen. Dan ganas de adentrarse en sus aguas. 
La puerta, ubicada en el extremo izquierdo, da la bienvenida.  Siempre está cerrada aunque el negocio esté abierto.
Un cartel enseña el horario y los días de atención al público.
El tiempo complementario lo concentra en la tarea conciente de su “haceroficio” y sembrar su territorio interior.
La llegada de los clientes la anuncia el tintinear de unas campanas.
Una pared separa el mostrador del taller.
Se escucha su voz amable: “Un momentito…” Frase que impone un límite entre el espacio público y privado.
Extraño la imagen de una fotografía sobre la pared opuesta al Paraná.
Permaneció años allí. Era una publicidad de Suelas Febo. La imagen retrataba a un joven escalando una pared.
Navegar y escalar.
El zapatero propone su estilo para ganarse la vida sobre esta avenida con nombre de mujer trabajadora, síntesis del desafío diario.
La causalidad nos encontró en la coincidencia.
Sé que sus viajes al territorio entrerriano van más allá del descanso.
Penetra las rutas internas pobladas de escaseces.
Y como su “haceroficio” persigue un “caminar mejor” instala posibilidades. 
Fui testigo de cajas hechas de solidaridades vecinales para destinatarios ignorados. Instaladas allí, en el Ave Fénix.
Ese es el nombre del negocio. Una propuesta. Un grito alentador para que nosotros, los clientes, abramos nuestras alas en cada tropiezo. 
Esta mañana fui con una consulta. Confío en su palabra.
¿Se justificaba el cambio de tapitas y media suela para unas sandalias muy caminadas?  
Lo escuché. Decidí ofrecérselas para que las diera a quien él considerase.
Me animé a preguntar: -¿Te viene bien una bicicleta para llevar Entre Ríos?
Mi sobrina Julieta me da la suya. Hace tiempo que espera, estacionada, que algún gurí la haga pedalear.
Recibí un regalo, su confidencia. Oscar me contó que había reparado nueve bicicletas. Las llevó a Entre Ríos.
Averiguó en la escuela quiénes eran los niños que caminaban tres o cuatro kilómetros para llegar cada mañana.
Y allí las donó…
Quedamos que tan pronto pudiera le llevaría la bicicleta.
Con amabilidad sellamos el trato.
Aunque no llevaba puestas sandalias arregladas sentí la alegría de hacer lugar a la sorpresa.  
La esperanza y el trabajo solidario.


Y todo comenzó en un taller donde Oscar arregla zapatos.

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