Celia E. Martínez
Caminabas tomada de mi mano con la tuya que apenas
cabía en la mía.
Tenías que hacer un trotecito para alcanzar mi paso.
Eras chiquita. Saliste conmigo de la vieja casa de mis abuelos. Cruzaste a mi
lado el pueblo. Llegaste y pasamos el tembloroso puente que separado por el
arroyo de las Vacas, tanto te fascinaba, por un lado el follaje y por el otro la vieja rambla que daba a la
vera de enfrente con el club de regatas.
Seguiste alegre, hasta que llegamos a la alta
arboleda y asombrada mirabas hacia arriba la los árboles que parecía sin
fin llegaban, para vos al cielo, porque
preguntabas. ¿Mami llegan al cielo? porque entonces los ven los abuelos. -Sí,
te contestaba-
Y así llegábamos hasta la vieja Cantera de las
Huérfanas. ¿Porqué de las huérfanas, no tienen padres?. Es una vieja historia,
te decía. Contame. Tres niñas a quienes mataron a sus padres, se las sentía
llorar por las noches. Qué triste mami.
La cantera ya estaba abandonada porque no había más
piedras. Allí volvías, siempre agarrada a mí.
Volvíamos a pasar por los añosos álamos, volvíamos
por el puente, y llegabas a la casa
cansada y hambrienta, mi tía Juanita te esperaba con la comida ya lista. Le
contabas todo lo que habías visto.
Ya no me llamás mami, ahora las pocas veces que me
ves o hablás, soy mamá.
Te di el diario, hace poco.
¿Lo estás leyendo? Supongo que sí.
¿Te acordás?...
Creo que no, por lo que me decís no fui una buena
madre, la memoria es selectiva y sólo recordás mi enfermedad, el abandono al
que te sometí en ese tiempo. Pero yo te amo hija mía
Y releyendo éstas páginas recuerdo los tiempos buenos,
sólo esos, enterré los malos.
Por eso te di esto que escribí para vos, hace una
vida, la tuya.
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