CUARTA ESPOSA (l)
Jenara García Martín
Esa
misma madrugada al regreso de la fiesta, Constanze estaba ansiosa por relatar a
su mamá, antes de irse a dormir, los
detalles más destacados que a ella la habían llamado la atención, desde el acto
del Registro Civil, hasta que se retiró de la fiesta de la noche.
-Ya
sé, mamá, que a ti te traerá recuerdos
este nuevo enlace de mi papá, tanto buenos, como desagradables, pero forma
parte de tu pasado y el mío. Ahora con este
cuarto matrimonio que ha contraído mi papá, no sabemos cuál va a ser su
comportamiento con nosotras, bueno, especialmente conmigo que siempre ha sido
tan protector y tan cordial. Siempre que le hemos necesitado ha estado a
nuestro lado. Tú conocías a su nueva esposa,
¿verdad?
-
Sí cariño. Sí la conocía y considero que
es bella, con mucha elegancia, muy joven, hija de los Nelson amigos de tu padre
y poderosos industriales vinateros. Según
comentarios, tu padre puede llevarla cerca de cuarenta años. Ese es su
gran defecto, que siempre quiere tener a
su lado a una mujer joven.
-
Pero tú todavía eras joven cuando te divorciaste de él.
-
Así es, cariño. Pero como estarás cansada, mejor vayámonos a dormir y mañana,
me cuentas los detalles de este acontecimiento tan destacado en la sociedad
parisina, que para ti habrá sido todo un
descubrimiento social.
-
Tienes razón mamá, mañana sigo contándote – y despidiéndose con un beso, ambas,
se fueron a descansar.
Pero
la señora Carla, como no podía conciliar el sueño, hizo un viaje de regreso,
recorriendo su vida desde su casamiento y posterior divorcio, situación que la
llevó a vivir sola con su hija, su pintura y su galería de Arte. Recuerda con cierta
emoción, la felicidad de Fred el día que le anunció que iban a ser padres, la
invitación a cenar para festejarlo y la
valiosa gargantilla que la regaló con zafiros engarzados en oro,
haciendo juego con los pendientes. Todo iba pasando por su mente como una
película, y hasta los momentos difíciles en la convivencia matrimonial que
habían dado un inusitado giro ante el anuncio de la llegada de ese heredero,
pues llevaban seis años de casados, y no
tenían descendencia. También pensó, en esos momentos, que con las otras dos
esposas no había tenido hijos. Y haciendo uso de esa memoria prodigiosa, le
veía a Fred prestándola una atención, durante su embarazo, que llegaba a los
extremos y recibiendo el nacimiento de su primera hija con un regocijo
indescriptible.
Fueron
unos años de felicidad que disfrutaban los tres, compartiéndolo todo. Y ya
había cumplido diez años Constanze, cuando Fred, empezó a cambiar los hábitos
de la vida en familia. La señora Carla
soportó la infidelidad permanente de su esposo hasta donde su paciencia llegó a
un límite. En ella, ya había pasado la juventud que él buscaba en una
mujer y ambos tomaron la decisión de
llegar al divorcio, pese al dolor que le causaban a su hijita. Fue una separación
sin escándalos. De común acuerdo. Las dejó en buena posición económica y social,
acorde con su categoría de banquero millonario y comprometiéndose a costear los
estudios de Constanze en los mejores colegios y la carrera universitaria que
ella quisiera elegir. Eso sí, las impuso una condición, no podían
abandonar París, pues era su única hija
y quería tenerla cerca y compartir su vida. Y así lo cumplió.
Costanze se despertó a la mañana siguiente, cerca del mediodía, reuniéndose
con su mamá en el salón, quien ese día no había acudido a la galería por
compartirlo con ella cuando se levantara. La doncella le sirvió un jugo de
frutas, puesto que ya se acercaba la hora del almuerzo.
-
Buenos días, mamá - y ese saludo, fue sellado con un beso-. Me extraña verte en
casa. ¿Por qué no has ido a la Galería?
-
Sabes que Mariam me reemplaza con eficiencia y yo quería estar con mi hija
cuando se levantara y pasar el día completo con ella. ¿No te agrada la idea?
-
Claro que sí, mamá. Así tengo el tiempo suficiente para relatarte todo lo
ocurrido en ese nuevo casamiento de mi papá.
-
Y ahora, dime: ¿Qué tal has pasado la
noche?
-
Bien mamá. Y tú ¿Has podido dormir sin recuerdos?
-
Los recuerdos en mi vida, siempre han estado y estarán presentes y más en un
día como el de ayer. Pero yo quiero que todo lo que esta madrugada querías
contarme, lo hagas ahora. Tu impaciencia me ha contagiado y tengo deseos de
escucharte.
-
No quiero que mi relato te haga revivir
algún episodio dormido y vaya a ser motivo de tristeza. ¿Me lo prometes?
-
Te lo prometo, cariño. Mis sentimientos están protegidos por una coraza. Lo
importante es que tú lo hayas - Comienzo por los primeros pasos. Cuando vi a mi
papá en el registro civil, yo no lo conocía, mamá. Tenía más estatura que la
novia y aparentaba unos cuantos años menos y con un físico atractivo. No me
preguntes del por qué del cambio, pero es como te lo estoy describiendo. Los
señores Nelson me trataron con toda amabilidad y también David y las
coreanitas. De Lara no puedo decir lo mismo, porque en ese acto, ni me miró.
Esto te lo resalto: el, “Sí acepto”, de mi papá se escuchó con suma claridad
pero a la novia el juez la tuvo que preguntar dos veces, actitud que produjo
comentarios. El recinto que disponen
para estos acontecimientos, te diré, que
estaba lleno de invitados, y era
un desfile de modelos en las damas, que más bien parecía una competencia.
-
Y tú, ¿cómo te sentiste con tu conjunto siete octavos?
-
Estaba tan elegante como cualquiera de
las jovencitas, y resaltaba mi pamela. Había cantidad de periodistas y fotógrafos a la
salida y creo que yo también estaré en alguna foto. Dicen que serán publicadas
en alguna de las revistas de sociales,
especializadas en estos acontecimientos. ¿Quieres que la compre?
-
No me opongo a que lo hagas, mas yo no quiero verlas. Prefirió que tú sigas con
el relato -, le respondió la mamá
-
El koctail -, continuó Constanze - que ofrecieron después fue muy bien servido
y organizado por un chef de renombre en París, y fue el mismo que organizó el
banquete de la noche, que se destacó con la variedad de platos del menú. Y el
postre fue algo especial. Comentaron que había sido una exclusividad del chef,
creado para homenajear a los novios. Te digo que era una exquisitez.
No
dejó de resaltar los detalles que más la habían llamado la atención, y, con los
conocimientos de todo tipo de arte, por la escuela de su mamá, pudo destacarla
hasta los estilos de la decoración del
salón.
-
Y… ¿Había invitados conocidos?
-
Sí, mamá. Entre los más de quinientos que dicen eran los que asistieron, pude
ver a los Clovis, los Juliá, los Graus y también algunos de los amigos del Club
y conocidos de mi papá, pero el saludo sólo era una mirada diferente o una
inclinación de cabeza, sin acercarse demasiado.
-
De la novia… ¿No me dices nada?
-
Sí mamá. Te la voy a describir tal cual
la vi yo, quizás no como la veían los demás, que no hacían nada más que
adularla, por su elegancia y su belleza. Es cierto que lucía un vestido blanco
de encaje y bordado en pedrerías, divino. Modelo de uno de los más reconocidos
modistos de París, especializados en trajes de novia, de acuerdo a lo que nos
dijo la señora Lyli. Se paseaba ella sola luciéndose y coqueteando a la vez que
saludaba a los invitados. Sabía que su vestido resaltaba su estilizada figura y se la veía disfrutar de los halagos,
pero siempre sola. Con decirte, que tuvieron que salir a buscarla para que se
reuniera con el novio (mi papá) para iniciar el baile al compás del clásico
vals “Danubio Azul”. Después cuando ya cambiaban de pareja, se llenó la pista. Yo bailé con mi papá;
Maureen con el joven David y, Josefine con el señor Nelson, algunos pasos del
vals. Me ubicaron en la mesa de David y
las coreanitas a la que se agregaron los
señores Nelson y mi papá. Y ahora vas a escuchar algo que te sorprenderá, pero
así sucedió. Lara se acercó a nuestra mesa agradeciendo nuestra presencia y
hasta destacó mi atuendo. Y dijo, queriendo disimular su altivez, que se
acercaba a brindar con toda la familia, indicando a David, a quien yo había
observado que hablaba con ella antes de acercarse, que abriera la botella de
champagne y sirviera las copas. Cuando ya todos nos habíamos puesto de pié con
las copas levantadas para el brindis, ella derramó el líquido espumante en el
vestido de Maureen y no fue por accidente, fue con intencionalidad de hacer
daño y arruinarnos los momentos de armonía que estábamos disfrutando. Yo me
tomé del brazo de mi papá, porque me asusté. No había en su semblante un gesto
de arrepentimiento.
-
No puedo creerlo. Y esa actitud, por qué, Constanze.
-
¿Tú crees mamá, que puedo adivinar los motivos, si recién anoche conocí a
todos? Ya te he dicho que la califico de soberbia, y con cierto grado de
maldad. Pidió perdón, con una superficialidad, que se la notaba en la voz y en
la mirada, obligada por mi papá y el señor Nelson. Y se retiró como si no
hubiera tenido importancia lo que hizo. David también se lo reprochó. Qué pena
me dio observar el semblante de Maureen
y Josefine, mientras limpiaban el vestido. Son un encanto, mamá. Son amables.
Hablan con una dulzura que impresionan sobre su
cultura y costumbres coreanas que no te cansas de escucharlas. Y, Lara,
luego bailaba con los jóvenes luciéndose en la pista y nunca más con mi papá.
Daba la impresión que no se daba cuenta que ya era la señora Karlton y eso se rumoreaba en algunos círculos de los
invitados. Ver a mi papá con el grupo
de amigos de su edad, de quien
nunca se el señor Nelson, me producía tristeza, que siempre traté de disimular.
Se paró
el señor Nelson, me producía tristeza, que siempre traté de disimular.
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