domingo, 15 de noviembre de 2015

Cora Stábile




El  cafisho y la Musa Mistonga  
Cora Stábile

Sí, es desconfianza… y tal vez cierto temor… ese hombre que había entrado le producía un escozor inquietante.
Él observaba con atención todo el ambiente, controlaba sin disimulo los movimientos de las personas que estaban allí reunidas y su gesto adusto y ese seño fruncido no presagiaban nada bueno.
De pronto llegó ella: era una morena espléndida, con ojos grandes y brillantes, sus labios de un rojo intenso esbozaban una sonrisa desafiante.
Su presencia fue advertida de inmediato por todos los que se encontraban reunidos en el lugar. Algunos, sin disimulo, cuchicheaban entre ellos y sonreían socarronamente.
Sí, era la  “Musa Mistonga” que había entrado invadiendo de inmediato todos los rincones con su presencia.
La mujer que atendía el mostrador advirtió que aquel desconocido había echado su sombrero hacia atrás y, con cínica sonrisa, caminó lentamente hacia la joven, le dijo algo y ambos se dirigieron hacia una mesa en el fondo del salón.
Hablaban en voz muy baja, se los veía tensos, serios… de pronto el ruido seco de un golpe cruzó el espacio. Las miradas de los pocos parroquianos presentes se dirigieron hacia el fondo y vieron con asombro como un hilo de sangre asomaba de los labios de la mujer en un rostro surcado por gruesas lágrimas. Mientras  el varón sacaba varios billetes de su bolsillo, los tiraba sobre la mesa y tranquilamente se alejaba sin volver la vista atrás.

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