domingo, 9 de agosto de 2015

Pía Barros



Las ganas Pía Barros

Yo no sé de dónde me vienen estas ganas, pero cuando aparecen no hay nada, pero nada y no queda otra que satisfacerlas, quebrarles el punto, no sé-. La cosa es que a Dávalos le dio sed y se fue por cervezas al kiosco de don Mario, la Julia se había echado sobre el pasto a dormir la siesta, porque toda la mañana en clases con ese gusto agrio a resaca en la boca la tenía destruida, pero con una pestañadita todo se pasa, dijo, y yo que empecé a moverme sobre la banca pero las ganas me rompían por dentro así es que dije Ya vuelvo, al rato vuelvo, grité caminando hacia la salida de la U, con esas ganas acuciándome, exigiéndome y yo sabía que cuando se instalaban no me podía echar atrás, ni con duchas heladas, ni con conversaciones sobre la obra de Mallarme, ni con el último escrito de Pablo Freire y la educación perfecta, porque desde que tenía catorce que no podía desoírlas. Por eso me fui caminando, agradeciendo a los dioses porque ya empezaba a opacar el día y los transeúntes llenaban veredas antes vacías por el calor de marzo.
Lo vi desde lejos y supe que era el elegido con el que me sacaría las ganas. Le miraba el cuerpo a las colegialas por sobre el jumper azul y les susurraba obscenidades al pasar. Era perfecto.
Me acerqué a él y le di la oportunidad de apreciar lo contundente de mis pechos antes de decirle que tenía unas ganas incontrolables pero que él era la respuesta. Yo no miento, así es que se lo dije así, de sopetón, lo de mis ganas, claro. Se anduvo como desarmando un poco, pero creo que vio en mi la lotería, el numerito premiado completo cuando le dije que nos fuéramos por ahí, en esa plaza, detrás de aquel árbol donde nadie nos viera, porque mis ganas apremiaban y no era cosa de hacerlas esperar. El tipo no caminaba, corría que casi le topaban los talones con la nuca hacia el sitio oscurecido por el follaje del árbol y los arbustos que dejaban un espacio apropiado donde cabríamos los dos. Estiró las manos temblorosas hacia mis nalgas y yo abrí la mochila, Mis ganas primero, dije, después saqué el bisturí y le cercené el cuello de un golpe limpio varias veces ejecutado. Los ojos se le abrieron silenciosos. Cuando caía, con el dedo índice obtuve algo de sangre que me llevé a la boca. Mis ganas se aplacaron.
Después, corrí donde Dávalos y la Julia porque había que entrar al seminario y “La flores del mal”, con sus largos versos, nos esperaban.

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