domingo, 9 de agosto de 2015

María A. Escobar



                          Sombras María A. Escobar

Camila cumpliría diez años el próximo mes. Sabía perfectamente que no habría una fiesta como la que sí tenían sus compañeras de grado. Su madre detestaba cocinar, odiaba el bochinche, salvo cuando ella y su padre peleaban a los gritos. Entonces el festejo se reduciría a ir a comer algo afuera y que los platos los lavara otro.
La niña era delgada, morena, de grandes ojos oscuros que tenían un eterno velo de tristeza. Los padres, inmersos en sus problemas no le prestaban demasiada atención y ella se acostumbró a no demandarles nada por no correr el riesgo de recibir una segura negativa.
Ahora, al pasar por el baño vio que su madre estaba maquillándose frente al espejo. Los dos saldrían esa noche, a pesar de que ella, algunas veces, había confesado su miedo a quedarse sola. Seguramente su padre le diría, como tantas otras veces, “No seas tonta, nosotros cerraremos bien la casa, no hay de qué temer”.
¿Pero y los fantasmas que acechan  en los rincones cuando ustedes no están?,  se preguntaba a sí misma. Igual ellos no renunciarían a su salida. 
Era una forma de reconciliación después de cada pelea. Buscó a Nerón, el gato y lo tuvo en sus brazos pero éste no se encontraba muy a gusto y se debatía, ella lo apretó bien fuerte, entonces lo soltó. Esa noche sería su única compañía.
Llegó su padre y se cambió la camisa luego de echarse una nube de desodorante. “¿No te bañás?” Preguntó su mujer. “Cuando regresemos” contestó él echándole una fugaz mirada al espejo.
Cuando partieron Camila se enroscó en el sillón, frente al televisor, trataría de distraerse con una película. Eligió mal, la película que comenzó a ver resultó ser de terror pero la miró hasta el final, temblando. Cuando terminó encendió todas las luces de la casa para ahuyentar las sombras. Aún le temblaban las manos cuando buscó la lata de galletitas, y se preparó una chocolatada. Donde estaba Nerón?
El gato se había sentado frente a la puerta de entrada y miraba con fijeza. Qué veía. Por el resquicio de luz que entraba abajo por la puerta, había una sombra que se alargaba hacia adentro. Camila nunca había sido valiente. Y no lo era. Eso decía su padre. Sin embargo, a veces, el miedo suele ser un gran motor para que alguien haga lo que debe hacer. Entonces ella tomó la cuchilla más grande que encontró en la cocina y, sin titubear hizo girar la llave y abrió la puerta. En el umbral un pequeño cachorro negro temblaba de frío.
Camila lo levantó en sus brazos y, acariciándole con dulzura la cabeza, le susurró despacio “¿A vos también te dejaron solo?”.

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