domingo, 9 de agosto de 2015

Negro Hernandez



                      La tía Rosita Negro Hernández

“Yo actué en este local por los años 40”, dijo la tía Rosita después de sentarse a nuestra mesa junto al ventanal del café. El Gordo me miró como diciendo ¿de donde salió esta mina?. El Mirón se despabiló abruptamente para prestar atención y Sandoval empezó a toser para disimular un ataque de risa. Yo los miré uno por uno con bronca señalando su mala educación con la mirada y cuando los muchachos parecieron avergonzados, la presenté.
La tía de Marta había llegado de Rosario hacía unos días para atenderse de una dolencia en el hospital de Clínicas y estaba viviendo en la casa de mi actual pareja. Era una mujer mayor de una extraordinaria belleza que me hacía recordar a mi madre. Su voz conservaba la frescura de su juventud y su porte elegante daba cuenta que había sido una verdadera diva, una de esas mujeres que seguramente habría conmovido cualquier corazón masculino.
“Los amigos del Negro son ahora mis amigos”, agregó y saludó a cada uno con un beso en la mejilla. “Si, aunque les parezca mentira en mis años jóvenes éste era un lugar donde se tocaba tango”.
Miré el reloj para ver cuando faltaba para que llegara Marta. ”En la esquina estaba el almacén y despacho de bebidas y sobre esta calle había un salón más grande donde llegué a cantar”. Tenía miedo de cómo le caería a mis amigos la presencia de la tía Rosita. “Entonces tenía 18 años y estudiaba canto con Nelly Omar, por ella me hice peronista y fanática admiradora de Evita. Iba  a los actos políticos y participaba de los recitales que organizaba la Fundación Eva Perón para ayudar a los necesitados”.
Yo me había fui tranquilizado cuando me di cuenta que los muchachos habían sido seducidos por el encanto de su personalidad. Ella se sentía muy cómoda manejando la conversación y continuó ilustrando con numerosas anécdotas de su carrera.
Después conocí a mi primer marido que era representante de artistas y comencé mi carrera de actriz y cantante haciendo giras por todo el país”. Contó que había actuado junto a las hermanas Berón, que fue compañera de Alba Solís y amiga de Nelly Vázquez, también que fue la presentadora del recién llegado del Uruguay Julio Sosa, y aclaró que su cantor preferido era Miguel Montero.
Marta tardaba en venir a buscarla y yo deseaba que no se aburrieran con su charla. En eso el Pelado –un viejo parroquiano- y Jorge que estaban en otra mesa se acercaron para escuchar por lo interesante de su relato. Los muchachos empezaron a compartir la charla incluyendo historias del barrio.
“Negro, tenés que invitarla  a la reunión de los Librepensadores”, dijo el Mirón. “Tenemos que traerlo a Boris para que la acompañe en el piano”, agregó el Gordo. “Me la llevo a casa para que la conozca mi vieja que en esa época era artista de variedades”, dijo Sandoval. El Pelado que tenía un programa de tango en la FM del barrio le pidió un autógrafo y la comprometió para hacerle un reportaje en la radio. 
“Cuando me enteré que el novio de mi sobrina era de Barracas no dude en pedirle que me trajera al café”. La tía en pocos días me había adoptado como un sobrino más y no hacía otra cosa que agradecerme la gentileza de haberla traído, mientras los muchachos me miraban en forma socarrona.
Para escapar de las cargadas aproveché la presencia del Pelado para contar que Alberto Marino había estrenado el tango Tres Amigos de Enrique Cadícamo, en el local donde estábamos sentados. Fue una noche de verano de 1944, antes de grabarlo con Troilo en el sello Odeón. El dueño de entonces bautizó al café por ese acontecimiento y además, dicen que así pagó una deuda haciéndose cargo del boliche. “Y otra vez allá en Barracas / esa deuda le pagué...”
La tarde se iba yendo detrás de las nubes sobre el Riachuelo y creí escuchar unos truenos pero eran solo unos camiones que cruzaban el puente haciendo ruido sobre el empedrado.
A veces el miedo de que vuelva a sorprendernos la sudestada que años atrás que nos obligó a pasar la noche adentro del café, confundía mis percepciones.
“Antes el tiempo era más lento y no teníamos el apuro hoy, tardábamos mucho más en olvidar las cosas que habíamos vivido y sabíamos esperar”, dijo la tía.
Sonó el celular, era Marta, dijo que estaba demorada por inconvenientes con unas antigüedades que tenía que entregar, que por favor me ocupara de Rosita.
El café se fue despoblando mientras la tía se había puesto a cantar algunas canciones de su tiempo, muchas tan desconocidas como poéticas.
“Cuando no estás la flor no perfuma... si tu no estás me envuelve la bruma”. El gallego apagó la radio, mandó cerrar la persiana de la puerta principal y bajó las luces. Su voz sonaba entre las paredes del Tres Amigos como si éstas la reconocieran después de aquella vez. “Afuera es noche y llueve tanto... ven a mi lado me dijiste...” y  ante el asombro del auditorio creció su propio entusiasmo para continuar deleitándonos con su repertorio. “No habrá ninguna igual. No habrá ninguna... Ninguna con tu piel y con tu voz...”
Mientras la tía Rosita cantaba, los fantasmas bailaban en el café trayéndome imágenes de mi niñez. Me vi jugando en la calle a la bolita, colgado en la cornisa de la azotea como un pirata, haciendo los deberes de la escuela en la mesa de la cocina y dándole un beso a Norita detrás del árbol erguido frente al zaguán. Vi a mi madre acercarse silenciosamente hasta sentarse a mi lado. “Que bien que canta negrito, como a mí me gusta”... Y me dieron ganas de llorar.

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