El príncipe de
Mataderos (parte 2) Susana
del Negro
Todo
empezó con un pedido de Sucre, el comisario de la 42, con respecto a dos antecedentes
bien distintos de dos malvivientes de los que nos habían enviado por fax los afiches
de: Se Buscan. A uno lo llamaban Perro Muerto y del otro hablaban como el
Misterio del Príncipe, ambos con domicilio desconocido, pero que se movían por
el barrio de Mataderos. Sobre este último, el Príncipe, fue el regreso no
querido de un oscuro asesino serial que mantenía ciertos rituales con sus
víctimas que lo hacían repulsivo y temible. El otro, el Perro, lo habían dado
por muerto en varias ocasiones, de ahí su apodo, pero siempre revivía en la
forma de realizar algún robo o estafa.
Me
habían asignado a esa comisaría hacía sólo unas semanas y esa tarde, la de los
fax, Sucre se asoma a la puerta de su oficina y me dice: -Oficial Sánchez
¡venga a mi despacho!. Me levanté lo más rápido que pude y cuando entré, sin
darme tiempo ni a saludarlo me dice: -Tengo un lindo laburito, Sánchez, le
asigné el caso del Príncipe, el del Perro se lo dejo a Ramírez, la oficial que
entró con usted, porque es más livianito. No me quedó otra cosa que decir
:-¡ok, jefe!.
-Sánchez,
en una semana quiero el informe del caso en mi escritorio y socarronamente:
¿ok?.
Era
un viejo chinchudo y poco afecto a los chistes, pero un excelente comisario, me
dijeron los compañeros cuando les conté para que me habían llamado.
¡Suerte
pibe! Me dijo el sargento Robles, el más veterano. Los otros me miraron con
cara de lástima, mi primer caso y me dan al príncipe. Pero yo era pendejo
todavía y me creía superman.
Me
asignaron un escritorio que estaba bien al fondo en la oficina, sin teléfono ni
compu, hay que pagar el derecho de piso y como siempre había sido un optimista,
me dije: no hay problema, yo puedo. Tenía que trabajar contrarreloj, cuando
comencé a leer los expedientes de los casos, más de una vez el estómago se me
dio vuelta y tuve que ir al baño a vomitar. Eran mujeres jóvenes asesinadas con
ensañamiento brutal.
Lo
que me intrigaba era cual era el motivo que lo llevaba a tal crueldad y porqué
lo llamaban príncipe, después me enteraría que se había corrido la voz de que
era un joven de guita que tenía esta debilidad, la misma teoría que se tenía en
Inglaterra con el legendario Jack el Destripador.
Una
y otra vez leía y releía cada prueba, cada escrito, la de los forenses, las de
otros oficiales, comentarios de vecinos de las víctimas. Pero no encontraba
nuevas pruebas ni motivos. Buscando patrones, en mi investigación, comencé a
pensar en un perfil criminal
organizado:
tenía la escena del crimen: cerca de la Recova, en Mataderos, el modus operandi:
violación y descuartizamiento, me faltaba la firma, es decir la razón de la
crueldad de sus actos. Por los datos sobre sus víctimas, todas eran mujeres
jóvenes, solas, empleadas administrativas, bibliotecarias o cuidadoras de
ancianos, que solían pasear los domingos por la Feria de Artesanos del barrio.
Me
preguntaba cuál sería su relación, que nos querría contar el victimario. Cuáles
serían sus fantasías personales y su relación con el mundo. Por lo que había
deducido se trataba de un masculino blanco, de contextura física importante, de
35 a 40
años, de clase media y con cierto encanto que le permitía acercárseles a sus
víctimas con total control de ellas y que dadas las características de sus
crímenes debía haber sufrido algún tipo de abuso en la niñez.
Como
me había aconsejado una amiga, psicóloga social, comencé observando los alrededores
para hacer un reconocimiento de la zona y entender mejor el comportamiento del
criminal.
Una
mañana me acerqué al bar Oviedo que está en la esquina de las avenidas de La Torre
y Corrales y comencé a relojear a los clientes, al dueño, a los pibas que
atendían las mesas, me dí una vuelta por los alrededores, y nada. Al domingo
siguiente se me ocurrió visitar la feria, cuando me vieron los muchachos que
estaban de guardia en la puerta de la comisaría me dijeron: ¿qué hacés loco?
¿viniste a laburar!?, -no, contesté, le vine a comprar un regalito a mi vieja y
seguí disimuladamente mi investigación.
Ya
me estaba yendo cuando veo a un chabón, rubio, que venía pavoneándose sobre un
pingo negro y blanco, vestido de gaucho y con una sonrisa de ganador increíble,
entró por la avenida Lisandro de La Torre al trotecito. Venía del lado de los
corrales donde está el mercado. Como estaba medio aburrido lo seguí con la
vista y lo vi apearse y enfilar para los puestos derrochando sonrisas.
Distraído, por la música de un conjunto que actuaba sobre el escenario, lo
perdí de vista.
No
volví a verlo ni a él ni al caballo.
Me
fui decepcionado, al otro día nos llegó otra noticia terrible, pegado a la
estatua del Resero, un nuevo cuerpo femenino apareció mutilado. Recordé al
paisano, así que no teniendo otra alternativa me fui para las oficinas de los
consignatarios para observar si alguno de los que trabajaban allí respondía al
perfil. Tampoco tuve suerte. Eran tipos grandes y los jóvenes que había no
respondían a lo que buscaba. Me propuse tomarme un descanso porque ya me estaba
obsesionando y no me servía para continuar con mi trabajo.
El
domingo fui a ver un partido de Nueva Chicago y su eterno rival el gallito de
Morón, me ubiqué en las populares junto a uno de mis compañeros,
en realidad el me había invitado, porque me veía muy alterado por este caso.
Comenzó
el partido y todo era cánticos entre una y otra hinchada, arengas para los equipos,
en realidad eran más para las del torito porque lo iban bailando de lo lindo.
Cuando de repente veo cubriéndose la espalda con la bandera del club
verdinegro, y una inscripción: Por Vos doy mi Vida, firmado: el Príncipe de
Mataderos, al jefe de la hinchada, un tipo grandote, con cabello rubio largo,
que arengaba con violencia poco usual, con consignas de muerte y venganza;
reconocí al gauchito, me fui acercando lentamente y a los codazos me fui
haciendo paso entre la multitud, cuando
lo tuve cerca le clavé la mirada, entonces él como fiera olfateando el aire
para percibir al enemigo sintió la amenaza y comenzó a mirar para todos lados.
En ese momento comenzó una pelea feroz
entre las dos hinchadas que ya se venían chuseando como gallos de riña y en el
tumulto termino sobre el para-avalancha todo golpeado. Todavía aturdido me
levanté medio mareado y con total impotencia me dí cuenta que el sospechoso se
había esfumado.
El
lunes cuando entré a la comisaría la primera noticia que me dan es: otra
femenina violada y descuartizada, pero esta vez en Liniers.
Las
manos me temblaban y las lágrimas no me dejaban terminar de leer el informe de
la autopsia, cuando pudieron identificar a la victima resultó ser Adela
Miraflores, mi compañera de escritorio. ¡Pobre pibita! ¿Cómo habrá caído en
manos de este depredador?. ¡Esta vez no se me iba a escapar! Sí o sí, lo tenía
que cazar, aunque se me fuese la vida en la investigación.
El
comisario González enfurecido dijo: -Lo único que faltaba que me la manden
guardar en mi propia comisaría, ¡son unos inútiles! ¿Y ud… qué le digo Sánchez…
por algo lo fletaron de la 42?.
Mi
dolor era tan grande, me había encariñado con Adelita y encima me cagaban a
pedos.
Después
que retiraran las pocas pertenencias de la piba, enviaron a otro pasante, un
tal Parodi, que tuvo que firmar un documento donde dejaba de lado toda
responsabilidad de la institución sobre cualquier tipo de agresión que pudiese
recibir. El tipo, menos mal que no enviaron una chica nuevamente como ayudante,
era un masculino de mediana edad que había estudiado para policía y que ahora
estaba haciendo la especialización. Era rápido y la tenía clara, coincidió con
algunos de mis puntos de vista y sumó otros conceptos que cambiaron mi
perspectiva sobre el asesino.
-¿Qué
fecha es hoy? Me preguntó en un momento, revisando los informes- primero de
agosto, le respondí mecánicamente.
-Ok!
y siguió leyendo y anotando en una libretita con signos que no entendí muy
bien. Yo estaba muy depre desde el asesinato de Adela y de lo que me dijo el
comisario, así que lo dejé en manos de él que estaba con toda la pila puesta.
Cada vez que salía a recorrer el barrio como tenía por costumbre, el me seguía calladamente y escribía en su
libreta.
Seguíamos
la rutina anterior, la observación por la zona, buscábamos antecedentes en
internet, comparábamos modus operandi, volvíamos a revisar los puntos en común
entre las victimas. Mientras tanto González nos daba otras investigaciones,
pero mi obsesión era el Príncipe, no me podía concentrar en ningún otro caso y
después de lo de Adela menos que menos. ¿Cómo podía un tipo escaparse una y
otra vez? No lograba meterme en su mente para imaginar los próximos pasos, lo
único seguro era que el tipo estaba cebado y volvería a atacar, debía estar
esperando agazapado como una fiera a su próxima presa para embestir en
cualquier momento. ¿Pero cuál era ese momento? ¿Qué se me escapaba?.
Trataba
de reconstruir cada recuerdo, cada gesto, eran como fotografías donde cada
imagen me contaba algo del monstruo. Su desapego por la vida humana, su
crueldad, la constante de llevarse hasta la última de las pertenencias de sus
victimas como trofeo, su fanatismo por un club de fútbol, la violencia de su
arenga a los hinchas, su fortaleza física producto de un entrenamiento
riguroso, ¿qué otro fetiche tendría?. Mi odio a veces no me dejaba tomar la
distancia necesaria para investigar objetivamente.
Así
día tras día hasta que a principios de
agosto, Parodi, me dice -¿Qué le parece si nos damos una vuelta por la
Basílica? está cerca el día de San Cayetano. No entendí muy bien porque ir a un
lugar de tanta religiosidad, pero sin resistencia le dije que sí, cualquier
pista me parecía buena porque había perdido las esperanza de encontrarlo y solo
el odio me mantenía en la búsqueda Al llegar a la cuadra de Cuzco nos
encontramos con gente que ya estaba haciendo campamento para entrar a la
iglesia el 7 a
primera hora, carpas individuales, toldos improvisados con plásticos,
sombrillas con lonetas sostenidas con broches alrededor, hasta una casilla
rodante, de todo como en botica, diría mi abuelo. Los acampantes charlaban, tomaban mate y hasta compartían su
comida. Gente joven, viejos, hombres solos, mujeres de mediana edad en grupos,
esperando con fe, rezando por momentos y en camaradería las más de las veces.
Los
puestos de venta de artículos religiosos en una mezcla cristiana y de
paganismo, con sus crucifijos, estampitas, velones para las promesas,
medallitas con imágenes de santos y del Gauchito Gil, junto a manos de plástico en gesto de cuernos para el
mal de ojo, velas de colores contra la envidia, inciensos para atraer el amor,
estampitas de San La Muerte, el santo de los delincuentes.
Espigas
para invocar al Patrono del Trabajo y cruces para invocar al Patrono de los
Malvivientes, todos en un cambalache típico para los argentinos. Parodi se
entretuvo mirando y anotando y yo seguía descolgado como el que más. Así
continuamos hasta el 6 a
la tarde, en que decidimos instalarnos como devotos feligreses. Empezamos a
observar uno a uno los que hacían la fila, de pronto veo entre la multitud que
se agolpaba cerca de medianoche, cuando abren las puertas del templo, a un tipo
que empujaba con fuerza ayudado por su físico, me fui acercando a él, pero en
esta oportunidad, sagaz, el me buscó con la mirada, no me quedaron dudas, era él, le avisé a
Parodi con un gesto y nos metimos en la iglesia porque el tipo, continuó con su
objetivo, en ese momento relacioné una imagen borrosa que se me presentaba cada
vez que recordaba nuestro encuentro y lo relacioné con San La Muerte, un
esqueleto vestido con un hábito, el monstruo tenía otro fanatismo: la religión.
Nuevamente
se me escabulló entre la gente, Parodi, inteligentemente se había parado en la
puerta de entrada y miraba a todos los que salían e hizo apostar a un agente en
una puerta lateral. Mi desesperación era tan grande que en un momento levanté
los ojos y con toda la fé que alguna vez tuve cuando rezaba junto a mi abuela,
le rogué a San Cayetano que me ayudase.
El
monstruo no daba señales, me acercó al altar en medio de un gentío que se
agolpaba para comulgar y lo veo como oficiante dando la hostia. No podía creer
lo que veía, ¿como lo había logrado? , para evitar un daño mayor, me fui
acercando de a poco, pero sin siquiera pestañar, para no perderlo de vista y
cuando llego a su lado, el muy hijo de puta me ofrece la eucaristía. La tomo y
el sigue imperturbable, como no podía volver sobre mis pasos para no perderlo
de vista, me hago a un costado. Los comulgantes me miraron enojados por mi
osadía. Imperturbable puse un pié sobre uno de los escalones y le cerré el paso
a la bestia, de pronto se da vuelta y desaparece detrás del altar, lo seguí
ante la sorpresa del cura que daba en ese momento su saludo de paz. Ya no estaba.
Era un fantasma, aparecía y desaparecía con la misma rapidez. Pero yo también
identificado con mi perseguido me convertí en una fiera y lo comencé a rastrear
por el lugar donde otros curas ya vestían sus hábitos para dar la misa
siguiente, cuando me acerco, más que verlo lo intuí, temblaba, la voz dándole
el alto policía, parecía salir de otro cuerpo, no me reconocí, el lentamente
giró sobre si mismo y sin que pudiese darme cuenta, sentí el dolor provocado
por el frío metal de una faca tumbera.
Me
tomé el bajo vientre con una mano, donde tenía tatuada la imagen de San Jorge,
mi abuela me lo había pedido para que me protegiese, y conteniendo la sangre y
el estupor de los curitas, ya sin capacidad de asombro ante tanta violencia
vivida cada día, lo seguí hasta un patio interno con mi pistola en la otra. El
depredador trataba de abrir una de las puertas, que permanecía cerrada, cuando
tiré el primer tiro, le dí, creo que de casualidad, lo oí quejarse más que como humano como una
fiera herida, no con dolor sino con odio y con la mirada llena de furia me
sonrió y lo intentó otra vez, nuevamente tiré y esta vez erré, pero ya un
tumulto asustado de creyentes miraba desconcertado la escena, cuando en el
tercer intento cayó al piso, yo también perdí el conocimiento.
En
mi delirio y ya sin aire, cuando me llevaban en helicóptero hasta el Churruca,
el hospital de la yuta, como lo llaman los delincuentes, sentí que las imágenes
venían una y otra vez a mi memoria, los cuerpos destrozados de las mujeres
asesinadas, Adela tirada en un contenedor, el tatuaje de San La Muerte, las
barra bravas alentando con violencia a los equipos, la corrupción del comisario
González…
La
voz de Parodi, sentado al lado mío en la cabina y sosteniendo la máscara de
oxígeno, diciéndome:- aguante Sánchez que llegamos… fue lo último que registré
antes de morir.
2 comentarios:
Un gran relato con todo lo que me gusta y me entretiene. Gracias
Carlos: desde que descubrí esta Redes de Papel,tu gran obra, siento que mi espíritu descubrió una nueva ruta para transitar por la literatura y crear, leer, gozar. Gracias amigo!
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