Olvidando a Xiara Gustavo
Marcelo Galliano
¿Cómo
olvidarme de Xiara?...
Sería
como quedar atrapado eternamente, en la cima del magno Aconcagua.
Pero
sería una utopía. Utopía de aquellos que aún resisten a creer en el olvido.
Imposible abstraerse ante ella. Su sola presencia todo lo invade y todo lo
torna supremo.
Como
si una ráfaga de aire pleno, mezcla de pino con
hierba fresca, te insuflara los pulmones, te despertara el alma, te
convirtiera en alguien mejor, y a la vez, otra ráfaga de calor intenso, denso,
sofocante, te llevara a desearla más que a nada en el Universo. A desear su
infierno, si existiera un infierno, o
más de uno, según el Gran Dante.
Su
figura felina logra encender hasta el deseo de aquellos que creen que el deseo
es algo que ya no lograrían desear, ni encender.
Esa
es Xiara. Mi Xiara.
¿Cómo
olvidarla después que ella posara sus ojos en mí?
Esa
mirada de fuego, fuego de lava. Lava de incontrolable volcán. Corriente
infernal que te hace sentir vivo, pleno, átomo repleto de energía.
Ni
el Faro de Alejandría o el Coloso de Rodas, ni el Templo de Artemisa o la
Estatua de Zeus, ni los Jardines
Colgantes de Babilonia o el Mausoleo de Halicarnaso... ni siquiera las
Pirámides de Guiza... nada es comparable a mis días con Xiara. Mi Xiara.
Un
inmenso torbellino me envuelve en su fragancia, sin permiso ni descanso. Y me devuelve
a la realidad de manera injusta, insensata. Cruel y arrogante. Castigo excesivo
a mi testaruda ignorancia sobrecargada de hormonas y testosteronas rancias.
Como
arrojarse sin ataduras desde las Cataratas del Niágara y sentir esa sensación
que brota en el estómago, eclosiona en el pecho y estalla en el cerebro, tan intensa
y compleja como la muerte misma, tan llena de adrenalina como la vida misma.
Ambas o ninguna.
Respirar
junto a ella era conocer, sin temor, a las Parcas en un instante... como si
Nona, Décima y Morta se convirtieran en
solo una, y poderosas decidieran embriagarme con el destello incandescente de
Xiara, hasta dejarme satisfecho. O más insatisfecho aún.
Pero
existen los errores y decidí saltar, saltar hacia la duda. Saltar.
Como
si me arrojase desde la cima de los Cárpatos Occidentales, desde los Alpes de
Transilvania, como si lo nuevo fuese bueno, solo por nuevo, solo por aventura,
por violar las reglas. Sin necesidad, sin obligatoriedad, solo porque sí.
Saltar
hacia la nada y a la vez saltar hacia el todo. Obnubilado.
Saltar
sin parapente ni paracaídas. Saltar. Cuando no se conoce hacia donde se salta
pero creyendo firmemente en que vale la pena.
Mi interior me lo imploraba y decidí obedecerme.
Como
una voz que martilla y martilla los oídos desde la mañana hasta la noche. De la
noche a la mañana. Y vuelta a comenzar. Y el término del día me encontraba
extenuado, extenuado y más conflictuado que el interior del mismísimo Kafka.
Hoy
el despertar sin ella es como despertar en un tórrido desierto. Con arenas
oscuras que abren llagas eternas.
Con
la garganta reseca y arterias palpitantes. Con la mente confusa y el corazón
casi inerte. Músculo convertido casi en fibra. Fibra sin calor. Calor del
dolor. Dolor por dolor.
Despertar
sin Xiara es como no llegar a despertar nunca. Como no poder volver a soñar, y
solo tener acceso a pesadillas constantes.
Como si estuviera en el árido Sahara, cuidándome de oasis y moros. Como
si estuviera en el reseco sur del Kalahari, huyendo de bosquimanos
desquiciados.
Un
presagio me ha invadido: estoy comenzando a olvidar a Xiara.
Olvidar
es comenzar a recordar un poco menos.
Como
comenzar a desandar el camino. A ovillar la madeja. A cerrar la tapa. Y poco a
poco, se obtiene la nada. Xiara es el todo. Yo equivoqué mi camino y hoy soy
lamento sin muro. Creí que tras el muro estaba la vida plagada de dicha y
escapar a la calle sería solo una aventura. Aventura con retorno. Retorno y
regreso. O no. Después de todo... eso es la aventura.
Mi
anterior hogar era un chalet antiguo, ventilado y soleado. Con eco de risas de
niños, perfume a rosas y jazmines cultivados. Con aroma a alegría, luz, calma.
Mi nueva casa es gris, oscura y húmeda, aroma a incienso repulsivo, a hiedra y
malva. Ladrillo de olvido sobre ladrillo de tristeza, hasta llegar a techos de
silencio que impiden estrellarse en sueños.
De
ellos solo distingo sus zapatos. No son muy cariñosos ni considerados. Hace
algunos días, o semanas, como saberlo, me llevaron ante un profesional de la
salud, según ellos. Dijeron que era por mi bien, que estaría más calmo.
Hoy mi voz es
apenas un eco desgarrado en la distancia... Una implosión que me destroza... un
destello de lo que fuera... si acaso fui... o pude ser.
Extraño
mi antigua casa... aunque cada vez el recuerdo brote más tenue. Aunque todas
las puertas y paredes comiencen a resultar símiles. Extraño mi anterior
nombre... aunque “Xum” ya no me resulte tan interesante, creo que jamás me
acostumbraré al de “Rodríguez”.
Sí... extraño tanto a Xiara... paradójico... aunque
de a poco haya comenzado a olvidarla... aún a pesar de no desearlo... pero es
inevitable... aquí en el sillón frente al TV todo es hastío y sueño sin
sueños... espero sin esperanzas… como queriendo no ser.
¿Por
qué habré escapado? ... ¿comprenderán algún día los humanos lo que siente un
gato castrado?...
La
soledad de esta casa la ha convertido en mi inexpugnable necrópolis.
Sin
duda, sin Xiara, es tan fría como la cima del magno Aconcagua.-
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