Sinceridad del maíz Alicia Chillifoni
Como sea,
siempre nos revelan sus nutrientes con sólo mirarlos. El maíz de la Quebrada de
Humahuaca, por ejemplo, tiene el color del vino morado. En él leo que viene de
una tierra que abunda en hierro. Sus espigas me sonríen desde el cacharro que
las contiene. Me sonríen y entre sus pardos dientes me hablan del
descubrimiento y la conquista. Porque son como nuestros hermanos los indios,
que llevan el color de su tierra, son su prolongación, son tierra que camina, y
se les nota.
En cambio
nosotros los huincas, cóctel de razas, no.
Habemos gentes opacas, grises, oscuras, a veces siniestras. También
podemos ser transparentes, claros, blancos, o muy coloridos, y hasta
brillantes. Hay seres luminosos. En verdad los hay, aunque su centro no se
distinga a simple vista como en el caso del maíz, tan sincero él. Nosotros
estamos disfrazados.
Podemos
dar una determinada imagen y sin embargo el trato depara sorpresas. Debajo de
un color aparente, encontramos otro diferente. El verdadero tono de la gente
está muy adentro, escondido. Conocerlo lleva tiempo, con los cinco sentidos abocados a la exploración.
Se requiere concentración. Algo así como si nos propusiéramos atravesar un espejo
sin dañarlo, para ver del otro lado.
No es
sencillo lograrlo. Ni siquiera es común que lo intentemos, ya que ello supone
el olvido de uno mismo, aunque más no sea durante un puñado de minutos. Y no
todos estamos capacitados ni dispuestos al acto de generosidad que implica tal
apertura. Hay desconocimiento acerca de que resulta siempre una experiencia
provechosa para ambas partes.
Nunca se
sabe cuánto puede enseñarnos el que parece no saber nada, ni cuán ignorantes
somos si creemos que podemos considerarnos vivos pensando sólo en nosotros mismos, como granos sueltos.
Somos y estamos de verdad vivos, juntos, en la mazorca que sonríe y habla del
alma y sus nutrientes compartidas, de que todo es uno y uno es en tanto se sepa
parte del todo.
Sueltos,
aislados, pasamos sin dejar huella en los demás, y volvemos a la Pacha, que nos
recicla para darnos otra chance, y lo bien que hace, porque solemos ser bien
duros de entendederas.
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