jueves, 20 de febrero de 2014

Alicia Chillifoni


Sinceridad del maíz  Alicia Chillifoni


Las mazorcas se presentan de colores distintos. Depende de la región. Aquí son comúnmente amarillo claro, o blanco, a veces dorado, hasta que estalla el rojo, una vez maduros.
 Como sea, siempre nos revelan sus nutrientes con sólo mirarlos. El maíz de la Quebrada de Humahuaca, por ejemplo, tiene el color del vino morado. En él leo que viene de una tierra que abunda en hierro. Sus espigas me sonríen desde el cacharro que las contiene. Me sonríen y entre sus pardos dientes me hablan del descubrimiento y la conquista. Porque son como nuestros hermanos los indios, que llevan el color de su tierra, son su prolongación, son tierra que camina, y se les nota.
 En cambio nosotros los huincas, cóctel de razas, no.  Habemos gentes opacas, grises, oscuras, a veces siniestras. También podemos ser transparentes, claros, blancos, o muy coloridos, y hasta brillantes. Hay seres luminosos. En verdad los hay, aunque su centro no se distinga a simple vista como en el caso del maíz, tan sincero él. Nosotros estamos disfrazados.
 Podemos dar una determinada imagen y sin embargo el trato depara sorpresas. Debajo de un color aparente, encontramos otro diferente. El verdadero tono de la gente está muy adentro, escondido. Conocerlo lleva tiempo,  con los cinco sentidos abocados a la exploración. Se requiere concentración. Algo así como si nos propusiéramos atravesar un espejo sin dañarlo, para ver del otro lado.
 No es sencillo lograrlo. Ni siquiera es común que lo intentemos, ya que ello supone el olvido de uno mismo, aunque más no sea durante un puñado de minutos. Y no todos estamos capacitados ni dispuestos al acto de generosidad que implica tal apertura. Hay desconocimiento acerca de que resulta siempre una experiencia provechosa para ambas partes.
 Nunca se sabe cuánto puede enseñarnos el que parece no saber nada, ni cuán ignorantes somos si creemos que podemos considerarnos vivos pensando  sólo en nosotros mismos, como granos sueltos. Somos y estamos de verdad vivos, juntos, en la mazorca que sonríe y habla del alma y sus nutrientes compartidas, de que todo es uno y uno es en tanto se sepa parte del todo.
 Sueltos, aislados, pasamos sin dejar huella en los demás, y volvemos a la Pacha, que nos recicla para darnos otra chance, y lo bien que hace, porque solemos ser bien duros de entendederas.


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