LAS OCAS Paula
Meldi
La espaciosa granja estaba situada en un entorno de colinas cultivadas con viñedos. En el valle que se formaba, abajo, yacía el clásico pueblo: plaza, iglesia, municipio, colegio, pequeño centro comercial.
Se
encontraban en la granja dos primos míos
ex combatientes, que luego de la experiencia vivida, deseaban sólo paz.
Efectuaban
trabajos en los viñedos, lo que les permitía mantenerse semiocultos.
Entre los
numerosos animales de la granja, había una bandada de ocas, cinco o seis, que
vagaban libremente por el patio de maniobras. Yo les tenía un poco de temor,
pues, por resultarles desconocida, cuando me veían, rompían a graznar y si me
acercaba mucho, echaban a correr tratando de picotearme. Este mismo proceder se
repetía cada vez que, por la ruta que ascendía la colina y desembocaba
directamente en el patio de maniobras delantero de la granja, divisaban a lo
lejos algún vecino que se acercaba. Siempre eran ellas las que daban el aviso
para que los perros familiares salieran a la carrera. Estaban perfectamente
sincronizados: ellas graznaban y ellos salían corriendo.
Mis
primos, para evitar ser individualizados por los alemanes, no se alejaban de la
granja. Un día, cerca del atardecer, escuchamos unos estrepitosos graznidos,
quizás hasta más intensos que de costumbre. Miramos hacia la ruta y allá, aún
lejos, divisamos un vehículo que no podía ser otro que militar, pues en esa
época eran los únicos que tenían nafta para circular. No había dudas: ¡eran
alemanes!
Mis dos
primos corrieron a esconderse en el altillo donde se guardaba el heno para los
animales. Había unas parvas muy grandes que llegaban casi hasta el techo. Se
ocultaron debajo del heno, a una cierta distancia uno del otro.
El
oficial alemán preguntó, evidentemente informado del paradero de mis primos,
con bruscos y amenazantes gestos, dirigiéndose a mi tío. Mi tío contestó que
sí, que los dos habían vuelto unas semanas atrás, pero no se habían quedado, se
habían dirigido hacia las montañas cercanas. Mientras tanto, las ocas no
cesaban de graznar. Los militares, evidentemente enfurecidos, pesquisaron toda
la casa: habitaciones, sótano, granero, establos, los atados de paja bajo el
tinglado que desplazaron uno por uno. Por último se dirigieron hacia el
altillo. Mi tía se puso pálida; hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así
de triste. Pero se contuvo.
Los dos
soldados calzaron las bayonetas en los fusiles y subieron por la escalerilla.
Pisaban el heno mientras hundían las bayonetas bien profundo hacia el piso. Si
los golpes propinados por las bayonetas hubiesen encontrado y herido alguna
parte vital del cuerpo de los que buscaban, el resultado podría haber sido
mortal.
Finalmente,
los alemanes bajaron y volvieron al patio; las ocas seguían graznando alrededor
del vehículo. Uno de los militares aprovechó la bayoneta desenvainada para atravesar
a la oca más cercana y se la llevó alzándola cual trofeo. Subieron al vehículo
y se fueron sin una palabra más.
En cuanto
vimos que se habían alejado, todos muy asustados e inquietos, nos dirigimos al
altillo. Mis dos primos ya habían salido de la parva de heno, pero uno de ellos
se sostenía una mano que sangraba copiosamente. Había sido atravesada por la
bayoneta. No sabía cómo había logrado no proferir el grito de dolor que hubiese
revelado su presencia. El otro, muy asustado y temblando, estaba indemne.
Y así la
bandada de ocas se hizo famosa en el pueblo: ¡habían salvado la vida de dos
jóvenes!
Tiempo
después, en la secundaria, en el estudio de historia romana, nos topamos con el
capítulo de las “Ocas capitolinas”. No pude menos que entusiasmarme con la
historia, al aprender que en el año 369 A.C., las ocas que estaban consagradas a
Juno, en el templo de la colina del Capitolio de Roma, salvaron a los romanos
de las tropas galas, que habían atacado amparándose en la noche. Graznaron tan
estrepitosamente que despertaron a los defensores. “In memoriam”, todos los
años se efectuaba una procesión al templo de Juno, con una oca acicalada y
consagrada.
En una
reflexión relámpago, más actual, me pregunté:¿ no será que a partir de entonces
los “galos” le tienen tanta inquina a las ocas, que han ideado utilizar su
hígado para hacer el “paté de foie gras”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario