3 CUENTOS CORTOS
La
inextricable esencia del bien y del mal
- ¿Y... cómo
te fue el día libre?
- Fui al
barrio de las prostitutas... como estaba corto de tiempo, cansado de tanta
parranda, abordé a la primera que se atravesó en mi camino y le hice la
propuesta.
- Ajá... no
omitas detalles, por favor.
- Me dio una
lista de precios, asequibles a todos los gustos y bolsillos, que iban desde el
amor griego hasta las últimas fantasías de moda, látigos láser y cámaras
digitales incluidos.
- Vaya,
¡cómo anda el mundo!
- Le insistí
en que sólo quería saber el precio de su alma. Me abofeteó, llamándome
pervertido, y se marchó mascullando que su alma era de Dios.
- Mis
caminos son cada vez más inescrutables - concluyó el Señor mientras sonaban las
doce campanadas anunciantes del final del viernes santo.
La
cita
Salía de su
cita con el cardiólogo, había sido dado de alta, a pesar de su reciente infarto
del miocardio. "Usted va a vivir cien años", había dicho el galeno y
él, feliz, iba a celebrarlo con un paseo hasta el mirador.
Durante el
viaje en taxi, disfrutó los aromas familiares, los parques, los viejos
edificios, libre del peso que lo atenazó durante los últimos días.
En el
telescopio había una extranjera, lo supo por la capa oscura y el sombrero que
resguardaba su pálido rostro; sus conciudadanos vestían de colores vivos y
dejaban la cabeza al descubierto, exhibiendo la piel morena por el sol.
Esperó con
paciencia... La dama demoraba bastante y él estaba ansioso por saludar a su
ciudad; en fin, bastaba asomarse a la baranda. Disfrutó contemplar la vida
bullendo allá abajo, dejó la mente volar con fuerza renovada.
-¿Todo bien,
Francisco? - le sorprendió la voz de la desconocida.
Se volteó,
comprendiendo el porqué de su presencia.
-Pero,
hoy... el médico dijo... balbuceó.
-No confíes
tanto en juicios de humanos - respondió ella con una sonrisa, dándole un leve
empujoncito que lo hizo caer al vacío -, tu verdadera cita era conmigo.
El
sobrino
Cuando
supimos que el viejo Matías había sido encontrado muerto en su cuarto, todos lo
sentimos. En el solar somos pobres, pero muy solidarios con el dolor ajeno, en
este caso, si no lo llorábamos nosotros, ¿quién lo haría?
Me vino a la
mente aquel verso de "Dios mío, qué solos se quedan los muertos",
porque éste era el difunto más solo del universo, ni un hijo, ni una esposa, ni
un hermano vivo, nadie que viniera a darle un entierro decente.
Estábamos mi
comadre Lola y yo aseando un poco el cuerpo, para que cuando vinieran a
llevárselo a la fosa común no estuviera lleno de inmundicias, cuando por la
puerta abierta hizo entrada un joven con un sobretodo azul.
Nos dijo que
era su sobrino, se acercó al cadáver, le hizo la señal de la cruz y nos
agradeció por cerrarle los ojos. Después fue directo para la cocina, buscó un
cuchillo grande y comenzó a levantar una losa debajo de la cama. Del agujero
extrajo una lata oxidada, de la cual sacó un fajo de arrugados billetes de baja
denominación.
-Con esto
nos da para hacerle un funeral humilde, pero decoroso -nos dijo tendiéndonos el
dinero.
¿Cómo el
viejo no nos había hablado jamás de este pariente? Sabíamos que venía del
campo, pero nos dijo que sus dos hermanas habían muerto. Dio las carreras con
nosotras, certificado de defunción, funeraria, floristería, hasta café para
brindar a los vecinos del solar, que nos reunimos para acompañar a Matías a su
última morada.
Al regreso
me entretuve conversando con la comadre Lola. "¡Qué clase de
muchacho!", me dijo, "Si no fuera por esa joroba que oculta debajo
del sobretodo, sería perfecto, ¿te fijaste qué ojos, qué sonrisa?"
Entonces fue
que me percaté que el sobrino se nos había quedado atrás, ¡qué falta de
educación la nuestra! Era nuestro deber pedirle que nos acompañara, al menos
hasta que encontrara alojamiento en la ciudad, o le adecentáramos un poco el
cuarto del difunto.
Le hice una
seña a mi comadre y corrí de regreso a la tumba; justo a tiempo para verlo
quitarse el sobretodo, desplegar las alas que creímos giba y elevarse, más allá
de las copas de los álamos, rumbo a la nueva casa de Matías.
Publicado
en “Con voz propia”, revista dirigida Analía Pescaner
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