LUNA DE BOLSILLO
Ayer, un
cielo especial, especialísimo, de ese azul entre la tarde y la noche, sin nubes
y con luna. Y qué luna! Nunca tan enorme ni tan abaja ni tan cerca ni tan
gorda ni tan de rosado algodón de azúcar.
Estiré la mano y la toqué. Ah! Si pudiera guardarla! Pero no es mía.
Hoy salgo a
la vereda de nublada mañana. Escubi corre alborozado a mi encuentro. Le tiro un
palito y vuela a recogerlo con agradecida diligencia. Todavía no aprende a
devolvérmelo.
Se asoma
Agustín, su dueño, mi vecinito. Se une a la diversión. En su búsqueda de
"un palito más grande" descubre uno de esos plumerillos que quedan
cuando se seca una flor amarilla de diente de león. Lo corta con cuidado y me
lo acerca. Mientras lo tomo, me instruye: "si lo soplás vuelan pelusitas".
Mecánicamente
saco el limón grandote que acababa de echarme al bolsillo mientras cruzaba el
jardín y se lo doy, redondote, pleno, prometedor. Lo toma desconcertado,
después me mira y me sonríen sus dientes de leche. Monta en su triciclo y parte
llevando el producto del trueque.
El limón es
para él lo que la luna para mí, pienso. Entonces, no la había tocado, me la
había guardado. Y siento que de tan gorda, ya tengo luna para siempre, y la
comparto con este chiquitín cabezón que se va contento con esa luna amarilla
tan llena de pureza, tan inmaculada como él, y como Escubi que lo sigue,
salpicado de luz.
Hoy todo es
claro, todo es bueno, todo es luna. Hoy es comunión.
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